
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
El legado que nos deja el correísmo al Ecuador y a nosotros, sus ciudadanos, es un fardo que lo tendremos que recibir y sin beneficio de inventario. No podremos mirar la herencia, evaluarla y aceptarla si los haberes fuesen mayores que las deudas. ¡Ni pensarlo! Será nuestra a pesar de rechazarla. ¡Qué karma!
Una porción muy amplia de esta dote es el endeudamiento que, según voces especializadas, podría llegar a los 50 mil millones de dólares. ¡Algo inimaginable, al menos en mi caso! Y hay otros aspectos que quizá serán más difíciles de solventar y de remontar, porque entrañan aspectos culturales, simbólicos, incluso más complejos que los cuantitativos.
El correísmo ha potenciado la intransigencia para defender todo punto de vista, a como dé lugar, y la intolerancia hacia quien difiere de la manera de pensar, de expresarse y de vivir de cada uno; esto nos ha conducido a la polarización. Cada vez de modo más fácil y rápido nos colocamos en las antípodas y allí permanecemos. Estas condiciones, de tanto percibirlas y vivirlas, se han naturalizado, se han encarnado en la cultura ecuatoriana y erradicarlas exigirá tiempo, educación y paciencia, además de madurez, honradez y sensibilidad.
Las indicadas no son la única herencia. También nos ha dejado la tolerancia frente a la violencia y a la injusticia; la opacidad en todas las dimensiones del poder político; los dobles discursos y la discrecionalidad, además del abuso como práctica de los titulares de aquel poder. Todo esto alimentado por la indiferencia y la comodidad de cierto segmento de compatriotas.
Se ha vuelto más potable aceptar el engaño y la mentira y el recurrir a cualquier medio para llegar a un fin superior como aquel que hace 10 años tantos mencionaban con su mano en el corazón y en estado de éxtasis: el proyecto ¡¿Cuál proyecto?! La tirria a la transparencia y el terror para reclamarla se han apoderado de la conciencia ecuatoriana. Un alto porcentaje de ecuatorianos está habituado a no indagar, a admitir sin réplica y a someterse. La pedagogía AP contra el periodismo ha criminalizado la pregunta, la duda, la curiosidad y el derecho a desconfiar de la palabra oficial o a desear conocer más de ella. Como había carreteras, que dicho sea de paso muchas personas no las encontramos, era innecesario averiguar más. ¿Para qué?
Y es por esta necesidad del correísmo de no ser inquirido que sus cabezas pretenden, por medio de sus empleados, despojarnos a los ecuatorianos del derecho a escuchar y mirar medios como la Radio Democracia y la Radio Visión, por citar dos de las tantas emisoras en peligro de ser eliminadas por los amigos de la oscuridad y de la confusión. ¿El Ecuador y sus ciudadanos permitirán que los AP cometan este atropello, que Fundamedios<http://www.fundamedios.org/varios-medios-tradicionales-perderan-sus-frec... registra con tanto detalle, y amplíen, con beneplácito oficial, el monopolio de un fantasma<http://www.fundamedios.org/la-mitad-de-la-tv-de-quito-y-guayaquil-manos-...?
Qué abismos existen entre la retórica y las declaraciones de los correístas y los hechos, sus prácticas, conductas y comportamientos. Pocas veces en la historia republicana la gestión y la administración del estado han sido tan vapuleadas como en la década correísta. Felizmente, su pretensión de subyugarnos con eufemismos y ambigüedades está siendo desactivada y pocos creen que citar a todos y a todas sea una expresión de inclusión social o apenas una frasecilla hueca. Tanta dizque supuesta rendición de cuentas, tantas menciones al pueblo mandante no pasan de ser eslóganes frente a la arbitrariedad para decidir qué regulación o qué parte de una norma será validada, según sea para castigar o para premiar.
¡Y cómo ha crecido y se ha esparcido el miedo! Su presencia es otro legado de los que se dicen revolucionarios del siglo XXI. Por miedo, los ecuatorianos hemos debilitado esa cualidad que tanto nos identificaba: la solidaridad. O el pronunciarnos en voz alta y hablar. Simplemente hablar. Y hasta atrevernos a arriesgar y a enfrentar lo incierto. El miedo se volvió un entorno para evitar decir y evadir a quienes no encajan en el ideal de sumisión estimulado por los AP. Por miedo, seguramente hasta comprensible, tanto ecuatoriano consintió en entregar un diezmo de su trabajo para las farras y las presuntas conmemoraciones del correísmo. Claro, si no cotizaba podía ser despedido, ya no le contratarían o recibiría alguna advertencia. El miedo contribuyó al chantaje, a la injusticia y potenció la coacción y la persecución. ¿Por qué no ensayar el riesgo <http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/juego-el-riesgo/> como nos recomienda el articulista Gerver Torres? Hasta nos podría ir aún mejor de lo que prevemos…
Curar tantas dolencias, superar tantos males es el desafío del momento. No solo de los dirigentes sociales, los políticos y los personajes públicos. Sino de gente común como usted, como yo. De todos quienes nos sentimos ciudadanos plenos. Los escándalos de corrupción de la historia ecuatoriana demuestran que el cambio de individuos no ha lograda eliminarla, apenas ocultarla o debilitarla hasta que emerja con fuerza en la siguiente oportunidad. Remediar estos padecimientos nos corresponde a todos los ciudadanos, e implica un compromiso individual que va más allá de elegir a uno de los candidatos en febrero. Supone acostumbrarnos a respetar, sí, a respetar las instituciones a pesar de estar tan debilitadas, a responder tanto ante nosotros mismos como ante quienes nos rodean y a hacerlo con humildad y capacidad de aprendizaje. No solo en lo político, sino, sobre todo, en lo privado. ¡¿Difícil, no?!
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