
Hasta ahora no se registra en la historia mundial un evento que haya podido cambiar las condiciones de anarquía, balance de poder y autoayuda del sistema internacional. La política internacional se ha configurado -y continuará de la misma manera- en términos del interés nacional del Estado y, casi exclusivamente del interés de las potencias.
Las declaraciones de Joe Biden sobre la retirada de Estados Unidos de Afganistán responden al interés nacional plasmado en su política exterior, evidenciando su predominancia sobre cualquier otro aspecto presente en el proceso de toma de decisiones. “Nuestro único interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy lo que siempre ha sido: prevenir un ataque terrorista en la patria estadounidense”, sostuvo Biden. Ante esto, la principal inquietud generada radica sobre la capacidad actual de control del terrorismo yihadista por parte de los Estados Unidos, ¿serán capaces de prevenir futuros ataques terroristas alejados de la zona de generación?
Más allá del alto grado mediático que ha alcanzado la victoria yihadista, celebrada de manera similar en 1989 cuando los afganos expulsaron de su territorio a los soviéticos, existe una cuestión alarmante relacionada con el potencial riesgo de la reconstrucción de las redes de Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS) en territorio afgano, lo cual pondrá a prueba a la inteligencia estadounidense después del 11-S.
La pérdida del control del territorio afgano es el principal factor que se opone a los objetivos estadounidenses de seguridad nacional. Su capacidad de inteligencia en este nuevo escenario se verá disminuida debido a no contar más con tropas en el área, contactos en la población y fuentes de información.
Las condiciones no serán similares a las registradas desde el 2001, la política antiterrorista de Washington presentará muchos más retos y dificultades para ser ejecutada y sobre todo para ser exitosa y alcanzar sus objetivos. El colapso del gobierno afgano dota de energía a Al Qaeda y a los talibanes para continuar con sus planes fundamentalistas y su vínculo ahora es mucho más fuerte efecto de más de 20 años subsistiendo a las presiones estadounidenses, lo que a futuro recaerá en el fortalecimiento del entrenamiento y operación conjunta.
Sin embargo, no todo es favorable para los yihadistas. La presencia activa de ISIS -principal opositor de los talibanes y también de al Qaeda- en territorio afgano dificultará el logro de las pretensiones particulares de cada una de estas organizaciones debido a los intereses contrapuestos existentes entre ellos para el control de estructuras yihadistas mayores, cuestión que limitaría de cierta forma la capacidad de la amenaza terrorista.
Por ahora, la pérdida del control del territorio afgano es el principal factor que se opone a los objetivos estadounidenses de seguridad nacional. Su capacidad de inteligencia en este nuevo escenario se verá disminuida debido a no contar más con tropas en el área, contactos en la población y fuentes de información. Vulnerabilidad que deberá ser superada con ajustes en su estrategia contraterrorista, situación perfectamente manejable y sostenible.
A pesar de los riesgos y siendo conscientes de las implicaciones, la política de Washington cambió y se optó por el repliegue de sus tropas, pero el interés nacional vital contraterrorista sigue allí, moldeando una nueva configuración de la política y la estrategia. A la final, el interés nacional manda.
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