
Es cosa muy grave ser pobre y tercermundista. Si a esto se añade la corrupción, entonces tenemos el cuadro más espantoso, casi macabro, frente a la pandemia. Todavía se sienten los profundos estragos de la corrupción en Quito y Guayaquil. Allí los avivatos de siempre hicieron su agosto con las pruebas de diagnóstico y ahora pretenden hacerlo con las vacunas.
No son los criminales del bajo mundo asociados para asaltar almacenes o bancos. No son los que roban autos para delinquir o para venderlos a incautos a precio de ganga. No son los que, usando tu ingenuidad, te venden la acción premiada de la lotería
Un exalcalde de Guayaquil y sus hijos se organizaron para importar a buen precio los sets de diagnóstico de la COVID y venderlos a hospitales públicos y privados, con grandes ganancias. También a organizaciones civiles y a ciudadanos comunes y corrientes. Negocio redondo.
Ahora, también el alcalde de Quito aparece involucrado en lo mismo. Su familia se ha organizado de tal manera que las censuras y acusaciones caigan sobre los hijos. Porque el papá-alcalde debe lucir inocente y honrado.
Hay que saber jugar bien a la ruleta social de las calamidades. Si se hacen negocios de esta índole, es indispensable apostar al premio mayor de una lotería que siempre juega sucio. Siempre hay que apostar a los intereses personales y familiares.
Esos hijos saben que quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija. No solo papá sino también los bemoles de una justicia no siempre justa.
Para no pocos, poseer algún nivel de poder político se ha convertido en la llave que abre las puertas del mal pensar, del mal hacer, del mal dirigir, del mal gobernar. Este mal-hacer conduce al bien-hacer del enriquecimiento ilícito.
Hay un serio deterioro de la ética en no pocos servidores del Estado. Parecería que el sentido del servicio a la comunidad se hubiese, no solo deteriorado sino también corrompido. Para no pocos, poseer algún nivel de poder político se ha convertido en la llave que abre las puertas del mal pensar, del mal hacer, del mal dirigir, del mal gobernar. Este mal-hacer conduce al bien-hacer del enriquecimiento ilícito.
El alcalde de la capital está llamado a dar ejemplo de honorabilidad a toda prueba. El poder, en cualquiera de sus expresiones, es servicio y no la oportunidad calva para enriquecerse.
El poder corrompe a los pobres de espíritu. A quienes no cuentan con un sistema de valores suficientemente sólido. A quienes pobrezas antiguas los condujeron a vivir en la precariedad. Tal vez sean no pocos los que ejercen la política tan solo para enriquecerse con dineros mal habidos.
No es necesariamente cierto que por sí mismo el poder corrompa. Pero sí es verdad que el poder corrompe más a los ya corrompidos, a los moralmente débiles, a quienes han padecido la infamia de haber sido, en algún momento, débiles ante los otros.
Hemos tenido alcaldes, presidentes, legisladores honestos a cabalidad. Pero no es fácil cuál platillo pesa más en nuestra historia social y política: si el de los corruptos o el de los honorablemente fieles a los principios básicos de la ética.
Reflexión necesaria cuando nos encontramos ad portas de la elección presidencial. En este momento es importante tener presente aquello de que hijo de gato caza ratón. Es muy dudosa la honorabilidad de los devenidos buenos y honrados justo para el tiempo de elecciones.
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