PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
“Las clases políticas no han atendido de manera suficiente (y eficiente) las necesidades de los ciudadanos”
(Javier Solana, 11 de setiembre de 2016, El País)
Las clases políticas litigan entre sí, teniendo como trasfondo las necesidades de los ciudadanos; en las campañas electorales invocan al pueblo, sin embargo la comunidad no es tomada en cuenta para la elaboración de sus planes de gobierno. El debate político-electoral es siempre superficial, no va al fondo de los problemas que afectan a la población, y esto abre las puertas a la demagogia y al discurso populista. Las luchas políticas en la democracia giran en torno a la disputa por el poder de las élites; de ahí el limitado involucramiento de la población en la democracia.
Las estrategias de campaña se enfilan a captar adeptos para uno u otro bando que se disputa el poder. En este empeño lo “políticamente correcto” encubre la verdadera trama de las propuestas que se discuten y de los intereses inherentes a tales propuestas; la regla es “no decir” lo que se va a hacer para ganar las elecciones. La transparencia no es una regla del juego de la democracia; el pueblo la intuye y por eso tampoco transparenta sus preferencias electorales; el juego político-electoral, por tanto es equívoco, hay cartas escondidas que se descubren o destapan una vez que el nuevo gobierno entra en funciones.
Las ideologías adornan la contienda, pero no definen la orientación ni composición de los gobiernos; estas responden más a intereses, a juegos de poder, a transacciones micropolíticas. Los gobiernos actúan de espaldas a las ideologías, tanto que desde el regreso a la democracia poco se diferenciaron en cuanto a su ejercicio. Enfrentados a la realidad sus escuadras les liberaron de la “disciplina partidista” para que pudieran salir del bache. “Una cosa es con violín y otra con guitarra” solía decirse. Para una población que no cree en las ideologías, como lo revelan las encuestas, conformar alianzas electorales “ideológicamente coherentes” no suena convincente. Las ideologías importan si junto a ellas hay capacidad para convertirlas en acciones viables y eficaces. A los electores, más que el membrete ideológico, les importa la solución de sus problemas. O sea, no “el color del gato sino que éste cace ratones”.
¿Fue garantía de eficacia la supuesta coherencia ideológica del gobierno de Correa, a la luz de las decisiones y políticas en él aplicadas, y de sus resultados? ¿Qué razón hay para sostener que otro gobierno con el mismo perfil hará las cosas de otra manera? Tampoco, por cierto, cabe dar un cheque en blanco de confiabilidad a quienes esgrimen tesis ideológicas contrarias. Los gobiernos que le precedieron al actual no pudieron resolver los problemas del país y también se apartaron de sus postulados doctrinarios.
La separación entre elecciones y gobierno es una regla del juego que deteriora la democracia. Una prueba fehaciente de ello es el desdoblamiento del gobierno todavía en funciones y su estratagema electoral. El discurso de campaña, en este caso, revela su desapego de la realidad; Moreno se “compromete” a hacer como presidente lo que, a todas luces, no va a poder cumplir. Sin embargo, debe hacer creer a la población que hará las cosas de otra manera y que su estilo de gobierno será diferente. Es esto precisamente lo que afecta la credibilidad del electorado en la política. ¿Cómo confiar en un candidato que ofrece algo que está fuera de su gobernabilidad?
La responsabilidad del gobierno en la crisis es insoslayable y la percepción de la población al respecto ya se siente en las encuestas: el costo político de la recesión económica es muy alto. La distribución de la riqueza que ofrece el gobierno con la ley de plusvalía no pasa de ser una oferta de campaña con la que el régimen pretende ocultar su fracaso en la consecución de la justicia social en diez años de mando. De paso, quiere fungir de “izquierdismo” en momentos en los que el péndulo electoral se mueve en dirección contraria.
Los candidatos de la oposición siguen enfrascados en una sui géneris “oposición” entre ellos, dizque ideológica. Una aguda “ceguera situacional” les lleva a poner en segundo plano a su principal adversario y privilegiar sus diferencias, sin darse cuenta que con ello le hacen el juego al gobierno al que dicen combatir. El corto plazo domina el juego político-electoral; lo que venga después… ya se verá.
En un contexto en el que la oferta de campaña no puede teñirse de populismo por la recesión económica, los candidatos deben situarse en la realidad que demanda de ellos propuestas creíbles sobre cómo sacar a flote la economía, enfrentar el desempleo, el alto costo de la vida, la marginalidad urbana y rural, la inseguridad social con toda la secuela de delincuencia, el maltrato en los hogares, el femicidio, la discriminación en los más diversos campos de la vida social.
En estas circunstancias los partidos de oposición deben dar ejemplo y asumir compromisos explícitos con los electores en torno a los problemas a los que los ciudadanos asignan un alto valor, y no caer en la simulación de una lucha ideológica de clases que en el momento actual no pasa de ser un discurso de campaña. Para ello requieren de información sobre los problemas que más afectan a la población, en especial a la de menores ingresos. Otra gran batalla es que aprendan a no subestimar a sus mandantes; que dejen de creer que los estratos populares son propensos al voto emocional, gregario, étnico o de clase. Sin duda el pueblo le dará un voto castigo al responsable de su última frustración, esto es, al gobierno que ya está de salida.
Para evitar nuevas frustraciones, los candidatos de la oposición deben actuar con gran responsabilidad, sopesando las consecuencias e impactos de las promesas incumplidas, una de las cuales es el deterioro de la credibilidad en la democracia como régimen político, lo que se convierte en caldo de cultivo para el autoritarismo.
¿Cuánto siente la población de bajos recursos el déficit de la democracia? ¿Cuánta responsabilidad tienen los políticos y la micropolítica de que la población no valore en alto grado la pérdida de derechos y libertades?
“La crisis económica, los escándalos de corrupción y la insatisfacción con los servicios públicos están causando estragos en la opinión que los latinoamericanos tienen de la democracia” sostiene Carlos Cué, en el diario El País, de España. De ello ¿quiénes son los responsables?: “La política que mira a los pies, a lo nacional, al beneficio electoral y nunca levanta la vista”, conforme lo sostiene Alfredo Pérez Rubalcaba en la misma publicación.
Bien podrían los frentes de la oposición valerse de la campaña electoral para crear conciencia de gobierno en la población. No tratar a ésta como recipientes de las ofertas de campaña elaboradas en lo alto, sino escuchar sus demandas, comprometiendo a los demandantes en acciones puntuales para su cumplimiento. Los electores no son una clientela a la que hay que seducir con los cantos de sirena del mercadeo publicitario, sino cogestores de un programa de gobierno que acorte la distancia entre las elecciones y el gobierno que salga elegido.
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