
Mientras las élites debaten sobre las puntadas políticas que dan los líderes, hay problemas que afectan al ciudadano común y que todavía no tienen solución. Son las cargas que pesan sobre quien tiene que salir día a día para trabajar y buscar el dinero para llevar provisiones a su casa.
Algunos de estos son: la falta de empleo, la inestabilidad laboral, el alto costo de la vida, el oneroso pago de impuestos, el narcotráfico y el microtráfico, la inseguridad por los atentados narcos, la corrupción que atenta contra los valores de todos.
Esto persiste mientras en el tablero de la política hay movimientos que causan escalofríos y el ciudadano prefiere taparse los ojos y los oídos. Estamos en la etapa del reacomodo. Dos ejemplos de tantos. El primero es la pelea política y judicial entre las más altas autoridades de la fiscalización, la Fiscalía General y la Asamblea Nacional, ambos correístas. El segundo, la oposición votando por una correísta, Elizabeth Cabezas, para que presida la Asamblea a pretexto de que vendría la debacle institucional de la Asamblea. Y, ya sin el temor de ese supuesto horrible futuro, comenzaría algo parecido a un mágico consenso en temas muy relevantes como la economía, la seguridad, la libertad de expresión. Algo que se escuchó como los juramentos Lenín Moreno.
El ciudadano mira eso por la tele, lee en los diarios, en las radios… pero también observa los bombazos de los narcos, los escándalos de la corrupción de la revolución ciudadana. El cinismo del reciclaje político y de las declaraciones nada gratuitas de que vamos cambiando.
Estos líos de los endiosados están lejos del día a día del mortal, que estira el salario para llegar a fin de mes. Y crea los mecanismos familiares para que aguante el dólar: comprar menos o comprar menos calidad, ahorra en el mercado, supermercado, en la tienda, en el transporte. O, en algunos casos, la tarjeta de crédito sufre también. La renta, los servicios inquietan. El ocio, la farra, quedan para ocasiones sumamente especiales...
Hay hogares que no tienen esas posibilidades. Familias uniparentales, de mujeres, que si al hijo se le rasga el saco del uniforme escolar… simplemente lo zurcen. Su reposición queda postergada. Apretados y jodidos.
Y del otro lado también se siente ese apretón. Las empresas grandes y medianas tratan de no salir del mercado con creativas iniciativas. Las tiendas de barrio están atiborradas de nuevas presentaciones de productos, siempre pequeñas y de bajo costo, para no caer por falta de ventas. Hay promociones y descuentos por todo lado. Las entradas al cine han bajado, desde los 12 dólares hace tres años hasta rebajas de 1,99 dólares. Las promociones en los almacenes llegan hasta el 70% de descuento del costo en etiqueta. Importan artículos de menor calidad para vender y no cerrar las puertas. Bajan, bajan y bajan… aunque para algunos no es suficiente y salen del mercado.
En impuestos también hay golpazo. La Cámara de Comercio de Guayaquil informó que desde esta semana los ecuatorianos trabajamos para nosotros mismos. ¿Cómo es eso? Recién en estos días hemos dejado de ganar la cantidad de dinero destinado a pagar los tributos anuales que debemos entregar para alimentar al Estado y todas sus funciones, el Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral, de Transparencia. Los sueldos de los que aparecen en la tele. “En el 2017, los ciudadanos trabajaron hasta el 17 de marzo con la finalidad de cumplir con el pago de todos los impuestos, tasas y tributos”, dice el análisis de ese gremio. Es que, son 90 222 millones de dólares de deuda que es el legado de la revolución ciudadana, según la Cámara de Comercio de Quito, y hay que pagarla como sea.
Ya con tres militares fallecidos por los ataques de los narcos en Esmeraldas, el ciudadano siente que todo puede llegar a las grandes ciudades. Piden mano dura con los terroristas. Son noticias que producen temor. Las redes sociales están llenas de cuestionamientos a la estrategia comunicacional del Gobierno de rechazar los atentados y decir que garantizan la seguridad. Fuentes militares consultadas aseguran que la situación es peor de lo que muestran las altas autoridades y nadie se atreve a negar que esto llegue a Quito.
Hay padres que solo quieren que la droga no ingrese al interior de sus casas. Que acabe con sus hijos. Saben de muchachos que consumen y que parecen perdidos. Esa percepción es normal en un país que debe tanto a la ciudadanía en la lucha antidrogas y en concienciar a los jóvenes sobre los peligros al consumirlas. O en dar opciones de ocio.
Esos son los silencios del poder. Pero el tiempo es el gran delator de los infames. Conoceremos los verdaderos intereses tras las puntadas políticas. Así los líderes políticos se empeñen en mantenerlos en secreto.
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