
Lugar: Naciones Unidas y República del Salvador, una de las zonas más caras de Quito.
Hora: siete de la mañana.
Clima: frío: once grados, y cielo parcialmente cubierto. Un amago de lluvia. Un amago de sol. Y una neblina que, perezosa, se disipa a lo lejos.
A esta hora ya hay albañiles en los nuevos edificios que se están levantando en la zona. Altos, altos, altos, los edificios. Arriba, arriba, arriba, los albañiles. Y viéndoles allá, con sus cascos amarillos cabeceando las nubes, el miedo es más nuestro que de ellos.
Hay muchos cafés y bares, entre caros y más o menos caros, regados por la zona, y en un tramo de las Naciones Unidas, en la vereda que queda al costado del Quicentro, una oferta diferente. Café también, pero también guatita, empanadas fritas, bolones con mote. Y todo a dólar el plato. Esto, como es obvio, no se encuentra en la carta de desayunos del Hotel Sheraton o “Cheraton” como diría mi primo de la Costa. Los dos únicos hombres que veo desayunar a través de los ventanales del hotel toman su café y juguito de naranja.
Perros y personas paseando y, de paso, ejercitándose. Son perros grandes, de raza: ¿chow chow?, ¿sabuesos?, ¿labradores? No siempre los dueños comparten el paseo con sus perros. Un hombre y una mujer, que el ojo menos experto en estilos de vestir identificaría como de una clase social distinta de los propietarios, se encargan de pasear, a cambio de dinero, a cinco perros lugareños. La relación ser humano-perro es, en este caso, distinta de la relación hombre-perro que se da cuando el par humano es el dueño.
Hay muchos cafés y bares, entre caros y más o menos caros, regados por la zona, y en un tramo de las Naciones Unidas, en la vereda que queda al costado del Quicentro, una oferta diferente. Café también, pero también guatita, empanadas fritas, bolones con mote. Y todo a dólar el plato
La relación perro-dueño es afectivo-deportiva. La relación perro-cuidador es puramente laboral. El dueño comparte las delicias del paseo con su perro. El cuidador se esfuerza por mantener a los perros sujetos a sus correas e impedir que vayan a parar a la calle donde pasan tantos autos, que, por la experiencia que tenemos en estas tierras, no respetan mucho a los humanos. El perro y su cuidador están cada uno en lo suyo: el uno trabajando y el otro paseando, y no se aprecia en ninguno de ellos una actitud favorable a compartir nada.
En medio del frío, un musculoso en BVD. ¿Será porque piensa que los músculos protegen de las bacterias y los virus o, talvez, porque cree que los que tienen músculos redondos se resfrían con menor frecuencia que los que tienen músculos planos? Más allá, aventajando a todos los caminantes, se ve pasar un bólido en patineta eléctrica. “Vas a llegar primerito”, le digo mentalmente.
Ahora se ve a un hombre, de unos cuarenta años, que, seguro de la importancia que le brindan los parches rojos de los codos de su chaqueta azul, entra en la embajada de Alemania. Después de unos minutos sale a la carrera. Va a sacar unas copias que no puede dejar de entregar ahora, este momento: la burocracia, al parecer, no aprecia el valor social de las coderas.
Aparece la primera mendiga, sentada, arrimada a una pared, con un niño pálido en las piernas. Y más allá, ya en el parque de La Carolina, las chicas bonitas de las cercanías se esfuerzan, trotando, en perpetuar su condición de bellas. Me recuerdan a las rosas perennes. Esas que, como nos dijo una florista a la que compramos un arreglo de rosas enanas para la sala, se “eternizan” por cinco o seis años. Período en el que no necesitan agua y dan siempre la apariencia de estar frescas.
Las empleadas domésticas se dirigen, rápidamente, a las casas en las que trabajan, los empleados públicos comienzan a entrar en los ministerios, unos policías municipales descansan, sonrientes, en sus bicicletas, ¿por qué ese hombre harapiento arranca y acumula en un montoncito la mala yerba del césped del parterre?
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