
Si se escuchase detenidamente a uno de los candidatos, asesorado y sostenido ideológicamente por Rafael Correa, no sería difícil descubrir ahí una actitud clara de complot en contra de la democracia e inclusive en contra del Estado.
Se hacen innumerables malabarismos lingüísticos y políticos tratando de disimular que detrás de ese fofo y cansino discurso, exuberante en promesas, se esconde una intención firme de desbaratar el actual orden político para traer a Correa, libre de toda culpa, e instalar un nuevo orden jurídico y social.
Porque su gran padrino es Correa, un sujeto claramente enemigo de lo de que significan democracia y libertad. Ya lo demostró en su larga década en la que cínicamente metió sus manos en la justicia, en la que persiguió a la prensa independiente y a los periodistas que se atrevieron a poner los puntos sobre las íes de su discurso y de sus actos. Correa fue un auténtico dictador mal disfrazado de demócrata.
En principio, aquel candidato no pretendería ser un segundo Correa puesto que ello implicaría dar cuenta de lo que en realidad carece. Sin embargo, desde sus limitaciones, se esfuerza en asumir el papel con el que está engatusando a no pocos. Pero podría ser que, si fuese elegido, podría incorporar también la ética del correato. Es decir, la ética del engaño, la de la apropiación de la justicia, la de la intolerancia que lo condujo incluso a conductas extremas.
Este candidato, de ninguna manera se ha propuesto sustituir al séptimo Rafael (algo para él absolutamente imposible). Tan solo es el elegido para preparar el retorno del redentor. Del que gobernó con alma y voz de tirano. Del que hizo caso omiso de las leyes y que usó diez años para redimir una muy larga historia de conflictos e incluso de penurias. El séptimo Rafael sabrá seguramente de muchas cosas, pero nada del sentido, de la dimensión y del ejercicio de la democracia.
Podría ser que, si fuese elegido, podría incorporar también la ética del correato. Es decir, la ética del engaño, la de la apropiación de la justicia, la de la intolerancia que lo condujo incluso a conductas extremas.
Sin embargo, no es este candidato el único que se hallaría inmerso en esta suerte de complot en contra de la democracia. Es la democracia misma la que atenta contra sí misma, la que ha preparado este escenario para esta suerte de suicido. Esa democracia que apenas si sobrevivió en el correato y que en nada ha sido fortalecida por el actual gobierno, producto él mismo de las manipulaciones del correato.
Correa se caracteriza por ser un gran ventrílocuo. ¿Es ya este candidato el muñeco elegido a través del cual podría volver a la política nacional, aunque sobre él pese una condena de prisión?
Todo esto da cuenta de que el país carece de una organización política elementalmente ética. Los partidos políticos fueron sistemáticamente, si no borrados, sí debilitados hasta el extremo por el espíritu dictatorial de Correa que, inicialmente, pretendió disfrazarse hasta de socialista.
No es difícil engatusar a un país cuando buena parte de su población subsiste al límite de la pobreza, en el desempleo, sin una atención adecuada de salud. Los pobres y los marginados viven en una perenne esperanza de que finalmente llegue el salvador. Esta imposible esperanza los vuelve más frágiles. Es lo que los avivatos del poder aprovechan para embaucarlos una y otra vez, indefinidamente.
Lo peor que le pudo pasar al país en estas elecciones es esa inmensa lista de candidatos que se convierten en auténticos favorecedores de la candidatura correísta. Esta nómina que pone en entredicho no solo el quehacer político nacional sino la misma democracia manejada tan livianamente y no ajena a cierta ruindad.
¿Rafael Correa socialista? Una mala charada. Jamás el país tuvo un presidente tan profundamente corrupto como él. Tal vez un supuesto afán de redimir al padre, lo condujo al mundo oscuro y fétido de lo corrupto.
El correísmo sería el síntoma de una sociedad desvalida a la que se le privó del don de la esperanza y de la verdad.
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