
Economista y Magister en Estudios Latinoamericanos.
@giovannicarrion
Si bien el uso de las mascarillas faciales no reemplaza a otras medidas de prevención y menos de higiene, como el permanente (en realidad casi compulsivo) lavado de manos para enfrentar al coronavirus, ahora la OMS y diversos países en el mundo, apuntan a su masiva utilización y, de esa manera, limitar las posibilidades de exposición a la covid-19. Las experiencias con el uso del barbijo en Corea del Sur, China, Taiwán, Japón, etc., muestran resultados favorables en aquello de ralentizar la expansión de este enemigo invisible.
De ahí que el COE dispuso que, en el Ecuador, a través de los GADs Municipales, vía ordenanza, se implemente el uso obligatorio de la mascarilla para circular en espacios públicos. De esa manera los estados de occidente, poco a poco, van adoptando una práctica que es conocida en oriente, donde estas prendas accesorias son bastante comunes.
A propósito de los tapabocas, escuchaba hace poco, a modo de broma y en serio, preguntarse: ¿para qué se necesitan mascarillas, si por lo general la gente se presenta ante los otros detrás de una endurecida máscara?
Ciertamente, ese rostro que debe expresar con nitidez la esencia de las personas, se lo cubre con una careta social para proyectar una falsa imagen. Así, como lo da a entender Hannah Arent, para cometer monstruosidades no necesariamente se necesitan de monstruos, sino de hombres o mujeres ‘temiblemente normales’. Por eso, acota Bauman, ‘¡que seguro (…) sería el mundo si fueran los monstruos y solo los monstruos quienes perpetraran actos monstruosos!’. En ese caso, no habría la necesidad que el lobo se disfrace de oveja.
A propósito de los tapabocas, escuchaba hace poco, a modo de broma y en serio, preguntarse: ¿para qué se necesitan mascarillas, si por lo general la gente se presenta ante los otros detrás de una endurecida máscara?
Lamentablemente, la tragedia que ha generado la covid-19 en Ecuador no ha estado libre de fantoches, impostores, máscaras y dobleces. Si bien se ha puesto en evidencia, por una parte, el corazón noble y solidario de muchos ciudadanos que encuentra en el servicio y ayuda social su mayor retribución; pero también, por otra, hemos observado, en rostros en unos casos conocidos y en otros un poco menos, encubierto el regionalismo, la falta de empatía, el engaño y la hipocresía. Verbigracia, no faltó quien hablara de aislar a Guayaquil en su tragedia. También se registró la audacia de un ‘diplomático’ al minimizar -en su momento- el infierno que vivía y vive el puerto principal a causa de la peste. Este servidor público, que aún sigue en funciones, dijo suelto de huesos que se trata de ‘hechos puntuales no generalizados’, aquello de que los cadáveres permanecieran en las casas, calles, contenedores y en pisos de hospitales… ¿Puede haber más cinismo?.
Asimismo, se registró el absurdo de haber privilegiado, en medio de la crisis, el pago de los bonos 2020 en vez de atender con ese dinero las urgentes demandas en materia de salud. Ahora, sin sonrojarse siquiera, hablan de pasar el sombrero para recoger contribuciones temporales de los trabajadores y personas naturales para enfrentar, en parte, los costos que representa la paralización de al menos el 80% de la producción.
En otro ámbito, y en el campo delincuencial, se conoció la denuncia -propia de un mundo deshumanizado- respecto a la pérdida de objetos personales y del retiro de dinero de la cuenta bancaria de una persona enferma quien, en ese mismo momento, agonizaba en una cama hospitalaria afectada por el coronavirus.
Esto conlleva a decir que en el Ecuador podrán faltar mascarillas, pero sobran máscaras para vivir de mentiras, de apariencias y falsos valores.
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