
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
En su célebre obra La sociedad cortesana, Norbert Elias disecciona esa estructura de poder basada exclusivamente en el prestigio, y que funcionó en distintos países de Europa durante varios siglos. Aunque no deja de analizar otros lugares, Elias se centra en la Corte francesa. Considera que representa el ejemplo más nítido de una élite social, política y económica que ejerce el poder en un absoluto distanciamiento del resto de la sociedad.
El éxito de la nobleza cortesana radicaba en su capacidad para apuntalar la figura del rey por encima de sus disputas y rencillas internas. Todo se resumía en un juego de maniobras, cálculos y presiones que permitían a los involucrados conseguir rangos y prebendas, cuya potestad de asignación recaía exclusivamente en el monarca. El mundo se reducía a lo que sus ojos alcanzaban a ver; es decir, a las verjas de un gigantesco palacio dentro del cual desarrollaban todas sus relaciones sociales.
Era el ensimismamiento absoluto. Por eso, precisamente, la mayoría de los cortesanos no pudo explicarse por qué el pueblo empobrecido de París atacó e incendió el palacio de Versalles. Tampoco estuvieron conscientes de la realidad, cuando uno a uno iban dejando su cabeza y su delirante superioridad en la guillotina.
¿Hasta dónde piensan las élites ecuatorianas tensar la cuerda de la dominación? ¿No fue el paro de octubre un campanazo respecto de los límites del modelo de sociedad que quieren imponer?
Vivir de espaldas a la sociedad ha sido no solo un hábito, sino una ilusión de las élites. En América Latina, esta cultura de la exclusividad se reforzó como consecuencia de las lógicas coloniales que heredamos luego de siglos de dominio externo e interno. No es casual, por lo mismo, que nuestro subcontinente sea el más desigual del planeta. Tampoco es casual que el sistema político se haya esmerado tanto en el blanqueamiento de la representación formal. Hoy el Ecuador está dando cátedra sobre la exclusión política por motivos raciales.
En efecto, el fraude montado contra la candidatura de Yaku Pérez es una respuesta del sistema frente a la amenaza de la diversidad. Mejor dicho, frente a la posibilidad de alteración de un equilibrio basado en las premisas clásicas de la modernidad: capitalismo, Estado nacional, monoculturalismo, homogeneidad mestiza, progreso lineal… Una agenda a la que, sorprendentemente, hoy pliegan sectores que se autodenominan de izquierda y que coinciden con el pacto oficial para dejar a Pachakutik fuera de la segunda vuelta.
¿Hasta dónde piensan las élites ecuatorianas tensar la cuerda de la dominación? ¿No fue el paro de octubre un campanazo respecto de los límites del modelo de sociedad que quieren imponer? ¿No es suficiente con la bestialidad ocurrida en las cárceles para confirmar que la combinación de opulencia con marginalidad únicamente termina en la más completa deshumanización de la gente?
En octubre de 2019 pusieron el grito en el cielo porque la lucha política se salió de los márgenes de la institucionalidad y se trasladó a las calles. Hoy, cuando una candidatura indígena amenaza con derrotarles en las urnas (es decir, en lo más depurado de la institucionalidad), también ponen el grito en el cielo por la osadía de los subalternos de reclamar sus derechos. ¿De qué fraude hablan?, vociferan, cuando los indicios y evidencias se multiplican como hongos. ¿Cuánto les durará ese mundo paralelo que se han construido?
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