
PhD en Educación por la Universidad Católica de Lovaina, Maestro en Estudios Culturales y Desarrollo, Graduado en Economía. Ex gerente del Proyecto de Pensamiento Político de la SNGP. Docente universitario.
La norma y la política no pueden entenderse sino subordinadas al bien supremo del conocimiento y de preferencia dentro de una comunidad de sabios, nos decía en el siglo 17 el filósofo Baruch Spinoza en su Tratado teológico-filosófico. En otra de sus obras, la Ética, el filósofo excomulgado sentenciaba que ésta y la política deben estar asociadas. La ética spinozista es de felicidad y de libertad, en tanto que la política es el instrumento que asegura a los seres humanos la seguridad, la libertad y la paz. Ética y política, para el filósofo tallador de lentes tienen el mismo fundamento ontológico, el conatus: el esfuerzo de conservación de la existencia.
Aún antes de que Baruch Spinoza nos diera estas reflexiones, la Ética y la Política, en la práctica, estaban divorciadas y eran hasta antagónicas. Después de la muerte del filósofo y en especial desde el dominio del pragmatismo y del mercado, se ha visto que no pueden estar juntas. Si está la una, no puede estar la otra.
La política no ha sido usada para brindar seguridad para todos los miembros de la sociedad. Ha sido utilizada para garantizar la seguridad del núcleo cerrado que detenta el poder. Ha posibilitado entornos de seguridad e impunidad para el libre enriquecimiento de la pandilla que gobierna, para el peculado y para la sucesión interminable. Los grupos de poder han usado la política para adecuar las leyes, para entorpecer las investigaciones, para que la “corporación”, el “círculo rosa”, “el club de los elegidos” salgan siempre indemnes. Para que, por el contrario, se castigue a los que buscan develar la verdad. Para camuflar los nada éticos atracos, negocios, chanchullos, sobornos de la clase regente.
La política ha sido un instrumento del poder usado para coartar libertades y perseguir a aquellos que se oponen a los designios de los dominantes, para moldear, junto a la complicidad con los poderes monopólicos, el Estado al antojo de ambos. Para manipular y, junto a la comunicación, crear una hiper verdad, una realidad difusa que garantice que las masas seguir creyendo en el líder, confiando en el jefe del clan, en el político “capo di tutti capi”.
Y por supuesto, la política ha servido para asegurar la paz, su paz, resultado de la impunidad, sea en el mismo territorio o en el extranjero, sea luego de autoexilios o de vencimiento de sentencias. También la paz de los cementerios y aquella nacida del clientelismo y de la dádiva. Para el resto: la paz que se goza luego del perdón magnánimo que da líder a los que se arrodillan ante él, los que gozan de ella finalmente, luego de insistentes ruegos al soberano jefe de todos los poderes del Estado, tal como fue el caso de algunos muchachos secundarios, hace unos años.
La Ética spinozista buscaba dar el camino más seguro para que los hombres y mujeres puedan fortalecer y expandir su esfuerzo por conservar la existencia, desde un entorno vinculado con el conocimiento verdadero del si y de los otros. ¿Cómo es posible aquello, en medio de la inequidad?
¿Cómo hacerlo si los que acceden a las instancias de administración del Estado, aprovechan cada segundo de su permanencia para enriquecerse y para corromper?
¿Cómo? Si parte de la estrategia de la camarilla de poder es impedir que sus mandados conozcan. Si los desean prestos a darles el voto ante una propaganda espectacular, ante una sonrisa impostada, luego de un estrechón de manos, posteriormente limpiado con alcohol.
Y estos, los desarrapados, sonríen al verlos llegar, a todos sin distingo. Por que quizás tendrán una camiseta o una libra de arroz. Si a los que usan y abusan del poder político no les interesa la educación política de ese pueblo, del “mandante”, de la “querida chusma”, de esa entelequia llamada pueblo, según diría fríamente Borges… ¿Cómo puede la “masa” aspirar a un futuro de conatus?
Ojalá pronto aparezca esa comunidad de sabios con la que soñaba el querido Baruch.
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