
“Lawfare” es el uso de la ley como arma de guerra contra un adversario militar. Esto es así porque se juzga en tribunales estatales el abuso de las armas de uso marcial. Al menos así lo describe David Luban profesor de la Universidad de Georgetown en su trabajo “Carl Schmitt and the Critique of Lawfare” publicado en el 2011.
Entonces, “lawfare” no es cualquier cosa. Aunque se monten tanques de pensamiento, agendas narrativas, discursos militantes o cuñas publicitarias, el “lawfare” no es ni puede ser una sentencia considerada como injusta expedida en contra de un civil o de un actor político relevante.
Según Luban “lawfare” pasa por acusaciones de crímenes de guerra presuntamente ficticios arropados bajo métodos legales. El desfalco de los recursos públicos maquillados por métodos legales no puede ser considerado como “lawfare” que es una palabra peyorativa y una especie de politización de la ley.
En la politización de la ley procesal, el procesado acusa a su juzgador de politizar el derecho por razones viles o por venganza. Los críticos del lawfare acusan a sus invocadores de abusar del derecho internacional humanitario y del derecho penal internacional para paralizar o al menos para acosar la legítima actividad de seguridad del estado, detenida por las causas instaladas por las víctimas.
Para criticar el lawfare, desde la perpectiva humanitaria internacional, se debe ubicar a sus críticos en el marco del debate de la politización de la ley. No es que las críticas al lawfare sean necesariamente una forma de lawfare, al igual que no todas las acusaciones de crímenes de guerra son expresiones de lawfare. Sin embargo ninguna acusación por delitos en contra de la administración es lawfare aunque hubiera politización de la justicia, profesores internacionales torciendo la doctrina en charlas dictadas en lujosos hoteles o voceros con mal acento florentino.
En una auténtica acusación por lawfare es el estado el que acusa a cualquier persona o grupo de personas, con motivos ocultos, por crímenes de guerra injustamente atribuidos. ¿Cuáles son los crímenes de guerra cometidos por el exvicepresidente Jorge Glas? Si la guerra era en contra del estado ecuatoriano con el sostén de organizaciones militares y paramilitares terroristas y financiadas por el narcotráfico, entonces no habría politización de la ley o lawfare, sino una acusación perfectamente bien atribuida. Incluso, sospechosamente, compartían abogados con los narcos. Pero como presuntamente este no es el caso, ¿por qué insisten tanto con el lawfare? Podría ser por ignorancia.
La proposición fundamental que ayudaría a entender la situación política del exvicepresidente Jorge Glas podría explicarse en “El concepto de lo político” de Carl Schmitt, un autor polémico por haber justificado al régimen nazi, pero indudablemente brillante al momento de explicar situaciones como esta porque el populismo autoritario tiene destellos fascistas.
Glas ya salió libre hace unos meses. Pero la multitud de quejas en las redes sociales acobardaron al Gobierno. Entonces tuvo que retroceder. La coyuntura del mundial de futbol y el desinterés por su libertad fue la fórmula perfecta para sacarlo del encierro. ¿Quiénes lo sacaron?
Jorge Glas es hoy el político del momento. Martirizado por sus huestes y elevado a los altares de la exaltación política, es lo que necesitaba el moribundo correismo. ¿Qué harían sino decenas de células en todo el país con un orondo y deteriorado mesías en el destierro, visto solo en pantallas, que intenta mover los hilos del poder desde Twitter y que ocasionalmente miran de lejos en espléndidos banquetes ofrecidos en Caracas, Medellín y Ciudad de México? Unas pocas fotos, que además están prohibidas de exhibir en la propaganda oficial electoral, no harán lo que un hombre, ahora libre, tras resistir el encierro que ha soportado junto al hipotético castigo de su salud psiquiátrica y física. Ese hombre, erguido de los exánimes como Lázaro recorrerá el país en las campañas seccionales y la gente saldrá a exaltarlo en lugar de tirarle huevos como sucedió con su homólogo. La libertad de Jorge Glas es la pena capital de Rafael Correa.
El correismo es el accesorio de algo mayor que podría llamarse aliancismo. El aliancismo, que es el fenómeno político que hereda la corriente del populismo autoritario y que expropia a la izquierda militante sus bases, tiene hoy, al menos, tres alas: el correismo, el morenismo, y, ahora, el glasismo. La fenomenología subnacional es otra que no se desarrollará ahora. Así, mientras el correismo se ahoga por su ostracismo, su vulgaridad y su violentismo generalmente digital, y mientras el morenismo todavía gobierna agazapado tras las sombras y pronto migrará al glasismo, esa es la esperanza de una “nuevo significante vacío actuante”, en movimiento, que buscará plantearse sin más traiciones gansteriles y sin cobardías. Y aunque Glas es encorvado, sin carisma y lánguido, todos aman a las víctimas.
Creo que Jorge Glas es responsable por todos los delitos que se le acusan, que debe devolver lo que le ha ordenado la justicia y que debería retirarse de la política. Pero está libre y ese es su mayor capital político y una poderosa arma de seducción del nuevo aliancismo, sin Correas y sin Morenos.
Con la libertad de Jorge Glas termina de morir políticamente Rafael Correa. El propio Glas dijo que “prefería ser un preso inocente a un cobarde prófugo”. A Jorge Glas lo arrojaron al encierro los mismos correistas y eso no lo pueden negar ni ellos. ¿Entonces quién puede, en estas circunstancias, elaborar el concepto de “lo político”, de la distinción amigo-enemigo a la que se refiere Schmitt? Glas, por supuesto. ¿Con la novelería del lawfare? No, con la fractura entre el “hombre inocente que fue encerrado” que contrasta y polariza con el “cobarde que está prófugo”. El enemigo político de Glas es Correa.
Glas ya salió libre hace unos meses. Pero la multitud de quejas en las redes sociales acobardaron al Gobierno. Entonces tuvo que retroceder. La coyuntura del mundial de futbol y el desinterés por su libertad fue la fórmula perfecta para sacarlo del encierro. ¿Quiénes lo sacaron?
Cuidado se les duerme el diablo. En 1990 trajeron del exilio a Abdalá Bucaram para que fracturara el voto populista y el voto de izquierda en las presidenciales de 1992. Los sectores conservadores dijeron que era fácil ganarle. Bucaram sorprendió a todos y se ubicó en el tercer lugar con el 22% de los votos a 3 puntos de entrar al balotaje y de reemplazar a Jaime Nebot que ocupaba el segundo lugar. Esas elecciones las ganó Sixto Durán Ballén con el 58% de los votos. Bucaram y Nebot se volvieron a encontrar en las presidenciales de 1996 y las ganó, con el 55% de los votos, el populista al que era más fácil ganar.
Glas está libre por razones judiciales y políticas, pero principalmente políticas. Y estas últimas se leen entrelíneas.
@ghidalgoandrade
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