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18 de Marzo del 2019
Ideas
Lectura: 6 minutos
18 de Marzo del 2019
Rodrigo Tenorio Ambrossi

Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.

Elecciones: Voten por mí
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Solo hasta hoy, porque al día siguiente de mi elección, en mi ciudad o en mi provincia no habrán pobres ni mendicantes ni asesinos ni ladrones ni estafadores. Voten por mí: yo les ofrezco la verdadera y única redención.

El mito dice que los pueblos se unieron para construir una torre que llegue no solo a las nubes sino al mismísimo cielo para poder conocer cara a cara a su dios y enfrentarlo puesto que su obra en la tierra no siempre andaba tan bien como él lo creía. Pero a dios, no solo que no le agradó mucho la idea, sino que le atemorizó sobre manera. ¿Enfrentarse vis a vis a quienes había creado libres y de quienes ya no quería saber nada, puesto que los había destinado a la muerte? ¿Hablarles la verdad y solo la verdad sobre la vida y la muerte, sobre el placer y el sufrimiento, sobre las desigualdades entre pobres y ricos? Esa no es tarea del poder que se siente mucho más eficiente cuanto más engaña y cuanto más lejano se sabe de sus súbditos.

Por supuesto que no, mil veces no. Porque, cómo hacerlo sin develar, de una vez por todas, las falacias de un discurso que prometió a hombres y mujeres la inmortalidad y una vida paradisíaca en la que todos los frutos de la tierra serían distribuidos equitativamente de tal manera que no hubiese nunca el rico que viva del pobre y el pobre apenas de su trabajo. A todos, sin excepción, pan, techo, salud, y empleo. Todos con tiempo suficiente para un buen pedazo de la dolce vita.

Cada político es como el dios del mito: si me eligen, todos, hombres, mujeres y niños, vivirán no solo en la abundancia sino, sobre todo, en la más bella de todas las armonías. Conmigo en la alcaldía o en el consejo provincial todos serán absolutamente iguales: hombres y mujeres, los que viven en edificios de última tecnología y aquellos que hasta hoy vivían en covachas. Solo hasta hoy, porque al día siguiente de mi elección, en mi ciudad o en mi provincia no habrán pobres ni mendicantes ni asesinos ni ladrones ni estafadores. Voten por mí: yo les ofrezco la verdadera y única redención. 

Solo hasta hoy, porque al día siguiente de mi elección, en mi ciudad o en mi provincia no habrán pobres ni mendicantes ni asesinos ni ladrones ni estafadores. Voten por mí: yo les ofrezco la verdadera y única redención.

El poder constituye la primera y más grande de las tentaciones a las que se han visto y se ven expuestos hombres y mujeres y de todos los tiempos. Sin duda resulta maravilloso disponer, ordenar, prohibir y permitir. Es inexplicable el placer que se experimenta cuando muchos dependen de tu palabra y de tu silencio, de tu dar o tu negar, de tu generosidad o de tu tacañería. Es maravilloso que puedas mirar al otro de abajo arriba y de arriba hacia abajo. Es maravilloso que otros no puedan mirarte a la cara sin recelo y sin sonrojarse.

Probablemente en la inmensa mayoría de los casos, los candidatos saben que engañan. Que sus ofertas no son más que fuegos artificiales en la fatuidad de una política pervertida. Las ciudades, los pueblos, el país entero son realidades complejas y misteriosas. Saben que buena parte de los problemas son atávicos y que no se solucionarán sino con grandes y prolongados proyectos sociales y económicos. Lo saben, sin embargo, disfrutan mucho presentándose como los únicos y auténticos redentores.

Saben que una buena proporción de jóvenes y adultos se hallan en la desocupación o que tienen trabajos inadecuados. Saben que los desórdenes sociales son tan graves que han conducido a violencias extremas en los lugares en los que las frustraciones se han vuelto insoportables. Saben que no poseen ni las más mínima idea y ni el más elemental proyecto válido para hacer frente a la violencia familiar y a la orgía de sangre que se vive a diario en muchos sectores urbanos y rurales social y económicamente deprimidos. Saben que para no pocos robar es la única estrategia de sobrevivencia con la que cuentan. Saben, pero no los importa porque esa realidad es muy buen pretexto para explotarla en el discurso de las ofertas perversamente vanas. 

Por desgracia, el tema de las designaciones sociales y políticas (alcalde, prefecto, etc.), en buena medida ha perdido su sustancia real y simbólica. Esto se ha convertido en una suerte de trofeo que lo obtendrá, no necesariamente el mejor ni el más preparado, sino aquel que ha sabido utilizar mejor sus estrategias de convencimiento. Quizás quien haya sabido de mejor manera ocultar sus debilidades e ignorancias. 

Han debido pasar siglos de siglos para que las mujeres tuviesen, aunque en no pocos casos sólo nominalmente, idénticos derechos que los hombres. Desde ese afán de posicionamiento igualitario, algunas mujeres se han lanzado a la lid política. Aunque pretendan ignorarlo, de entrada se hallan en grave desventaja. La equidad de género todavía pertenece más al mundo de las enunciaciones que a lo fáctico de la vida cotidiana. ¿Será que, si tan solo son bien apadrinadas por el poder de un hombre importante, lograrán éxito político? Para ellas la política en el país en buena medida forma parte de las concesiones masculinas.

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