
Ha concluido la épica gira del papa Francisco por Ecuador, Bolivia y Paraguay. Atrajo en los tres países a millones de personas a sus misas, encuentros y celebraciones y fue seguida en todo el planeta por los medios de comunicación y las redes sociales.
Al decir todo el planeta, no exagero. Una demostración de ello es personal, y perdonen que lo mencione: los periodistas recibimos llamadas ocasionales de medios del exterior, pero pocas veces han sido tan numerosas y variadas. La que más me llamó la atención fue desde Doha, Catar, para pedirme una entrevista en vivo para el noticiero estelar de la televisora Al Jazeera. Pactada previamente, se realizó en la Plaza de la Independencia, apenas pasadas las 11 de la mañana el lunes 6.
El conductor del noticiero en Doha, donde eran poco más de las 7 de la noche, me hizo preguntas sobre por qué era importante la visita del papa, cuántos eran los católicos en el Ecuador, la situación política interna y por qué la recepción era tan alegre y emotiva. Jamás habría creído que una televisora árabe, por más que apunte a una audiencia global, preguntara a alguien, y menos a mí, en vivo y en directo, sin cortes, sobre un papa católico y la religión de los ecuatorianos. Esta cadena, además, envió a cubrir la visita papal a su editora jefe para América Latina, Lucía Newman (quien tras 20 años en CNN lleva ya 9 años con Al Jazeera), acompañada de todo un equipo.
Empecé allí a darme cuenta de algo que repitieron otros periodistas: les impresionaba la calidez y la alegría del pueblo ecuatoriano ante el papa. Lo mismo lo dijo, en un muy emotivo testimonio en la cadena CNN, el periodista José Levy . Y también, el P. Federico Lombardi. Y finalmente lo dijo el propio papa.
Fue en su último discurso en el Ecuador el miércoles 8 cuando, en su encuentro con sacerdotes y religiosos en el Santuario de El Quinche, dejó de lado el discurso oficial y dio un mensaje improvisado. Dijo entonces que en los días “que estuve en contacto con ustedes noté que había algo raro, perdón, algo raro en el pueblo ecuatoriano”. El pedir disculpas era una sutil broma del papa pues no es que hablaba de algo raro en los sacerdotes y religiosos, sino en la actitud de los ecuatorianos.
Enseguida explicó que en todo el mundo “siempre el recibimiento es alegre, contento, cordial, religioso, piadoso, en todo lado. Pero acá había en la piedad, en el modo, por ejemplo, de pedir la bendición desde el más viejo hasta la guagua –que lo primero que aprende es hacer así (y el papa hizo el gesto de poner las manos juntas)– había, algo distinto”.
Es interesante que un hombre con tanta experiencia pastoral y con ocho viajes internacionales como papa, se haya fijado en eso. Y no lo estaba diciendo por mero cumplimiento; si algo se nota en Francisco es que lo que dice es sincero. Y continuó: “Yo también tuve la tentación como el Obispo de Sucumbíos de preguntar ¿cuál es la receta de este pueblo?”. Se refería el papa a lo que Mons. Celmo Lazzari, josefino, le había pedido minutos antes: que les dejara la receta de la alegría que siempre demuestra a pesar de la gran responsabilidad que tiene sobre sus espaldas.
En su tono coloquial, Francisco relató que se preguntaba “¿Cuál es, no? Y me daba vuelta en la cabeza y rezaba”. Ya sabemos la respuesta; dijo que en la oración descubrió que la razón “de lo que tiene este pueblo de distinto” es la consagración del Ecuador al Corazón de Jesús. “Todo esto de riqueza que tienen ustedes, de riqueza espiritual, de piedad, de profundidad, vienen de haber tenido la valentía, porque fueron momentos muy difíciles, la valentía de consagrar la nación al Corazón de Cristo”. Y que esta manera de ser del pueblo ecuatoriano tiene de divino y de humano, Aunque añadió, medio en broma: “Seguro que son pecadores, yo también, pero el Señor perdona todo”.
Recalcó que esa consagración y la posterior al Corazón de María, “es un hito en la historia del pueblo de Ecuador y de esa consagración siento como que les viene esa gracia que tienen ustedes, esa piedad, esa cosa que los hace distintos”.
Palabras históricas del papa. Primero, por la perspicaz observación antropológica sobre el pueblo ecuatoriano, que no solo acudió en masa a los encuentros con él, que no solo bordeó con fervor las calles y carreteras por donde pasó, sino que tuvo ese modo, esa actitud distinta, “un poco rara”, al momento de verle y pedirle su bendición. Y por eso mismo, pienso yo, fue tan honda, tan profunda la decepción de las 7.000 personas que estuvieron muchas horas ––algunas, que me consta, desde las 10 de la mañana, aguantando sol y aguacero, y de nuevo sol y de nuevo aguacero––, en la plaza de San Francisco, y que no recibieron el saludo y bendición del papa.
Este, al darse cuenta de lo que le habían hecho hacer los encargados de su seguridad y protocolo, encargó al arzobispo Trávez comunicar a esos fieles que estuvieron en la plaza que les pedía perdón y les concedía la indulgencia plenaria, lo que muestra su bondad, aunque creo que en la evaluación del viaje, ahora que el papa ya está en Roma, el protocolo vaticano revisará seriamente esta falla para que no vuelva a ocurrir.
Lo segundo que tienen las palabras del papa es reconfirmar una tradición católica ecuatoriana. La consagración oficial del país al Corazón de Jesús ha sido debatida en toda nuestra historia. Objeto de burla de los no creyentes (incluso durante el alfarismo hubo una “desconsagración”) ha sido reivindicada siempre por la Iglesia. El Ecuador fue el primer país del mundo en hacerlo. Muchos adjudican la iniciativa a Gabriel García Moreno, pero parece que se debe más al ambiente imperante en su segunda presidencia que a la acción directa del gobernante, aunque no dejó de ayudarle en su proyecto de “estado católico”.
En efecto, en la más reciente biografía de García Moreno, un monumental volumen de mil páginas, su autor, Hernán Rodríguez Castelo, dice que el fervor católico del Congreso al aprobar la consagración en un decreto del 8 de octubre de 1873, “fue más lejos de cuanto hubiese propuesto el Presidente en su Mensaje” del 10 de agosto.
Ya el 31 de agosto, la consagración había sido resuelta por el tercer Concilio provincial quítense, una reunión de los obispos del Ecuador, como un acto litúrgico para “conservar pura la fe católica”. Pero el Congreso estatal fue más allá del Concilio eclesial. Ello era posible en el ambiente del modelo de Estado propugnado por García Moreno, en el que la fe y el “progreso y bienestar de la República”, lo que hoy se llamaría el desarrollo, iban de la mano.
Pero no fue García Moreno el que lo propuso. Quien tuvo la idea fue el jesuita P. Manuel Proaño, “de gran influjo por su personalidad y elocuencia” como recuerda Rodríguez Castelo. Y se la planteó al Concilio, que decretó la consagración en su segunda sesión. Luego, el propio jesuita se dedicó a promoverla en el Congreso. Rodríguez Castelo afirma, aunque no lo comprueba, que Proaño lo hizo “contando con el beneplácito del Presidente”. En realidad, este le había contestado una carta oponiéndose a la idea, con el curioso argumento de que el país necesitaba purificarse y ser más católico antes de efectuar la consagración.
En todo caso, una vez recibida la decisión de la Legislatura, García Moreno puso empeño en celebrarla con la mayor pompa. Se la realizó el 25 de marzo de 1874, en la Catedral, con la asistencia del Congreso en pleno, las Cortes de Justicia, el gabinete, el alto mando del Ejército (con los cadetes de la escuela militar fundada por García Moreno haciendo guardia de honor) en una ceremonia presidida por el arzobispo Checa y Barba, con homilía del canónigo González Calisto (futuro arzobispo) quien también leyó la fórmula de la consagración escrita por el P. Proaño. Los dos principales protagonistas, el presidente y el arzobispo morirían asesinados en poco tiempo; García Moreno, con armas blancas y de fuego, al año y medio; Checa y Barba, envenenado, a los tres años casi exactos.
Al papa Francisco le ha parecido que esta es la explicación, de “esa peculiaridad especial que yo noté desde el principio al llegar acá”. Sea así o no, la verdad es que el pueblo ecuatoriano es maravilloso y la historia de la religión católica en este bendito país es muy particular. Ahora, la visita del papa Francisco ya es parte de esa historia, y lo que se espera es que su prédica de humanismo, unidad, misericordia y cuidado por los más pobres, entre ellos “nuestra pobre hermana y madre Tierra”, no se quede en la superficie de pedir una bendición
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