
PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
En la experiencia ecuatoriana, el populismo emergió en contra de la plutocracia. Sin embargo, hoy, y no sólo en el Ecuador, asistimos a su simbiosis. Francis Fukuyama aporta toda una línea conceptual en esta dirección.
La oligarquía se expresa en la influencia desproporcionada, tanto política como económica en la sociedad, gracias a la riqueza privada. Pero también en países como Vietnam o China, la concentración de la riqueza en el Estado genera un fenómeno semejante, vertebrado alrededor de clases medias. La plutocracia, entonces, no se circunscribe a la burguesía, también se aloja en las clases medias.
Respecto del populismo, señala el eminente académico, su naturaleza le emparenta con la plutocracia. Tanto Trump, como López Obrador y Bolsonaro, ejercen un liderazgo personalista; su convocatoria “no se basa en políticas o ideologías amplias”, sino en su carisma. En todos ellos prima el interés propio como razón de su poder. Frente a la pandemia, por ejemplo, antepusieron su interés electoral al de la salud pública. Desoyeron a los expertos en salud, impulsaron una reactivación económica prematura en aras de su popularidad con miras a eventuales reelecciones. Los populistas quieren ser populares y no transmitir malas noticias que les podrían acarrear una pérdida de su caudal electoral.
El estilo populista es incompatible con las alianzas o coaliciones de poder compartido. De ahí su autoritarismo que se sustenta en la distribución de rentas y beneficios otorgados con criterios políticos que confluyen en la corrupción, la manipulación política y el clientelismo. Así se van creando redes en las que se incuba una sui géneris plutocracia.
Una forma de impedir el avance de esta nueva amenaza a la democracia es conjugando las economías de mercado con el estado de bienestar. Tal es la importancia de la socialdemocracia. Ésta es necesaria para sostener un sistema realmente democrático. Su acoplamiento con una economía abierta no se da en abstracto, sino en condiciones concretas. Los casos de los países escandinavos son un ejemplo. Dinamarca y Suecia, famosos por sus estados de bienestar, se vieron obligados, por las circunstancias de la economía, a reducir impuestos y reorientar los beneficios sociales en formas más concordantes con la realidad. Ello supone un juicio pragmático.
Es más factible, entonces, una alianza entre socialdemocracia y liberalismo, que una coalición entre populistas y políticos socialdemócratas. Hugo Chávez o Daniel Ortega implantaron regímenes de un poder absorbente, no compartido. Se opusieron tanto a la libertad de mercado como al libre juego de las fuerzas políticas. La política deja de ser deliberativa y se convierte en la función de un Estado policial que anula el disenso.
La posibilidad de acuerdos y coaliciones entre estas organizaciones con la candidatura del centro liberal tiene más coherencia que su subordinación, sin beneficio de inventario, a la hegemonía de un liderazgo personalista encarnado en la figura de Rafael Correa.
También resultan más compatibles las reivindicaciones identitarias con la democracia liberal. Fukuyama anota que hay movimientos de identidad peligrosos tanto en la izquierda como en la derecha. El feminismo, la justicia racial, los derechos de los homosexuales y las lesbianas, de las personas transgénero, están mejor garantizados en un ideario liberal. Éste consagra la igualdad de hombres y mujeres, en cuanto a derechos y oportunidades; la igualdad en ese mismo plano de las etnias y de las preferencias sexuales. Esto impide que la discriminación positiva engendre nuevas desigualdades.
En el alineamiento de fuerzas políticas en el momento que vive el Ecuador, estas aclaraciones conceptuales conducen a entender mejor las estrategias en juego. Para la socialdemocracia, es incongruente una alianza con el correismo. La ID nació, precisamente, del rechazo al pacto mordoré, en virtud del cual el liberalismo se rindió ante el presidente electo Velasco Ibarra que encarnaba el populismo de la época. Hoy, no podría abdicar de ese origen entregando un cheque en blanco al candidato del populismo correista. Pachakutik, por su lado, es un movimiento orgánico que postula una reivindicación identitaria no incompatible con la vigencia de la identidad nacional. La votación alcanzada por Yaku Pérez fue una expresión de esa confluencia de identidades.
La posibilidad de acuerdos y coaliciones entre estas organizaciones con la candidatura del centro liberal tiene más coherencia que su subordinación, sin beneficio de inventario, a la hegemonía de un liderazgo personalista encarnado en la figura de Rafael Correa. Dicho liderazgo carece de ideología, gira alrededor de sus intereses personales y de un prurito autoritario y antidemocrático.
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