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9 de Noviembre del 2014
Ideas
Lectura: 6 minutos
9 de Noviembre del 2014
Natalia Sierra

Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito 

El sumak kawsay: horizonte de nuestra lucha común
Nos enfrentamos a un momento decisivo de nuestra historia, no solo como latinoamericanos, sino como seres humanos, en el cual estamos obligados, si queremos sobrevivir, a abandonar definitivamente la sociedad capitalista. Tenemos que desenredar nuestras alas de las ofertas capitalistas, en las que se han enredado, y dar la vuelta hacia el pasado, despertar a nuestros muertos y componer la catástrofe que la civilización moderna capitalista ha causado.

Según criterio del pensador uruguayo Raúl Zibechi,  “…el ciclo progresista en Sudamérica ha terminado. (….) O sea, el progresismo como fuerzas transformadoras que promueven cambios progresivos creo que está llegando a su fin. Seguirá siendo gobierno durante un tiempo pero vemos que en general están a la defensiva.”

Asumiendo como cierta la tesis citada, la pregunta necesaria es: ¿cuál es el destino para América Latina? más aún si se toma en cuenta que los progresismos retomaron  y afirmaron la promesas del capitalismo.

Ofertas que, basadas en el  crecimiento económico, el desarrollo industrial y el progreso moderno, promueven la producción y el consumismo obscenos. Hay que decir que el cumplimiento de la promesa capitalista fatalmente provoca  destrucción de la naturaleza, despojo humano, miseria social y muerte.

Mucho más si la vía para la realización de  los ofrecimientos capitalistas es el extractivismo, lógica productiva subsidiaria del depredador capitalismo financiero y cognitivo y de sus formas mafiosas de dominación. En otras palabras, ¿qué va a pasar en estos territorios cuando los progresismos dejen de gobernar, en un escenario global marcado por la avanzada mundial del capitalismo en su forma más salvaje y en un escenario regional donde su promesa se ha reactualizado?

Nos enfrentamos a un momento decisivo de nuestra historia, no solo como latinoamericanos, sino como seres humanos, en el cual estamos obligados, si queremos sobrevivir, a abandonar definitivamente la sociedad capitalista. Aprendiendo del Ángel de la Historia, descrito magistralmente por  Walter Benjamín en su bellísima metáfora del Angelus Novus, si no somos capaces de vencer el vendaval, que llamamos progreso, y que nos empuja violentamente hacia el futuro, nuestra historia como especie habrá terminado.

Tenemos que desenredar nuestras alas de las ofertas capitalistas, en las que se han enredado, y dar la vuelta hacia el pasado, despertar a nuestros muertos y componer la catástrofe que la civilización moderna capitalista ha causado. 

¿Cómo hacerlo? es la pregunta fundamental, ¿cómo desenredar nuestras alas de las enmarañadas ofertas coloniales y neocoloniales con las que el capitalismo nos ha atrapado?. Cómo poder ver, ahí donde asoma una cadena mecánica de acontecimientos, que parece llevarnos fatalmente al fin de la historia moderna como realización y emancipación humana, la emergencia y el desarrollo de una catástrofe humana, que amenaza con hundirnos en el reino salvaje de un mundo mercantilizado e inhumano? ¿Cómo  reinventar la utopía que nos libere del destino fatal que parece trazarnos el capitalismo? ¿Cómo desatarnos de sus determinaciones mercantiles, de su desbocada y absurda producción, de sus especulaciones financieras, de su compulsión consumistas, de su total egoísmo competitivo, de su individualismo narcisista, de su autoritarismo político, de su violencia simbólica?

Las preguntas planteadas quizá puedan tener respuesta si las referimos a una pregunta aún más fundamental: ¿qué destino común deseamos y cómo lo deseamos?, pregunta que nos remite a pensar en la estructura del deseo humano formada por y en el desarrollo de la modernidad capitalista. Pues es esta histórica estructura del deseo la que nos hace desear sus ofertas, y desearlas sin importar la catástrofe humana y natural que provocan. Si logramos desarmar esta estructura del deseo, atravesar su fantasía, quizá podamos desenredar nuestras alas y reinventar la utopía. Arriesgando una idea que aún no la he trabajado a profundidad, diría que el significante articulador del deseo capitalista es la ley del valor o valor, desarrollada impecablemente por Karl Marx. La ley del valor da cuenta del surgimiento de la forma-mercancía fuerza de trabajo, en base al proceso de evacuación o forclusión de la humanidad concreta del trabajador, esto es, de sus contenidos culturales comunitarios enraizados en el territorio del mundo campesino – en otras palabras, el proceso de desacralización de la naturaleza sagrada, de despojo de  las tierras comunes, de los instrumentos de trabajo colectivos y de los recursos de la subsistencia-.

Así, la ley del valor dice de un mecanismo por el cual el ser humano es vaciado sistemáticamente de su contenido humano. Ahora bien, si es esta ley el significante que articula el deseo del sujeto moderno, en torno a la cual se forma la promesa ideológica del progreso, estamos ante una imposibilidad estructural de configurar un mundo humano.  Cada vez que, como sociedad y como individuos, desplegamos nuestro deseo, lo que hacemos es repetir una y otra vez el proceso de autovaciamiento, sea como trabajadores asalariados o sea como consumidores mercantiles, lo cual a su vez nos lleva a ser más depredadores de la naturaleza y de nuestras alianzas sociales.

Si lo dicho es cierto, si no desmontamos la ley del valor como articulador básico de nuestro deseo, no lograremos desenredar nuestras alas y reinventarnos como humanidad. Desmontar la ley del valor significa atravesar y abandonar la fantasía ideológica capitalista y sus ofertas, lo que necesariamente exige volver a la propiedad colectiva de la tierra, que en si misma implica el restablecimiento de una relación de equilibrio con la naturaleza, una forma de gobierno comunitario y una cultura sin privilegios ni jerarquías.

Creo que no se puede abandonar la promesa capitalista sin haber abrazado un distinto significante articulador, que forme otra estructura del deseo que nos permita desear un mundo humano  y no el capital. Quisiera pensar que ese significante es el Sumak Kawsay que nos heredaron los abuelos andinos, ese don desde el cual quizá reinventemos la utopía que nos haga desear otra promesa humana, que nos afirme en nuestro ser en común social y natural.   

 

 

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