Es licenciado en Sociología y Ciencias Políticas por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito; Magíster en Comunicación, con mención en Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.
Existe una realidad para los que comprenden mejor las relaciones entre sucesos, leen las noticias, forman su criterio; y otra para quienes la viven desde el sentido común y sus necesidades cotidianas.
Por eso es importante el control de la opinión pública: mantiene en secreto los asuntos del estado y de esta manera conserva el dominio en la relación entre gobernantes y gobernados. Para los “enterados”, evita que construyan criterios propios, que invaliden las acciones del estado, particularmente cuando benefician a sus alianzas políticas, a sus grupos de poder o a las redes de corrupción.
Para los que viven el día a día, la intención es otra. Mantener controladas las emociones sociales: la ira con promesas y bonos; el miedo con estadísticas de muertos; la tristeza con visitas a hospitales y entrega de alimentos; y despistar a la alegría con la información enfocada en la supervivencia y no en el futuro.
El sistema de salud fue reorganizado con fines políticos en función de intereses mafiosos y se mantuvo a pesar de las denuncias de los medios de información y de los mismos gremios de médicos.
El resultado, una masacre comparable a saber que va a sobrevenir un bombardeo y contratar publicidad para mostrar que estamos preparados, pero nunca construir los refugios antiáereos.
Se debía aceptar la situación y acordar con todas las instancias políticas y administrativas el cambio urgente del modelo, para desaparecer la burocracia del sistema de salud y reemplazarlos por personal capacitado en un sistema de gestión que permita enfrentar la pandemia.
El gran secreto que se descubre es que estamos aceptando que miles mueran para que miles vivan; pero cómo admitirlo, con qué cara en medio de las denuncias de corrupción, mientras, toda una generación confinada en sus hogares no puede apoyar a su familia buscando trabajo o preparándose para encontrar uno en el futuro.
Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene razón en advertir que se debe mantener el confinamiento y los cuidados, no sirve de nada en Ecuador. Resulta que el descalabro de las cifras será útil políticamente al gobierno de Moreno para mantener otro secreto: los datos reales, para decir que podemos salir, con semáforos de todos los colores a las calles, pero la verdad es que no podemos aguantar más en las casas. Morir encerrados en habitaciones, con hambre o en las calles trabajando.
Disminuirá la curva, sea cierto o no, y nos tranquilizaremos un momento; pero qué pasará con la próxima ola que se producirá en un tiempo muy corto. Como el sistema sigue intacto y no se modifica la estructura del sistema de salud, con cifras que son inciertas y sin institucionalidad para enfrentar el COVID-19, el dengue u otras epidemias, seguiremos con muertos en los hospitales y en las calles, menos mal, nos “acostumbraremos” porque no queda de otra.
Las universidades podrían apoyar con estudios y propuestas, pero las estamos destrozando porque necesitamos dinero para los sobreprecios.
El gran secreto que se descubre es que estamos aceptando que miles mueran para que miles vivan; pero cómo admitirlo, con qué cara en medio de las denuncias de corrupción, mientras, toda una generación confinada en sus hogares no puede apoyar a su familia buscando trabajo o preparándose para encontrar uno en el futuro.
Ahora no pueden “cargar” con la escasa gente que conserva sus empleos para ¿sostener la corrupción?. Y si lo hacen corremos el riesgo de terminar en el caos nacional. Pero las élites que no han sido perjudicadas tampoco quieren ceder.
La gran verdad es que no queda nada en la alacena, necesitamos trabajar, mover la economía, aprender a caminar entre los muertos, mientras los vivos roban.
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