Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
La relación de las élites con la violencia social y con el calentamiento global es del mismo talante: están convencidas de que nunca les llegarán. Como en una película de política ficción, confían en la fantasía tecnológica que les proporcionará gigantescas cúpulas con aire acondicionado donde permanecerán a salvo de estas amenazas indeseables.
La COP 28 que se está llevando a cabo en Dubái no deja de ser el ejemplo más cínico, y al mismo tiempo más patético, de esta visión. Los poderes globales se han puesto de acuerdo en aceptar un calentamiento global moderado, que no obstaculice los negocios petroleros ni el libre desarrollo del capitalismo. En otros términos, ofrecen cocinar el planeta a fuego lento. Suponen que únicamente los desheredados de la Tierra se chamuscarán.
Con la violencia social ocurre algo similar. Atrincherarse en ciudadelas privadas y ultra resguardadas es una opción de vida que ha terminado por normalizarse. Estas élites no tienen conciencia de la importancia del espacio público en la construcción de sociedades democráticas y libres, así como en el desarrollo de la cultura. Prefieren la asepsia de unos reductos aislados y por ahora inexpugnables. Como si una buena calidad de vida implicara tener guardaespaldas hasta para ir al baño. Micción segura.
En este festival de la indolencia en que se han convertido las políticas mundiales, hay paradojas que indignan. Guillermo Lasso deja un país en soletas, al mismo tiempo que su patrimonio personal se ha incrementado en 21 millones de dólares durante su mandato.
Se entiende que una parte de esas utilidades serán invertidas en el personal y los equipos de seguridad que le garanticen la debida tranquilidad que se merece un ex presidente de la República; sobre todo, que impidan que a los millones de empobrecidos que dejó en herencia se les ocurra contaminarle su torre de cristal.
No obstante, su ineptitud no es un impedimento para pontificar sobre la inseguridad general. Pocos días antes de dejar el cargo se permite entregarle al país un informe alarmista sobre la penetración del crimen organizado en todas las esferas de la sociedad y del Estado. Nada que no se supiera, se sospechara o se oliera. ¿Debemos suponer que con la entrega de ese documento Guillermo Lasso ha cumplido eficientemente con la obligación gubernamental de proteger la vida de los ecuatorianos?
El egoísmo y el ensimismamiento de las élites rayan en la estulticia. Con el modelo económico y productivo que le están imponiendo al planeta no hay ningún mundo posible. Hasta el papa Francisco, que no es precisamente la mejor expresión de una postura alternativa ni mucho menos revolucionaria, se los está advirtiendo. Es un asunto de sentido común. Pero más pueden la codicia y la mezquindad.
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