Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
La insurrección de junio de 2022, protagonizada por la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador) y sus aliados, retrata los cambios en el movimiento indígena, insinuados ya en octubre de 2019 y ahora expuestos y evidenciados. Muestra que algunas facciones y sectores ya no sintonizan con los principios y propósitos que guiaron su primera movilización, en octubre de 1990. Aunque aún postulan ciertas prácticas, con raigambre cultural, hoy lo hacen en aras de los objetivos individualistas de sus caudillos y/o de los designios de asociados con los cuales los cabecillas de la CONAIE han acrecentados sus vínculos.
¿Por qué afirmo esta premisa? Permítanme remontarme al siglo XX y examinar algunos de los hitos de este proceso.
La lucha de los pueblos indígenas inició en las décadas de 1920 y 1930 y se concretó con el “primer congreso nacional de organizaciones indias”, denominado también “conferencia de cabecillas indígenas”, en Quito, en 1931. 1944 es la fecha de nacimiento de la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI), cuya primera secretaria fue la dirigenta Dolores Cacuango.
En 1972, con apoyo de la Iglesia Católica y del obispo Leonidas Proaño se constituyó la Ecuarunari. A las reivindicaciones por la reforma agraria, añadieron las de reconocimiento a su autodeterminación, la demanda de respeto a sus culturas y la autogestión. Estos requerimientos sumaron densidad al nuevo discurso indígena y le otorgaron respaldo social y respeto.
Una característica de este proceso es que su perspectiva originaria contenía un enfoque indigenista, proveniente de diversas esferas. La primera, de los partidos políticos de izquierda y marxistas. Tanto el socialismo como el comunismo apoyaron las movilizaciones indígenas y ejercieron una suerte de tutela ideológica, por ello el acento en la lucha de clases desde esos momentos iniciales. Luego, en la década de 1970 la Iglesia Católica comenzó a disputar con las organizaciones políticas de izquierda aquella hegemonía. Lo hizo desde las vertientes de la Doctrina Social de la Iglesia y de la Teología de la Liberación. Este nuevo camino promovía la organización social, su inclusión integral y la mejora de sus condiciones de vida. Este apoyo también contenía rasgos indigenistas pues mantenía una visión paternalista que atribuía cierta minoridad a los indígenas.
En 1977 aquella perspectiva quiso ser superada por el Instituto Indigenista Ecuatoriano que convocó al primer encuentro de indígenas ecuatorianos, con participación de delegaciones de diversas comunidades de la Sierra, Amazonía y Litoral. La cita se llevó a cabo cuando el país debatía sobre el proceso de reestructuración jurídica del Estado y sobre el voto de los analfabetos. Algunos dirigentes políticos luchaban por incorporar este derecho en el proyecto de nueva Constitución, que fue el aprobado en plebiscito. Trataban de integrar a la condición liberal de ciudadanía a los iletrados.
Quienes no sabían leer ni escribir provenían, en su mayoría, de la población indígena de la serranía. Por ello, la declaración final de esa reunión se pronunció por el reconocimiento de los indígenas como ciudadanos completos, con los mismos derechos y responsabilidades que los alfabetizados. Para ese momento no se hablaba de pueblos y nacionalidades. Todos se asumían como comunidades.
Es triste que, como colectivo, los indígenas hayan perdido su autonomía de pensamiento y de acción a cuenta de los dineros y de otros recursos que esos nuevos patrones entregan a quienes actúan como jefes hambrientos de dominación. ¿Qué futuro diseñará la CONAIE? Sus luchas internas lo definirán
Con la vigencia de la democracia pudo constituirse la CONAIE, en 1986. El líder Luis Macas sostenía que el poder de esta organización radicaba en las comunas, sus organizaciones de base, las que sustentaban la legitimidad de sus reclamos. En esta línea se produjo el levantamiento de 1990. Fue un parteaguas pues, desde ese entonces, el movimiento indígena se fue transformando en actor político.
Este cambio se consolidó con la conformación de Pachakutik en 1995 y el casi inmediato ingreso de los dirigentes indígenas a las lides electorales. Aunque fue visto como un fortalecimiento, también marcó el comienzo de nuevos problemas, por el sustrato político-ideológico que penetraba en la CONAIE a través de Pachakutik. El nuevo grupo político se alió con la Coordinadora de Movimientos Sociales y conformó el movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik- Nuevo País, en 1996. Los indígenas no solo propusieron una nueva agenda, sino que se estrenaron como personajes centrales en las destituciones presidenciales de 1997, 2000 y 2005, con toda la inconsistencia que esta participación significó. En alguno de estos lapsos Pachakutik expulsó de sus filas a los mestizos y se convirtió en un movimiento netamente étnico. ¡Pero esto no fue racismo!
La renovada plataforma de lucha incluyó el reconocimiento de los derechos colectivos, objetivo plasmado en la constitución de 1998. Este logro no satisfizo a todos. Hubo una corriente indígena que lo calificó de perverso, pues morigeraba la lucha y presentaba la posibilidad de que los indígenas no solo tuvieran un futuro insurreccional, sino que pudieran intervenir en la reforma integral del estado, y combinaran la presión extra institucional con la participación electoral, como se lee en la tesis de maestría de Napoleón Saltos. De cierta manera, esta encrucijada, en vísperas del derrocamiento del presidente Mahuad, en enero de 2000, muestra cómo entre los indígenas coexistían posiciones distintas: unas que aceptaban las formalidades de la democracia y otras que más bien las rechazaban por el menosprecio a sus normas y reglas, en tanto régimen jurídico. Y por etiquetarla de burguesa, seguramente.
El camino de la CONAIE ha sido un sendero zigzagueante. A pesar de la retórica de que sus dirigentes responden a las decisiones que nacen en las comunas, el empaque de sus cabecillas ha pesado y, al parecer, cada vez con más fuerza. Quizá responda a que la CONAIE no ha permanecido inmune a los individualismos de esta época. El caso es que, con Leonidas Iza, la CONAIE parece haber tomado la vía insurreccional, como su primera opción, muy en concordancia con los postulados de su libro publicado en octubre de 2019. Ha recuperado la postura ideológica de la lucha de clases, aupada esta vez por el correísmo, con el aderezo del comunismo indoamericano y el apoyo y aplauso de las facciones identificadas con los grupos guevaristas y mariateguistas. Con esta postura, el actual círculo de poder indígena ha restaurado el indigenismo, al admitir la tutoría de quienes alimentan y financian las miradas autoritarias, violentas y no democráticas.
Es triste que, como colectivo, los indígenas hayan perdido su autonomía de pensamiento y de acción a cuenta de los dineros y de otros recursos que esos nuevos patrones entregan a quienes actúan como jefes hambrientos de dominación. ¿Qué futuro diseñará la CONAIE? Sus luchas internas lo definirán.
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