
El país se halla ad portas de un nuevo proceso electoral destinado a renovar a prácticamente todas las autoridades de elección popular, desde el presidente de la república hasta las autoridades parroquiales
Una de las características esenciales de la democracia es su poder para elegir a los mejores ciudadanos para que nos representen en los diferentes poderes y organizaciones que hacen al país. Las elecciones constituyen la expresión paradigmática de la democracia. Reconocimiento inequívoco de que el poder político pertenece al pueblo.
¿Serán realmente democráticas nuestras elecciones? De lo dicho al hecho hay mucho trecho. Y no es suficiente que las autoridades, los candidatos y sobre todo las mismas leyes no cesen de hablar de democracia. Las palabras no hacen a las cosas.
No basta con realizar elecciones para demostrar que un país es en verdad democrático. Los grandes tiranos y dictadores latinoamericanos del siglo pasado no cesaban de hablar de democracia.
Amparados en la democracia, se han realizado grandes aberraciones sociales, éticas y políticas. Persecuciones, encarcelamientos, enjuiciamientos y hasta asesinatos. Además, la democracia no tiene solamente que ver tan solo con la elección de autoridades y las designaciones de jueces, fiscales, procuradores y más. La democracia es el ejercicio de la libertad para elegir a los mejores ciudadanos. No a los corruptos. No a los delincuentes. No a los perseguidos por la justicia. Cuando se habla de democracia, hasta los tiranos más crueles se ponen de rodillas para adorarla. Sin esta ancestral hipocresía, el país no estaría tan mal como se halla.
no se está capacitado para dirigir un país como presidente, aunque sea pequeño como el nuestro, ni se puede ir a la Asamblea y a otras funciones si se carece de una formación política sostenida y seria.
¿Se trata, acaso, de academizar la política? De ninguna manera. Pero no se está capacitado para dirigir un país como presidente, aunque sea pequeño como el nuestro, ni se puede ir a la Asamblea y a otras funciones si se carece de una formación política sostenida y seria. Si no se ha demostrado una honorabilidad a toda prueba.
La poca, escasa o casi nula preparación de los dirigentes políticos constituye una de las principales causas de que nuestro subdesarrollo se sostenga e incluso se incremente. Lo acontecido con esos personajes atrapados en grandes actos de corrupción en los días críticos del coronavirus y que ahora pretenden escapar de la condena y de la cárcel mediante el subterfugio de candidatizarse constituye un ejemplo paradigmático una democracia íntimamente emparentada con la corrupción.
Lo grave es que, de alguna manera, el país se resiste al cambio. Desde una muy pobre o nula formación política, la ciudadanía se deja embaucar por quienes hacen de las elecciones una oportunidad calva para parecer inocentes.
Desde luego que los responsables no son precisamente los interesados en burlarse de esta manera del país. Los verdaderos culpables, cómplices y encubridores son jueces y fiscales que se prestan al juego perverso porque algunos pertenecen al mismo redil. Son los legisladores que no se atreven a modificar las leyes porque en ello va su presente y su futuro.
No es necesario inventar el agua tibia. En nuestro entorno geopolítico existen regímenes en los que los aspirantes a candidatos a en las elecciones deberían pasar primero por un cedazo ético. Un cedazo que, por cierto, no se encuentre en manos de interesados en sostener el sistema de la ignominia, sino en un ente autónomo conformado por ciudadanos de ética probada.
Tampoco esta estrategia podría estar en manos de la Asamblea. Porque si algo hay que modificar, desde sus raíces y de manera urgente, es precisamente esa Asamblea ideada por el correísmo para producir y sostener la corrupción.
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