
Argentina volvió a recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar una nueva crisis económica, luego de la fuerte caída del peso frente al dólar. Es una situación que los populistas kirchneristas o correístas la encuentran de perlas, puesto que aducen que en sus gobiernos no fue necesaria. Pero ellos no dicen que si se acude al FMI o se tiene que hacer ajustes macro, es por el desastre absoluto en que dejaron la economía tanto los Kirchner como Correa, con el agravante de que a este último le tocó gobernar con el ciclo de precios de petróleo más alto de la historia, circunstancia que por sí sola, da para meterse un tiro.
Antes de nada, no entiendo qué de malo tiene acudir al FMI, precisamente cuando nadie más nos quiere prestar. Luego, son créditos muchos más blandos que lo que se pudieran obtener con otro tipo de acreedores privados. Finalmente, las "recetas fondomonetaristas" de poner en orden las finanzas públicas no representan ningún sacrilegio, o ¿acaso debemos satanizar al médico que nos dice que debemos dejar de fumar, tomar y comer carne roja, si es que nos encuentran con un altísimo colesterol, diabetes y arterias obstruidas?
Otra cosa que me queda clarísima es la ventaja de habernos dolarizado. Lo que lleva a pedir ayuda al FMI en Argentina es el desplome del peso frente al dólar, riesgo que en Ecuador es de cero, ya que la dolarización ha sido el mejor antídoto contra los gobiernos populistas, puesto que no tenemos que andar apagando incendios en el mercado cambiario, como efecto de las irresponsabilidades macro.
El objetivo de este artículo no es el de buscar los verdaderos responsables de la crisis o el porqué de los ajustes, sino identificar los posibles errores del gobierno argentino de Mauricio Macri en la búsqueda de las soluciones a los problemas heredados, que el nuevo ministro de Economía y Finanzas en Ecuador debería evitar:
El primero, no ser demasiado optimista y decirle al país tal cual son las cosas. Un déficit fiscal crónico de más del 5% del PIB, un gasto público demasiado abultado e insostenible que supera el 40% del producto interno bruto y una deuda publica en trayectoria explosiva por encima del 60% del PIB son una bomba de tiempo para Ecuador y no se puede seguir minimizándolos, ni seguir pagando solamente el mínimo en la tarjeta de crédito, por cuanto solamente estamos comprando tiempo y determinando que el ajuste sea mucho más grande y devastador en lo social en su momento.
Si la idea es normalizar las relaciones financieras con el exterior y se espera de la gestión del nuevo ministro una fuerte entrada de capitales, en segundo lugar hay que hacer ajustes en el gasto público para evitar una mayor apreciación del tipo de cambio real y agravar los problemas en el sector externo.
Tercero: evitar seguir manteniendo los precios tarifarios atrasados. Es hora de liberalizar los precios de los combustibles. Para atenuar el impacto del aumento de tarifas sobre las familias pobres y los pequeños comerciantes e industriales, es cuestión de aplicar alguna tarifa social baja, pero solamente a los que realmente lo merecen. Perdimos el tiempo oportuno cuando los precios internacionales bajaron, pero apenas se reviertan, es momento de discutirlos.
Cuarto: cualquier refinanciamiento o nuevo endeudamiento debe venir de la mano o inclusive después del ajuste fiscal. Con un panorama fiscal más despejado, no solamente que se disminuye la necesidad de emitir nueva deuda, sino que el costo de esa deuda es mucho menor.
En esta perspectiva, la declaración del ministro Richard Martínez, en el sentido de que su objetivo será arreglar las cuentas fiscales, es correcta. Que es partidario de bajar impuestos, implica que está pensando en la reactivación y eso también es muy bueno, aunque el orden de los factores acá si altera el producto, y hay que tener cuidado de que estemos tratando de apagar el incendio con gasolina en una apuesta a la Laffer demasiado riesgosa.
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