
Lo cierto es que, en el país, lo corrupto y lo cínico han llegado a formar parte casi consustancial de su cotidianidad social, ética, política y económica. Los escándalos, no solamente que no cesan, sino que se incrementa día tras día en un proceso que no tiene fin. Nada detiene las denuncias y comprobaciones de robos y asaltos a los dineros públicos. Los actores no son los convictos que ya han ido varias veces a la cárcel. No, son gerentes de instituciones y bancos del Estado, administradores de empresas nacionales, ex ministros... Un listado de infames.
En esta lista de lo perverso también se encuentra, ocupando un especial sitio, un ex presidente de la república que, como si fuese poco, anda suelto predicando el evangelio de su podrida honorabilidad y hasta de la santidad sus manos limpias y de su corazón, ardiente de dinero mal habido, de sed de venganza y de sangre. Ardiente de dar clases en otros países de cómo administrar un país y llevárselo luego en andas, con todos sus bienes, sin que nadie se dé cuenta y, sobre todo, logrando que el populacho lo proclame héroe.
Ciertos ciudadanos son ubicados en determinados cargos para que administren y protejan los bienes y servicios del Estado, para protegerlos e incrementarlos. Sin embargo, la corrupción hace que ojos y oídos vean y escuchen todo lo contrario. Fueron llevados a esas instituciones, no a administrarlas y protegerlas con honorabilidad y empeño, sino a robar. Sí, a robar sin descaro en Carondelet, en los ministerios, en Petroecuador, en el IESS, en las aduanas en todas y cada una de las empresas nacionales.
Se los colocó justo en los espacios administrativos en los hay dinero suficiente y en los que es fácil comprar, a bajo precio, la conciencia de otros. Entre estos no faltan los administradores de justicia, piezas claves en el proceso de corrupción. Sin ellos, todo se derrumbaría, ¿Acaso Correa no reformó la justicia con sus jueces para este maquiavélico propósito?
Fueron llevados a esas instituciones, no a administrarlas y protegerlas con honorabilidad y empeño, sino a robar. Sí, a robar sin descaro en Carondelet, en los ministerios, en Petroecuador, en el IESS, en las aduanas en todas y cada una de las empresas nacionales.
¿Qué es la ética? Para los que se llevan el país en andas, es el arte de llevarse el país en andas sin que nadie repare en ello. Hacerlo con suficiente inteligencia para, pese a todo, permanecer justos.
Exactamente como ha acontecido en los hospitales del IESS y en los del ministerio de salud. O en el sistema financiero de la policía nacional cuyos ahorros se han hecho humo y nadie sabe ni cómo ni cuándo ni quien lo hizo. En el IESS se roba a dos a cuatro manos millones de dólares destinados a la salud de los afiliados: allí los muertos no tienen ni sepultura.
Pero resulta que todo esto no es más que un mero romanticismo trasnochado, pasado de moda. Desde hace muchos años, se predica y se vive en el país el evangelio de la corrupción, es decir, aquel que enseña a aprovecharse del cargo público, de la confianza popular en las urnas para enriquecerse lo antes posible.
El IESS ha sido saqueado inmisericorde y vilmente por sus propios administradores y dirigentes que no tienen reparo alguno en continuar el saqueo como si se tratase de una buena obra de caridad.
Hoy el Seguro Social es un monumento a la ignominia de la corrupción. Sus hospitales se deshacen en medio de un quemeimportismo inimaginable de sus autoridades y de otros más. Todos ellos, de una u otra manera tienen las manos sucias. Y ni siquiera hay agua oxigenada para limpiarlas. Se la bebieron.
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