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28 de Junio del 2020
Ideas
Lectura: 6 minutos
28 de Junio del 2020
Álex Ron

Escritor y catedrático universitario.

Entre Deleuze y Mieles
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Actualmente la lista de presidentes de Latinoamérica que son evangelistas o que han recibido apoyo político importante de los grupos evangélicos es extensa: Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile, Añez en Bolivia, López Obrador en México, Duque en Colombia.

“La piedra angular sobre la que se asienta el edificio administrativo, teológico, ideológico y represor de la Iglesia se desmoronaría si la muerte dejara de existir.”
(José Saramago)   

Hay un joven que toca la guitarra repleto de euforia mientras repite: “Jesús te adoro por lo que hiciste en mí”.  El interprete de esta canción evangélica se llama Daniel Salcedo, quien formaba parte de una red de corrupción en hospitales públicos de Guayaquil. El “exitoso empresario” tenía una relación amorosa con Jocelyn Mieles, ex Miss Ecuador. Mieles llamó la atención de la ciudadanía por las declaraciones de su abogado quien argumentó para defenderla que “ella no sabía nada y que vivía en otra realidad”.

Salcedo y Mieles intentaron escapar de la justicia ecuatoriana en una avioneta de otro “empresario exitoso”, Alfredo Adum, quien argumentó que la avioneta fue robada por Salcedo. Salcedo está vinculado en este tinglado con el ex candidato presidencial por el partido FE, otro evangélico: Dalo Bucaram, quien sería el cabecilla de la banda.

Gilles Deleuze pensaba que la ausencia de dios no implicaba la vida sin límites para actuar sino que, paradójicamente,  en nombre de dios era posible que las personas se sientan totalmente justificadas para realizar cualquier tipo de acto. Karl Marx, sentenció a la religión como el opio de los pueblos, es decir como un elixir de enajenación de la realidad.

Desde las cruzadas, pasando por las diferentes conquistas coloniales, la construcción de la modernidad y sus “imperios del bien” se ha dado desde una visión maniqueísta, genocida y ecocida a través de gobernantes insuflados de fe religiosa. Recordemos a George Bush en el inicio de este tormentoso siglo que justificó la invasión a Irak argumentando que Hussein era parte del “eje del mal” y que Estados Unidos estaba del lado de dios.

Actualmente la lista de presidentes de Latinoamérica que son evangelistas o que han recibido apoyo político importante de los grupos evangélicos es extensa: Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile, Añez en Bolivia, López Obrador en México, Duque en Colombia. La capacidad de movilización política de estos grupos sorprende por su facilidad para ganarse la confianza de barriadas y comunidades donde aprovechan la vulnerabilidad económica de sus pobladores para llegar con un discurso salvífico que termina siendo una vitamina espiritual para no morir, aunque el precio sea pagar diezmos a nuevos predicadores que desde sus púlpitos trazan las directrices de lo correcto e incorrecto.

En Estados Unidos el 70% de los estadounidenses creen que un presidente debe tener “fuertes sentimientos religiosos”, y el 85% admiten que la religión es muy importante en su vida. Sólo J.F Keneddy expresó abiertamente su laicismo en un país extremadamente religioso. Ni hablar de Bush y Trump, cuyo evangelismo les ha dotado de un capital teológico traducido en millones de adeptos. La ecuación es sencilla: mientras más injerencia de grupos religiosos, más control político de la población.

Ecuador tiene su propia colección de políticos que en nombre de dios han cometido incontables delitos. García Moreno, llamado por Montalvo “el santo del patíbulo”, abusó sistemáticamente del poder para apresar y asesinar opositores; León Febres Cordero, juró en nombre de dios y de la patria que jamás nos traicionaría, pero terminó convirtiéndose en el gobernante que más crímenes de Estado cometió;  Abdalá Bucaram se la pasaba jurando en nombre de dios su inocencia y compromiso total con el pueblo; Rafael Correa extendió, a través de algunos grupos del Opus Dei, el polémico “Plan familia” que planteaba la abstinencia sexual a los jóvenes como mecanismo de control de la natalidad.

Según Max Weber, la ética protestante, basada en el “súmmum bonum” o creación indiscriminada de riqueza rompe con el catolicismo y su visión menos agresiva respecto a la productividad y el trabajo. Para el catolicismo Jesús desaloja a los mercaderes del templo, en cambio los evangélicos ven en los mercaderes a los mejores exponentes de un virtuosismo basado en la máxima osadía para especular con cualquier forma de creación de riqueza, sin importar el medio, ni lo devastador que pueda resultar para el interés común. El frenesí, convicción y máxima libertad para accionar de sujetos como Trump, Bolsonaro o Bush encarnan la alienación a la que lleva la ética religiosa, porque estos personajes se blindan desde su fanatismo religioso para actuar sin límites.

Dos buenos ejemplos del “súmmum bonum” serían Salcedo y Bucaram por su audacia política extrema para delinquir sin escrúpulo alguno. Realizaron negociados vendiendo mascarillas y exámenes de COVID-19 (con sobreprecios de hasta 1000%) en época de pandemia, es decir en un momento único por su gravedad. Pero, claro, estuvieron ahí protegidos por su moral evangélica a prueba de todo.

Victor Turner utiliza el término “communitas” para describir el intenso sentimiento de solidaridad social que generarían los rituales religiosos. Lo contradictorio es que los actos de corrupción de tantos pseudo-pastores no tienen nada de solidario. Lo que sí asusta es su fe ilimitada para cometer fechorías como las realizadas por Bucaram y Salcedo. Definitivamente, desde la no religiosidad existe una perspectiva más sobria de lo que es la vida, el mundo, el tiempo y sobre todo los otros, sin respeto a la otredad humana, animal o vegetal no existe futuro alguno. Por algo las democracias escandinavas tienen altos porcentajes de población no religiosa.

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Entre Deleuze y Mieles
 
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