
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Qué media entre el cinismo y el fraude? Un encogimiento de hombros, nada más. Una vez que se han traspasado los límites de la ética o de la decencia, toda irregularidad se vuelve no sólo posible,
sino normal. Así, justamente, se está desarrollando el proceso electoral.
Que los dos principales organismos electorales del país acepten las candidaturas de Abdalá Bucaram y Álvaro Noboa para las próximas elecciones tiene un claro mensaje: el sistema político ecuatoriano está tan podrido que ya no existen posibilidades de ejercer una autoridad coherente. Las nociones de transparencia e imparcialidad, fundamentales en cualquier elección, han quedado archivadas. La gente no sabe a qué responden ni por que se toman decisiones tan absurdas y sospechosas. Solo intuye que las presiones, los intereses y los chanchullos son de tal magnitud que cualquier barbaridad puede suceder.
Las interpretaciones del problema oscilan entre quienes lo atribuyen a una intencionalidad maquiavélica y quienes se lo endosan a la completa ineptitud de los organismos electorales. Dicho de otro modo, o alguien quiere torpedear la institucionalidad electoral y pescar río revuelto o, definitivamente, el proceso está fuera de control.
Entre los primeros están quienes apuntan a una supuesta estrategia para perjudicar o beneficiar a determinadas candidaturas, argumento que se vuelve por demás peregrino a la luz de la total indefinición de los votantes. No hay certeza de que las candidaturas de Abdalá y Alvarito le resten votos a tal o cual candidato. Es más, de ser esta una posibilidad, es muy probable que el tiro les salga por la culata a los eventuales conspiradores.
No hay certeza de que las candidaturas de Abdalá y Alvarito le resten votos a tal o cual candidato. Es más, de ser esta una posibilidad, es muy probable que el tiro les salga por la culata a los eventuales conspiradores.
Entre los segundos están quienes advierten sobre el colapso de los organismos electorales y que, en consecuencia, demandan una total reestructuración del sistema. Esta aspiración luce un poco ingenua si previamente no se analiza la crisis de la democracia y el deterioro del sistema político.
En efecto, el desprestigio del Consejo Nacional Electoral (CNE) y del Tribunal Contencioso Electoral (TCE) es un reflejo del colapso de la representación política, no solo aquí sino en el mundo entero. Lo que sucedió en los Estados Unidos, donde Donald Trump pretendió pasarse la voluntad popular por el forro, ilustra una crisis profunda e irreversible de la vieja institucionalidad liberal.
No obstante, que nuestro proceso electoral se haya salido de quicio es más preocupante que los amaños partidarios al interior del CNE y del TCE; a fin de cuentas, los juegos de poder alrededor de la manipulación electoral han sido una constante histórica. Pero una cosa son los amarres, y otra muy distinta el despelote. Y hoy estamos frente a la amenaza de un caos total.
La negligencia y el descaro con el que las autoridades electorales han manejado las impugnaciones a las candidaturas son el prolegómeno de unas elecciones que, a no dudarlo, estarán plagadas de anomalías. Y sin despeinarse.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



