
En el Ecuador la estética del poder es determinante en el debate político, y más ahora que las redes y sus “memes” son el principal idioma, para bien o para mal, de la comunicación de masas. Nuestro país es una fuente inagotable de ejemplos que van de lo sublime a lo ridículo, de errores catastróficos a genialidades estratégicas, pasando por goles de chiripa; lo cierto es que en el posicionamiento electoral nos pesa más la estética que el análisis de la ética o de la programática.
Abdalá Bucaram, sentó escuela de lo disruptivo, desde el discurso de la marginalidad creó una enciclopedia de mercadeo electoral en sintonía con el gran elector. “El Loco que ama” reventó el idioma formal de la campaña con su semiótica histriónica y con productos impensables (como las inolvidables botellas de aguardiente con la etiqueta “Arrecho Roldosista” que se repartían al granel en los mítines populares). Las campañas electorales cambiaron para siempre, los estrategas descubrieron que había un Ecuador profundo y apasionado que tenía unos códigos muy distintos a las formalidades teóricas que cultivaban la neutralidad y el “no decir” como méritos democráticos.
Correa blanqueó la esencia populista de Bucaram y la puso de moda simplemente agregándole accesorios retóricos de la academia progresista y un toque nostálgico de Trova y Beatles para seducir a la romántica clase media. “El loco que odia” perdió a la opinión pública cuando, terminado el noviazgo, sacó las uñas y los trompones, pero no perdió sintonía con una buena parte de los feligreses en ese Ecuador invisible al que todavía nadie ha llegado con la misma eficacia.
Cada evento minúsculo en la estética del poder desata la esquizofrénica personalidad política del Ecuador, los espectadores somos como el maravilloso, trágico y violento personaje del Joker que estalla en carcajadas cuando quiere llorar de angustia y también llevamos adentro un impulso irrefrenable de salir a romperlo todo
En esta semana hemos visto varios episodios de la novela estética en nuestra parroquia política: al candidato conservador forzando su lengua y apelando a la “cervecita del viernes” como si fuera el binomio. La vicepresidenta turista, encarnando con fervor religioso una imagen terrorífica del Ecuador hacendatario y confesional. El susto del casi candidato cuyos méritos de “clown” se resumen en el peligroso “ya que chuchas”. El ingenuo out sider que en paños menores hace yoga o abraza un osito. El desorientado delfín balbuceando viejas consignas en la remota Bolivia.
Veremos mucho más en el espectáculo electoral, pero no asistiremos a reflexiones reales sobre programas, soluciones, méritos y compromisos éticos de los candidatos, porque eso no es divertido, no hay catarsis en ello, porque necesita que le pongamos más cabeza que tripas.
Cada evento minúsculo en la estética del poder desata la esquizofrénica personalidad política del Ecuador, los espectadores somos como el maravilloso, trágico y violento personaje del Joker que estalla en carcajadas cuando quiere llorar de angustia y también llevamos adentro un impulso irrefrenable de salir a romperlo todo.
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