Economista y Magister en Estudios Latinoamericanos.
@giovannicarrion
El Ecuador es un país carente de institucionalidad, donde la etiqueta de estado constitucional de derechos y justicia, lamentablemente, es apenas un mero enunciado que forma parte del Art. 1 de la Carta Fundamental. El grado de descomposición en que se vive lo que desvela es a una sociedad profundamente enferma, donde los valores y principios, también han sido cosificados y, por lo mismo, tienen un precio. Todo, o casi todo, ha sido degradado a la condición de mercancía. Casos como ‘Encuentro’ y ‘Metástasis’, entre muchos otros, dejan en claro el nivel de corrupción existente, así como la penetración del narcotráfico en muchas esferas de la sociedad.
De ahí que el reciente escándalo protagonizado en un night club, en Nueva York, por parte de tres jugadores de fútbol de la selección nacional (incluido un menor de edad), no debería, en realidad, sorprendernos, pues, se trata de una acción que refleja lo que sucede a lo interno de un territorio donde las normas están, precisamente, para romperse y, lo que es más grave, a no recibir sanción alguna por inobservar la legislación vigente.
Estamos en el reino de la impunidad, donde las personas que hacen lo correcto son vistas como anticuadas y que, por lo mismo, deben ser excluidas de los circuitos donde se toman las decisiones.
Por eso será también que la política se ha convertido en un sinónimo de ‘mala palabra’ y que se la identifica con opacidad, manipulación, engaño, podredumbre y corrupción.
Tanto así que dos de los jugadores inmersos en este proceder inapropiado, no solo que no identifican, y menos dimensionan, la gravedad de sus actos al estar formando parte de una delegación deportiva oficial que representa a un país, sino que, más bien, sus respuestas rayan en lo sarcástico, al afirmar, según recoge la prensa, ‘desde ahora en mis días libres me pondré a leer la Biblia porque ni divertirse uno puede. Ohhhh prometo’, ó, ‘nada les gusta, es malo divertirse’.
Sin duda, el Ecuador atraviesa por momentos difíciles que requieren volver, en esencia, a cultivar el respeto irrestricto por las reglas, lo cual es esencial para la vigencia de una sociedad civilizada, donde se ceden libertades a cambio de asegurar una convivencia pacífica y ordenada, donde la moral y la ética no sean elementos accesorios en la actuación de una población que privilegia la inmediatez.
Como vemos, no se trata de crucificar a tres futbolistas profesionales (quienes se miran en el espejo de un Ecuador desvencijado), o que los integrantes de la tricolor vivan en un monasterio, sino que prevalezca el sentido común, donde los actos reñidos con la ley, siempre tienen consecuencias que deben ser asumidas por sus responsables. De otra manera, no estarían dentro del juego limpio o ‘fair play’.
Todo esto nos lleva a plantearnos que mientras no haya un cambio real e importante a nivel de la educación, cuyo efecto es transversal en la vida de una comunidad, difícilmente podremos salir del pantano; pues, ni siquiera tendríamos conciencia de la necesidad de mejorar y, menos, construir un mundo regido por normas donde sea claro distinguir el bien del mal.
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