
Una parte importante de la literatura de Jorge Luis Borges fue creada en torno al oscuro laberinto de la mente y aquello que pueda aprisionarla. En efecto, varias de sus obras más representativas tienen como tema central la batalla del escritor contra pensamientos obsesivos, por ejemplo: El Zahir, El Aleph, y el Libro de Arena, las cuales están escritas en primera persona y tienen como protagonista al mismo Borges.
En El Zahir, el autor, acude a las ceremonias fúnebres de una mujer a la que había guardado especial devoción durante su vida. Agobiado por los recuerdos y aturdido por la vacuidad de los rituales mortuorios, Borges se despide y acude a un bar cercano. Pide un par de tragos, paga y deja el local con una moneda de veinte centavos que recibió como cambio. La pequeña pieza metálica se escurre en su bolsillo y si bien en una de sus caras está acuñado el año 1929, el origen del artefacto es inmemorial. Su forma es la de una moneda, pero su esencia es arcaica e infinita. Se trata del zahir.
A partir de ese momento Borges no puede dejar de rememorar monedas ilustres, enumera una a una las referencias históricas, o mitológicas en las que haya aparecido el oro, o la plata como forma de cambio. De repente los evangelios dejan de tener sentido y toda la historia bíblica se centra en el pago de treinta denarios recibido por Judas luego de traicionar a su maestro. Rápidamente todas las referencias históricas atesoradas en su memoria giran en torno a las monedas. El escritor no tarda en descubrir la fuente de sus obsesiones: es la pieza de veinte centavos que ha recibido. La contempla por horas, por días enteros, memoriza su modesta cartografía. No puede dejar de pensar en ella.
En momento indistinto Borges deja caer la humilde moneda en aguas profundas. Pero es tarde (los detalles de este acontecimiento se relatan en un poema posterior llamado La moneda de hierro). El zahir ya se ha enquistado en su mente. Poco a poco cada pensamiento, cada recuerdo, cada idea, se ve saturada de la imagen fija de aquel fragmento metálico de veinte centavos. Aturdido, y absorbido por la nada, Borges rememora algunos pasajes históricos, o mitológicos (es lo mismo) en los que el zahir ha sido mencionado en las tradiciones humanas, por ejemplo el de aquel astrolabio de cobre en la antigüedad persa que hacía que quien lo vea no pueda pensar en nada más, y finalmente se olvide del universo. En efecto, Borges vaticina que pronto el mismo dejará de percibir el cosmos y solamente percibirá el zahir.
En otra de sus obras, El Aleph, Borges describe su empecinado amor por una mujer que ha fallecido hace algún tiempo (si bien la dama a la que hace referencia en ambos relatos es Estela Canto, quien en efecto seguía con vida). Cuando el escritor visita a sus familiares, en un acto de cortesía, entabla conversación con el primo de la mujer ausente. Este, vulgar, de malas costumbres, y torpe, le confiesa que en el sótano de aquella casa se encuentra un punto extraordinario que contiene en sí mismo todos los otros puntos del Universo. Borges es invitado a contemplar aquel misterioso prodigio. Al hacerlo es capaz de ver al mismo tiempo todo cuanto se ha escrito, todo lo que se mueve, todo aquello que no se mueve, los tigres, los espejos, las abejas, los guijarros de arena, las constelaciones. Todo. En un segundo.
Entre las visiones fantásticas llega a contemplar las cartas de amor entre su difunta amada y el primo de esta. Esta vez, Borges manifiesta fuertes emociones humanas, siente celos, envidia y odio. Niega haber visto el Aleph. Miente. Insinúa que su interlocutor está loco. Es más, él mismo colabora, pasivamente, en la expropiación y la demolición de aquella casa. Arrebata, indirectamente, aquel punto infinito de las manos del primo y amante de la mujer a la que siempre quiso. Sin embargo, este acto mezquino no perjudica a su extemporáneo rival. Al contrario: libre de la obstrucción mental que le provocaban las extenuantes visiones del Aleph, el ahora enemigo de Borges logra ordenar sus pensamientos y se convierte en un escritor reconocido, que no duda en estregar en la cara de Borges su repentino éxito.
La libertad de la mente, la creatividad, la inteligencia y la razón, pueden ser encadenadas por ideas fijas, por pensamientos que no tienen valor. El Zahir de Borges, por ejemplo, es una moneda de veinte centavos, es decir una pieza de níquel de mínima importancia. Sin embargo el enfoque obsesivo en aquella baratija, puede lograr que un hombre se "olvide del Universo". Pienso que en el Ecuador, la revolución ciudadana se ha constituido en un Zahir, es decir en un objeto de nula valía que, sin embargo, tiene el poder de encadenar toda la atención de las personas y reducirlos a meros espectadores de sus peculiares características.
De este modo varios analistas o editorialistas se han visto atados a la contemplación mecánica del circo del aparato correista, estrechando notablemente su universo de comprensión de la realidad. Criticar la más reciente bravata del mandatario o comentar acaloradamente el último lapsus brutos de alguna asambleísta con anhelos reprimidos, ha saturado la atención de una buena parte de la intelectualidad de nuestro entorno. El resultado es similar al que Borges describió en El Zahir: el estrechamiento paulatino del universo tangible y su reemplazo gradual por la percepción de un objeto indistinto sin ningún valor. La crítica es válida.
El universo de lo social es tremendamente complejo y las causas del sistema autoritario en el que vivimos no se reduce a la personalidad del oportunista de turno y su pandilla de allegados. Además las dimensiones intelectuales, culturales, y artísticas han sufrido un notable descuido en la atención de los intelectuales en nuestro entorno, como si poco a poco todos fuéramos arrastrados al mismo nivel de debate de los autores del sistema propagandístico que lidera la sociedad política. En este sentido valdría un entendimiento crítico de hacia dónde está enfocada nuestra atención, no sea que, como en la obra de Borges, por enfocar nuestra mente en la dinámica de mezquindad y limitación intelectual de la revolución ciudadana, perdamos la apreciación de la complejidad del universo y dejemos ir al Aleph.
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