
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
El matrimonio entre política y corrupción se está convirtiendo en una unión indisoluble, como esas que se pactaban en la Edad Media y que, taxativamente, duraban hasta la muerte; con infidelidades, cinturones de castidad y riesgo de perder el cogote de por medio.
¿Qué descendencia procrea este enlace entre corrupción y política? Pues un cinismo que está carcomiendo hasta los últimos resquicios institucionales del país. No solo del Estado, si de la propia sociedad. Basta con que los involucrados en un caso de atraco al erario nacional nieguen su responsabilidad para que se sientan acreedores a un certificado de honorabilidad.
A este paso, y con tantos escándalos que aparecen a día seguido, el Ecuador tendrá que acostumbrarse a vivir en realidades paralelas: las evidencias versus las versiones, los hechos versus las interpretaciones, las pruebas versus las argucias jurídicas.
En días pasados, el ministro de Energía, Xavier Vera, acudió a la Asamblea Nacional a presentar un detalle sobre los rubros que se programaron para la construcción de la refinería del Pacífico. Grosso modo, el total ascendió a unos 2.000 millones de dólares entre terrenos, consultorías, licencias y activos. Apenas terminó su intervención, la asambleísta del correísmo, Graciela Molina, muy suelta de lengua, publicó un tweet donde sostenía que la información proporcionada por el ministro demuestra que las acusaciones de un despilfarro de 1.500 millones de dólares en la construcción de la plataforma eran puras mentiras. Solo se destinaron 339 millones. Poco le faltó para sostener que la refinería sí fue construida.
A la asambleísta Molina hay que aclararle que ni el rubro ni el monto de un peculado alteran el delito. Y que la mayor infamia del caso refinería radica en el engaño que se le irrogó al pueblo ecuatoriano con la construcción de una obra fantasma.
El Ecuador tendrá que acostumbrarse a vivir en realidades paralelas: las evidencias versus las versiones, los hechos versus las interpretaciones, las pruebas versus las argucias jurídicas.
Algo parecido ocurre los helicópteros Dhruv. El problema de fondo no es el peculado, sino el cinismo; es decir, haber adquirido helicópteros que se caen. En otras palabras, haber pagado por aparatos para volar que no vuelan. Habría que preguntarle a los involucrados en este negocio trucho cómo reaccionarían si una concesionaria de vehículos les vendiera un carro sin motor. O sin ruedas. O sin sistema de frenos.
En la práctica, la argumentación jurídica en contra de la culpabilidad de los sindicados pretende alterar la realidad. Como si los ecuatorianos no hubiéramos visto, atónitos, que uno de esos aparatos se desplomó en la pista del antiguo aeropuerto de Quito. Y, para colmo de males, en medio de una ceremonia castrense. Un poco más y nos convencen de que los Dhruv están surcando los cielos del Ecuador como ágiles gaviotas.
En el caso Sobornos también hay tela para cortar. Todos vimos en las pantallas de TV la célebre maleta del tío de Jorge Glas repleta de billetes. No se trataba de un rumor, como el de las fundas de dinero que supuestamente sacó Abdalá Bucaram en su huida del Palacio de Gobierno. Aquí hasta se podían oler los billetes. No obstante, tanto el exvicepresidente como sus simpatizantes proclaman a los cuatro vientos no solo la inocencia del convicto, sino su santidad.
Vamos a requerir una fuerte dosis de antipsicóticos para sobrevivir como país.
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