
Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
Tomando en cuenta que el pueblo ecuatoriano, culturalmente hablando, es cristiano y que la mayoría de su población profesa la religión católica, no sorprende que la visita del máximo líder de la Iglesia Católica haya causado tanta expectativa y conmoción en la sociedad.
Más aún si se toma en cuenta que Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, parece recuperar el evangelio de la Alianza, que la teología de la liberación hizo suyo y que Jesús profesó en su tiempo.
En el complejo contexto político del Ecuador, practicantes o no del catolicismo, los y las ecuatorianas estuvieron atentas a las palabras que Francisco pronunciaría; los religiosos católicos por obvias razones referidas a su fe y los no religiosos por el impacto que las palabra del Papa tiene en la vida de la sociedad, incluida y principalmente en el ámbito de la política.
Se sabía de antemano que el Gobierno, en la difícil situación política debido a las movilizaciones sociales desatadas el último mes, haría de todo por sacar beneficio de la visita del Papa, esto más allá de las creencias religiosas de sus funcionarios, sobre todo del primero de ellos, que siempre se ha declarado un ferviente católico conservador. El gobierno puso el Estado laico a disposición total de la visita de Francisco. Cosa curiosa, no porque la figura máxima del Vaticano no lo merezca por su posición de jefe de Estado y de símbolo del Catolicismo, sino porque se supone que hay una clara delimitación entre la vida secular del Estado y la vida religiosa de la sociedad.
El gobierno, creo, debía recibir a Francisco como un jefe de Estado y dejar que la Iglesia Católica se encargue de su estancia en el país, contando como es obvio con el apoyo logístico del Estado. Pero esto no sucedió, prácticamente el gobierno secuestró al Papa, en una muestra más que nítida de querer usar su imagen como apalancamiento político, en un momento difícil para el proyecto de la Revolución Ciudadana.
Desde antes que el Papa aterrice en territorio ecuatoriano, casi todas las dependencia estatales, no se diga gubernamentales, se cubrieron de propaganda religiosa. Incluso tuvieron el mal gusto de soportar el rostro de Francisco sobre el logotipo gubernamental que identifica al gobierno de Alianza País. La acostumbrada y hostigante publicidad gubernamental se llenó con pensamientos de Jorge Bergoglio. Ideas absolutamente rescatables desde la justicia que, sin pudor, los publicistas gubernamentales la usaron como vehículos de la publicidad del gobierno, vaciándola de su contenido ético-teológico.
Apenas Francisco llegó al país, ya en el aeropuerto comenzó el show mediático que el gobierno había preparado, no para el Papa sino para Rafael Correa. No fue difícil percatarse, no tanto por los medios de comunicación no gubernamentales, sino justamente por los gubernamentales, cuyo enfoque de cámara no dejaba de capturar la imagen de su líder político por sobre la imagen del líder religioso, que querían trepar a Rafael Correa sobre Francisco. Estrategia de marketing político que pecó de obscena.
Todo había sido preparado con el mínimo detalle. En el momento de los saludos tanto en el aeropuerto como en el Palacio de Gobierno, no se sabía quién era la visita, pues Rafael Correa saludaba de lejos, de cerca, con los niños, con los jóvenes, con los religiosos quienes fueron a recibir a Francisco. Incluso prepararon un saludo de los jóvenes con el presidente con gestos y maneras propias de las jorgas de amigos, como que no nos íbamos a dar cuenta que todo era un simulacro para hacer quedar bien al Presidente.
En el Palacio de Gobierno, hubo varios momentos en que la imagen de Rafael Correa tapaba a Francisco, sobre todo en aquel momento en que un grupo de monjas y sacerdotes saludaban a su líder religioso, e inmediatamente recibieron el abrazo y el beso del Presidente, quien eufórico como estaba solo le faltó darles la bendición. Este fue quizá el clímax del ridículo presidencial, entre tantos otros como los saltitos, los cantos y las alzadas de puño que profería, como que si estuviese recibiendo a su estrella preferida de pop.
Otros funcionarios gubernamentales también hicieron lo suyo, como el selfie que Gabriela Rivadeneira se tomó con el Papa, en un acto lleno de vanidad e impropiedad. Para que seguir describiendo el despliegue de vana fastuosidad que el gobierno desplegó en la visita de Francisco, al mejor estilo del capitalismo posmoderno y consumista que el Papa critica.
Lo cierto es que todo lo actuado por el gobierno en el recibimiento a Francisco niega el mensaje de reflexión, recogimiento, acogimiento, humildad, justicia, gratuidad, solidaridad y subsidiaridad que el Papa dio en su visita al Ecuador. Entre tanto barullo mediático que organizaron los “revolucionarios” seguramente no escucharon, como es su costumbre, lo que Jorge Bergoglio dijo respecto a lo que significa ser un buen cristiano, un buen ser humano, en referencia a la relación con la naturaleza, con las otredades, con el poder, con la educación, en referencia al diálogo, etc.
Apenas se va la visita, que puso a los funcionarios estatales de cabeza, éstos siguen en su misma actitud displicente, prepotente, vanidosa, egoísta, necia que niega la primera alianza que Francisco vino a comunicar.
Ahora, el Presidente en su última sabatina se dedicó a interpretar las palabras del Papa, todo con beneficio de inventario y sin pudor alguno. Dice que todos los mensajes de Francisco coinciden con su proyecto de gobierno, pasando por alto su política extractivista, la persecución a los dirigentes sociales, la criminalización de la lucha social, su política universitaria de exclusión y privilegios, su autoritarismo, la concentración del poder en su figura, su sordera estructural, etc., etc.
Si no me equivoco, creo que la visita de Francisco, pese a todo lo que el gobierno manipuló con ella, va a terminar pasándoles factura a los revolucionarios de conveniencia, pues como el Papa dijo en relación al evangelio, si este no es real es su caricatura, igual se aplica para la revolución.
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