(Este artículo corresponde a una parte del trabajo Testigo de la sociedad de la información. Cincuenta años de vivir los medios por dentro, presentado por el autor al incorporarse como miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. En el acto de incorporación, celebrado este 29 de junio, le dieron la bienvenida la Dra. Susana Cordero, directora de la AEL, y el expresidente de la República, Dr. Rodrigo Borja, miembro de número. Ortiz, quien es ahora miembro de las academias de la Lengua y de la Historia, resumió en su discurso su trabajo escrito).
El mundo es cada vez más un espacio global interconectado de comunicación o, al menos, de colecciones de espacios interconectados. Este hecho fundamental, con sus múltiples facetas o consecuencias, ha redefinido el desarrollo económico de los países del mundo, tanto del Norte como del Sur y tanto de las economías en desarrollo como de los estados capitalistas avanzados.
En el centro de este proceso han estado un grupo de fuerzas culturales y movimientos intelectuales que habían venido perfilándose desde hace décadas pero que han tomado una velocidad cada vez mayor. Por esa velocidad, por el peso económico de las empresas tecnológicas, es obvio que la economía global y la de cada uno de los países se verán claramente influenciadas en el futuro por el grado de cercanía a los pilares que forman la sociedad de la información y el conocimiento.
Las tecnologías de la información y comunicación (TIC) están jugando un papel clave en la transformación de los modelos económicos y sociales de los países del mundo y, por ende, de su educación, su política y su economía. Es obvio que, aunque el Ecuador ha avanzado en número de celulares, de conexiones a Internet, de usuarios de servicios digitales, como país no está produciendo innovaciones tecnológicas ni tiene el suficiente número de jóvenes emprendedores y empresas de base tecnológica y, en general, no está preparado para la economía global del conocimiento.
El más reciente estudio que ha aparecido en este tema es el Índice de Telefónica sobre la Vida Digital, lanzado a inicios de este mes por dicha empresa española con el apoyo de tres universidades: el Imperial College de Londres, la universidad George Mason de EEUU y la universidad de Pécs, en Hungría (indexdigitallife.telefonica.com).
El Índice mide cómo progresan 34 países del mundo, entre ellos el Ecuador, hacia una economía digital y una sociedad digital, lo que, en conjunto, Telefónica denomina “vida digital”. El índice explora específicamente este progreso a través de tres subíndices: Apertura digital: El grado de apertura con el que la infraestructura facilita el acceso a la información y con el que esta fluye (se examina la libertad y la apertura en Internet y la disponibilidad de los servicios públicos digitales). Confianza digital: El grado de predisposición y de confianza con que los individuos y las organizaciones interaccionan con la infraestructura digital y con el mundo digital (se evalúa a través de indicadores de adopción, privacidad y seguridad digital). Iniciativa empresarial digital: El grado de aptitud con el que las actividades económicas de los ciudadanos y las organizaciones prosperan en el entorno digital (se la mide por el desarrollo del conocimiento digital, las empresas digitales, la innovación y las finanzas).
Estados Unidos encabeza el Índice con la mejor puntuación total (96,3/100), pero Canadá, el Reino Unido, Colombia, Australia y Chile presentan mejor desempeño del esperado en relación con su PIB per cápita.
Además, los países de América Latina demuestran un gran desarrollo en relación con su situación económica, en especial Colombia, Chile y México. En Apertura y en Confianza respecto a la renta per cápita, destacan Argentina, Brasil, la República Checa y Rusia que, sin embargo, flaquean en Emprendimiento. Turquía, Panamá y Guatemala destacan en Emprendimiento, y flaquean en las otras dos variables.
El Ecuador, lamentablemente, ocupa el puesto número 29 entre los 34 países estudiados, con una puntuación de 54,3 sobre 100, por debajo de lo que le correspondería según su renta per cápita. Solo están peor El Salvador (30), Venezuela (31), Egipto (32), Guatemala (33) y Nicaragua (34).
De las tres variables analizadas, el mejor resultado ––que no es tampoco extraordinario porque es el que le correspondería por su PIB per cápita––, lo obtiene el Ecuador en Apertura Digital, gracias a la libertad para los servicios públicos digitales, pero, en cambio, está -3,2% por debajo en Confianza Digital (por la falta de conocimientos básicos digitales en la población, poca innovación, debilidad en la digitalización financiera) y -4,1% por debajo en Iniciativa empresarial digital (por el escaso número de negocios digitales, la floja adopción digital en el sector público y privado y temas de seguridad y privacidad no resueltos).
Esta posición en el Índice refleja otra de las graves fallas de esta última década, una década perdida en múltiples sentidos, en que más han sido las grandes palabras, los rimbombantes planes que las realizaciones concretas. Esa era la alternativa real al petróleo y a la explotación de los recursos naturales, y muchos académicos y líderes políticos lo plantearon como la gran meta de estos primeros lustros del siglo XXI. Inclusive el actual Gobierno lo acogió entre sus planes… Pero lo que hemos vivido es un espejismo en que se contó con las más grandes ganancias de la historia por los altos precios del petróleo y se produjo una crisis profunda cuando estos se desplomaron. Lo que en realidad se ahondó en esta década es la explotación de las materias primas, una reprimarización de la economía, y en nuestras exportaciones no aparecen los productos tecnológicos o de mayor valor agregado ni lo harán en el mediano plazo. Es que nuestros sistemas educativos obsoletos, la falta de incentivos para los emprendimientos, la desindustrialización, alejan cada vez más al país de las macrotendencias e innovaciones mundiales.
Nos falta mucho para incorporar la tecnología, para lograr mayor eficiencia en la productividad en la agricultura, la ganadería, en lo poco que queda de industria. Nuestras universidades se han quedado atrás en la oferta masiva de cursos y contenidos en línea, nuestros maestros secundarios poco saben de las TIC para aplicarlas en el aula. En salud, es verdad que se han comprado impresionantes maquinarias de alta tecnología, pero muchas han quedado arrumadas en hospitales emblemáticos cuanto se dañan porque no hay repuestos o técnicos que las compongan. El uso de los macrodatos para planificar y atender la salud, los diagnósticos y tratamientos a distancia, que en otras partes ya son cosa cotidiana, en el Ecuador todavía parecen lejanos.
Aunque ya algunos cientos de personas piden un taxi por celular, aún nos falta tener sistemas para compartir vehículos y ahorrar miles de viajes en vehículo y toneladas de contaminación, cuando esto ya es posible en el mundo. Aunque ya se aplica la tecnología satelital para el seguimiento de vehículos y flotas, aún estamos muy lejos de una infraestructura logística basada en la cibernética.
Aunque algunos bancos han avanzado en sus tecnologías y ya hacemos miles de transferencias electrónicas de dinero, todavía nos falta el acceso a plataformas de préstamos y financiamiento, y nos falta avanzar mucho en el comercio electrónico y en el gobierno electrónico. Por no decir nada de las desigualdades que existen en el país en cuanto a la disponibilidad de la infraestructura de acceso, por ejemplo, la carencia ya no de banda ancha sino del propio acceso a Internet en muchos sectores del país, la falta de equipos en muchos hogares, las barreras económicas nacidas de la desigualdad y el analfabetismo digital que aún prevalece en grandes segmentos de la población.
El Ecuador tiene todavía mucho camino que recorrer para dar a todos sus ciudadanos acceso a las tecnologías, en especial a los más pobres y a los de mayor edad, acceso no únicamente físico o cibernético sino acceso en el sentido de preparación, educación y alfabetización digital. Y no solo se trata de dar a la población conocimientos básicos de informática, que también; es obvio que el mercado laboral del futuro va a requerir de trabajadores con habilidades avanzadas en las TIC, a los que hay que ir preparando desde ahora.
Estoy convencido de que nuestro país podrá florecer mucho más si abrazamos de lleno la sociedad de la información y del conocimiento como columna vertebral de nuestro desarrollo. Tenemos que incentivar la innovación, proteger y alentar a las empresas nacientes, crear el marco apropiado para la inversión en nuevas tecnologías.
Se dice que el secreto de las sociedades exitosas es su gente. Entonces, si el secreto radica en el talento humano más que en los recursos o incentivos económicos, el Ecuador debe cultivarlo, fomentar la creatividad, desterrar el memorismo y el autoritarismo de la educación, hacer de las nuevas generaciones se eduquen en la libertad, en la cultura y alimentar mentes creativas y brillantes para construir una sociedad innovadora. Si no falta la creatividad, los avances podrán compartirse entre todos, pues una sociedad innovadora es una sociedad inclusiva.
Si llegamos tarde a la revolución industrial no dejemos que crezca más la brecha digital. Nuestra futura prosperidad dependerá en gran medida del éxito que tengamos en sacarle el mayor provecho posible a estas nuevas tecnologías (Moreno y Almagro, 2016).
Debemos dejar de ser consumidores pasivos de tecnología y aprender a hacerla funcionar. Quizás no podamos ser como Singapur donde desde los niños del jardín de infantes están encaminados a aprender a programar, porque tienen juguetes a los que hay que dar instrucciones para que realicen tareas simples, mientras ya a los diez años de edad fabrican drones y juegos de video. Pero, aunque no todos deban aprender a escribir código, todos deben aprender nociones que permitan entender la lógica del lenguaje informático porque vivirán entre computadoras y dispositivos móviles que funcionan con esas leyes. Esos niños de hoy deberán poder hablar de adultos con los programadores y plantearles cuál es el problema y entender sus preguntas.
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