
Siempre he creído que el poder absoluto es la realización más alta y más compleja del ser humano, y que por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria. Lord Acton ha dicho que ‘el poder corrompe y el poder absoluto corrompe de modo absoluto’. Este es por fuerza un tema apasionante para un escritor.
Gabriel García Marquez
El 9 de abril de 1948, Jorge Eliécer Gaitán, uno de los líderes emblemáticos del liberalismo de izquierda, fue asesinado en Bogotá. El “bogotazo” provocó una mayor polarización, se inició una de las etapas más violentas de la historia colombiana marcada por continuos estallidos sociales, aparecimiento de guerrillas, paramilitares y narcotráfico. Gaitán había dicho que la oligarquía no lo mataba porque sabía que “si lo hacía el país se vuelca y las aguas demorarán 50 años en regresar a su nivel normal”. La frase de Gaitán no solo que se ha cumplido, sino que se ha extendido a más de 70 años.
La conflictividad política en Colombia tiene su origen en la pésima distribución de la riqueza. Según Thomas Piketty, el 1.5% de la población es dueña del 52% de las tierras. Además, entre el 70 y 80% de la riqueza se concentra en el 10% de la población. Esto explicaría los alarmantes indicadores de violencia:25 asesinatos por cada 100000 habitantes.
Este escenario distópico generó en 2021 un estallido social impresionante porque cientos de miles de personas, pese al COVID-19, salieron a protestar en las calles por las reformas tributarias planteadas por el presidente neoliberal Iván Duque. El saldo, más de 80 asesinatos y el rechazo de todas las organizaciones defensoras de derechos humanos.
Colombia nunca en su historia ha tenido un presidente de izquierda y esta a pocos días de cambiar su historia o de seguir anegada en el universo macondiano de seres anónimos, marcados por la soledad que, día a día, tienen menos que perder
Las últimas elecciones presidenciales dejaron un panorama poco predecible: el izquierdista Gustavo Petro alcanzó ocho millones y medio de votos, el 40,5% del electorado. El empresario Rodolfo Hernández, quedó segundo con el 28% y el uribista Federico Gutiérrez llegó al 24%. Gutiérrez apoya a Hernández y matemáticamente Hernández tiene más posibilidades de ganar en el balotaje. Sin embargo, existió un 46% de ausentismo que podría movilizarse a favor del candidato de izquierda, porque el discurso misógino de Hernández ha provocado rechazo en el movimiento feminista colombiano.
Gustavo Petro, fue alcalde de Bogotá, es un exguerrillero del M-19, economista graduado en Lovaina cuya propuesta gira alrededor de una profunda reforma agraria para que Colombia deje de importar alimentos. Militante ecologista, en contra del fracking, la minería a cielo abierto y a favor de las energías renovables. Está convencido de que es indispensable hacer cumplir los acuerdos de paz firmados entre el Estado colombiano y las FARC. Su historia como exguerrillero para muchos es una virtud, en cambio para millones es un estigma asociado a la violencia. Petro se apoya en su binomio Francia Márquez, abogada y activista por los derechos de la mujer.
Hernández, quien se considera un outsider, aparece como un empresario exitoso cuyo eje de campaña es la lucha contra la corrupción. Repleto de lapsus, como admirar a Hitler y declarar que la mujer está para los quehaceres domésticos, es un candidato sin una ideología clara que capitalizó confusión y cansancio de electorado. El exalcalde de Bucaramanga tiene pocas propuestas innovadoras: donar el sueldo del presidente, cerrar embajadas, bajar impuestos y generar millones de empleos para no terminar como Venezuela. Sus asesores le han dicho que no debata ni asista a entrevistas, que todo lo maneje a través de spots y redes sociales. Sin duda es un tipo básico que representa a una oligarquía iletrada que lamentablemente ejerce el poder en Colombia.
El 19 de junio será una elección aleatoria, como apostarle a un equipo en Beteplay, porque en Colombia la política ha dejado de ser, para la mayoría de los ciudadanos, el mecanismo para plasmar su destino histórico. Aunque también existe la posibilidad de que la ciudadanía colombiana que no votó en la primera vuelta, se active como una fuerza gaitiana y que rompa la inercia de la sociedad frente a lo político. Colombia nunca en su historia ha tenido un presidente de izquierda y está a pocos días de cambiar su historia o de seguir anegada en el universo macondiano de seres anónimos, marcados por la soledad que, día a día, tienen menos que perder.
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