¿El metro de Quito hecho mediante un contrato llave en mano por una empresa china? No, gracias. La experiencia de lo acontecido en los proyectos llave en mano (el proyecto Coca-Codo Sinclair es un ejemplo cercano), lleva a rechazar tan gentil oferta, que según declaraciones del ministro de Finanzas, Fausto Herrera, en China es una de las que se evalúa.
No, gracias, en primer lugar, por los costos. Los contratos llave en mano son siempre, siempre, más caros que los contratos de construcción nacidos de un sistema competitivo. Llama la atención que Herrera pueda decir que la alternativa que se evalúa tiene un menor costo que las que actualmente se consideran para el metro. ¿Cuándo, quién y cómo hizo para evaluar los 15.000 ítems que constan en los estudios para ofertar un costo menor? Simplemente es asombroso.
Considérese, por otro lado, que los contratistas “llave en mano”, prevalidos de que tienen el financiamiento y la sartén por el mango, modifican las especificaciones, cuando no las realizan ellos. Y casi siempre imponen su voluntad. Recuerden que, en 2007, cuando Alberto Acosta era ministro y también tenía que ver con la electricidad, el costo del proyecto Coca Codo Sinclair (CCS) estaba en alrededor de $ 945 millones, mientras hoy está en $ 2.245. Es verdad que se duplicó el número de turbinas, pero ese mismo es el problema: más turbinas no necesariamente significan una mejora en el proyecto sino que se las piensa como redundantes, para poder darles mantenimiento.
No, gracias, en segundo lugar, por la calidad de la obra. Las pocas personas con las que se puede hablar sobre lo acontece en el proyecto CCS refieren que por recortar tiempos y hacer mayores ganancias, la contratista sacrifica la calidad de la obra. Además, la fiscalización, que el Gobierno contrató con una firma mexicana para el CCS, no es ni de lejos lo estricta que debiera ser: sus ingenieros confraternizan demasiado con los ingenieros de la obra, tanto chinos como ecuatorianos, y permiten, es lo que comentan, que no se cumplan las especificaciones de calidad.
No, gracias, en tercer lugar, por la seguridad. El mismo día 6 de enero que llegó la noticia desde China de que se abría la posibilidad de un contrato llave en mano para el metro de Quito, moría el décimo cuarto trabajador del accidente producido el 13 de diciembre en el pozo de presión número 1 del CCS. Ese accidente clama al cielo porque fue producido por la imprevisión y la necedad de los ingenieros chinos: para que se pueda trabajar en el fondo del tubo de presión de 600 m, dado que caía mucha agua desde las paredes, por las filtraciones de cursos de agua subterráneos, a los ingenieros chinos no se les ocurrió mejor medida que poner una tolva o tapón a media altura que recogiera el agua, con un desagüe, pero nadie vigiló qué sucedía allí, pues en esa tolva caían desde lo alto piedras, tierra, varillas y no solo agua. Las advertencias de los ingenieros y los trabajadores ecuatorianos no sirvieron para nada. El desagüe se taponó en algún momento y todo aquello explotó. El agua represada produjo al caer un émbolo de aire que empujó (y salvó) a algunos de los trabajadores, pero luego, el agua, el lodo y el material que seguían detrás mataron a 13 hombres, diez ecuatorianos y tres chinos, y dejaron 12 heridos, uno de los cuales murió este 6 de enero. A pesar del mutismo de las autoridades, se sabe que otros quedarán discapacitados. Hay quienes dicen que en las obras grandes siempre hay el riesgo de accidentes, pero los trabajadores e ingenieros ecuatorianos en el CCS, cuando pueden hablar, describen con indignación la absoluta falta de seguridad laboral que existe en esta obra, que no se compadece con los estándares mínimos que se exige a cualquier otro contratista en el Ecuador. Ya antes, en abril, murieron cuatro trabajadores chinos en otro proyecto, el de Sopladora, a cargo de la empresa Gezhouba, donde en total han muerto siete trabajadores, Y en el CCS se han producido otras muertes.
No, gracias, en cuarto lugar, por las condiciones laborales. Además de la falta de seguridad, en el CCS priman unas relaciones del capitalismo más salvaje. No existen condiciones higiénicas, de alojamiento, de habitabilidad decentes. La comida –por la que ya se produjeron reclamos, que fueron acallados con desahucios–, sigue siendo mala. Y lo peor, los trabajadores no pueden reclamar siquiera pues son despedidos de inmediato. Para que la Sinohydro se ahorre problemas, los trabajadores son reemplazados frecuentemente. Se dice que el tiempo máximo de estadía, igual que para muchos ingenieros, es de seis meses. Los chinos, supuestamente comunistas, no solo que no quieren sindicatos sino que ni siquiera aceptan un mínimo asomo de organización laboral.
¿Así se quiere hacer el metro de Quito? No, gracias. Porque terminará costando más, en lo financiero y en lo humano. Pero, además, la calidad dejará mucho que desear. Y se trata de Quito, que no acepta cosas de pacotilla. Y estamos hablando del Patrimonio de la Humanidad, el Centro Histórico de Quito, con el que no se puede jugar.
El Gobierno debe ponerse serio, y la Municipalidad no puede ceder en esto: si se hace el metro (y esa es otra discusión, si se debe o no hacerlo), su construcción debe encomendarse a empresas serias y garantizadas y no a firmas chinas, conocidas por su apresuramiento y falta de cuidado. Y mucho menos con contratos llave en mano que se prestan a todo tipo de trampas para bajar la calidad y la duración de las obras.
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