
En verdad, no se trata de una metáfora sino de una realidad demasiado real. Los candidatos a la presidencia se creen en la obligación de ofertar hasta lo inaudito. Es decir, con solo la nominación, aparece, como surgido de la nada, un nuevo país en el que correrán ríos de leche y miel y en el que los frutos de árboles y sembríos serán suficiente alimento para todos.
De hecho, no importa precisamente la veracidad de la promesa porque lo que está en juego es la tarea de convencer al mayor número posible de votantes para ganar la elección. Ese es el verdadero y único objetivo de todo lo que se hace y se dice en la campaña. La mejor campaña es aquella que mejor logra convencer a los electores de que es verdaderamente cierto el advenimiento de ese paraíso, en el que la vida estará marcada por la libertad y la abundancia de bienes para todos por igual.
De hecho, somos el producto de promesas que aparecieron mucho antes de nosotros mismos. La parte mitológica de nosotros se halla configurada con la materia prima de las promesas que han venido entretejiéndose a lo largo de los tiempos. No renunciamos a la esperanza de que, el rato menos pensado, todo será bueno y diferente. Sin ella, dejaríamos de ser.
Por su parte, los candidatos no hacen otra cosa que prometer, lo cual es totalmente lógico y prácticamente indispensable en esta clase de política. Por ende, no existe, porque resultaría innecesario, un acercamiento crítico a las promesas que, lanzadas al aire, parecerían, no solo buenas, sino indispensables. Hasta el punto de que quien más y mejor ofrece podría convertirse en el mejor de los candidatos. Y, probablemente, sea elegido.
En el castillo de naipes de nuestra política, no hay duda de que cada uno de los candidatos es el mejor.
los candidatos no hacen otra cosa que prometer, lo cual es totalmente lógico y prácticamente indispensable en esta clase de política. Por ende, no existe, porque resultaría innecesario, un acercamiento crítico a las promesas que, lanzadas al aire, parecerían, no solo buenas, sino indispensables.
Sin embargo, también es probable que la mayoría de los candidatos se halle absolutamente consciente de que buena parte de sus ofertas no es más un conjunto de palabras hermosamente vacías de significación real.
Ya elegidos, para no pocos todo o casi todo de lo prometido no será más que ese conjunto casi lúdico de palabras vacías de significación en lo real.
Hace algún tiempo, al día siguiente de las elecciones presidenciales, un grupo grande de habitantes de un barrio popular acudió a la vivienda del elegido para e recordarle sus promesas y exigirle su cumplimiento.
El presidente elegido fue claro y dolorosamente patético en la respuesta a esos electores embaucados: Ahora ya soy el presidente y, en consecuencia, ya n o necesito de ustedes. Por lo mismo, váyanse a sus casas.
Sin respuesta posible, a la crueldad absoluta del engañador, los del barrio regresaron, un poco más humillados, a su atávica vida de pobreza. Posiblemente no se detuvieron a pensar que el engaño suele formar parte del discurso de no pocos que viven de la política.
Por su parte, no faltan los movimientos y partidos políticos que reducen su actuar a lo electoral. De ahí que, pasadas las elecciones ya no vuelve a hablar de política, que ha sido fatalmente reducida a lo electoral.
La ausencia de un perenne quehacer político ciudadano permitiría que los gobernantes de turno hagan cualquier cosa menos aquello que ofrecieron en campaña. Así se perenniza el subdesarrollo.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



