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21 de Enero del 2020
Ideas
Lectura: 9 minutos
21 de Enero del 2020
Fernando López Milán

Catedrático universitario. 

Fascismo
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En Cataluña, hace ya algunos años, una compañera de la Universidad de Barcelona, cuando se me ocurrió decir, incluyendo a los catalanes, “ustedes, los españoles”, me espetó enseguida: “¿acaso eres facho?”.

En el debate público, en Ecuador, los conceptos políticos suelen manejarse de manera muy despreocupada. Políticos, periodistas, activistas sociales, estudiantes y académicos hacen un uso no solo inexacto, sino irresponsable y hasta malicioso de dichos conceptos, especialmente, en situaciones de crisis política y alta sensibilidad social.

La desnaturalización de los conceptos llega al punto de convertirlos en adjetivos para, estigmatizando a las personas que no están de acuerdo con una cierta visión política, cerrar el debate.

El uso indebido de los conceptos políticos fue una constante en la crisis política de octubre de 2019. Los opositores al paro y a la forma en que este se llevó a cabo fueron tachados, invariablemente, de fascistas. Y de fascista se califica a cualquier persona que exprese su desacuerdo con la opinión hegemónica –por lo general, la más beligerante- sobre causas abanderadas por alguno de los múltiples progresismos existentes.

Esto, claro está, no ocurre solo en Ecuador. En Cataluña, hace ya algunos años, una compañera de la Universidad de Barcelona, cuando se me ocurrió decir, incluyendo a los catalanes, “ustedes, los españoles”, me espetó enseguida: “¿acaso eres facho?”.

Cuando un concepto se usa de manera indiscriminada y se aplica a cualquier referente, pierde su capacidad para caracterizar y explicar los hechos sociales y políticos. Se convierte, así, en una etiqueta, en un instrumento para descalificar y desautorizar al que va en contra de la corriente.

El fascismo, para empezar, no es un fenómeno del lenguaje. No es fascista quien dice: “basta de partidos y partiditos”, “soy licenciado en la universidad de la vida”, “este país es ingobernable”, “una mujer, por famosa que sea, no debe hacer sombra a su pareja”. Tampoco es un régimen fascista aquel en el que algunos, o la mayoría de los ciudadanos, dicen cosas del tipo: “Y, en cualquier caso, existe una familia natural” o “tenemos raíces cristianas que defender” (Ver la reseña de Juan Carlos Calderón, en Plan V, de un libro de Michela Murgia sobre el tema).

El fascismo es una ideología política -idealista y heterogénea-, un tipo de régimen político y un movimiento de masas, que nació alrededor de los años veinte del siglo pasado en Europa, y que, para algunos autores, desapareció en el año 1945, con la derrota de las potencias del Eje.

Los regímenes fascistas por antonomasia son el nacionalsocialismo alemán y el régimen italiano presidido por Benito Mussolini. Se consideran fascistas, también, a ciertos regímenes, de muy corta duración, instaurados en la primera mitad del siglo XX en España (antes de 1937), Hungría y Rumania.

El fascismo es una ideología política -idealista y heterogénea-, un tipo de régimen político y un movimiento de masas, que nació alrededor de los años veinte del siglo pasado en Europa, y que, para algunos autores, desapareció en el año 1945, con la derrota de las potencias del Eje.

Pese a su heterogeneidad, los fascismos italiano y alemán comparten algunos elementos característicos, que permiten diferenciarlos de otros regímenes no democráticos, como los autoritarismos militares de Argentina y Chile, o la dictadura de Trujillo en la República Dominicana (sultanismo), o la de Fujimori en el Perú.

El elemento político central, para los fascistas, es la Nación. Y el Estado, al menos en la versión hitleriana, es un medio para su engrandecimiento. El fascismo, por tanto, es esencialmente nacionalista, pero también revolucionario (Furet, 1999). Pretende crear un orden social y político totalmente nuevo, en el que valores de carácter irracional, como la fuerza y la voluntad, sustituyan a los valores ilustrados: fundamentos del republicanismo y la democracia en las sociedades actuales. Dada su vocación revolucionaria y su apuesta por la transvaloración de los valores ilustrados, el fascismo, aunque defienda ciertos elementos de la cultura tradicional, no es conservador.

Los fascistas son antihumanistas, antiliberales y antidemocráticos. Pero, también, antimarxistas. Y esto, pese a que ideas propias del pensamiento socialista contribuyeron a la configuración de la ideología fascista y al establecimiento de sus formas de organización. La denominación del partido liderado por Hitler, no se olvide, es Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.

Decimos que los fascistas son antihumanistas, porque están en contra de los principios de libertad e igualdad de derechos. Son antiliberales, porque consideran que los derechos, las libertades y hasta la personalidad de los individuos deben someterse al interés de la comunidad nacional. Y son antidemocráticos, porque rechazan la regla de la mayoría, y piensan que las masas -en función del engrandecimiento de la Nación- deben estar al servicio de las élites gobernantes y el líder. Para los fascistas, es imperativo que las sociedades se organicen jerárquicamente, y que entre las élites y las masas se establezcan relaciones de mando y obediencia.

A quienes se nieguen a colaborar con el engrandecimiento de la Nación y someter sus intereses personales a los intereses nacionales se les debe aplicar la fuerza.

Contrariamente a lo que se piensa, el fascismo no es un movimiento o un régimen de derecha o ultraderecha. La derecha es conservadora y el fascismo, por definición, es revolucionario. El fascismo es antiliberal, mientras que hay gobiernos de derecha, como el de Trump, en los Estados Unidos, cuya defensa de las libertades llega, incluso, al libertarismo. El fascismo tampoco es de izquierda, menos en su versión marxiana, marcadamente internacionalista. Puede, de todas maneras, nutrirse y defender ideas de la izquierda o la derecha, o de ambas tendencias políticas en una mezcla particular, pero, como sostenían sus fundadores, su opción política es, más bien, una tercera vía.

El fascismo, pese a lo que se cree, no tiene como característica definitoria el racismo. El fascismo italiano, por ejemplo, adoptó esta dirección solo en el año 1938, en virtud de su alianza con la Alemania nazi (Bolinaga, 2017).

La prédica racista, sin embargo, es un elemento importante de la ideología de varios movimientos neofascistas de Europa y Estados Unidos. Si bien no todos los fascismos fomentan el racismo, su exacerbado nacionalismo puede conducir fácilmente a él. El caso paradigmático de fascismo racista es el del nacionalsocialismo alemán.

Para Hitler, la Nación es una comunidad de sangre, es decir, una comunidad racial: la alemana, en su caso.  Y el Estado es un medio para conservar los elementos raciales primitivos y para “nacionalizar” al pueblo. Se trata de un Estado racista, que debe mantener separadas a las razas, pues, de acuerdo con Hitler, la mezcla racial es la causa de la caída de las grandes civilizaciones.

Hitler distingue entre razas fundadoras -creadoras de cultura-, razas conservadoras y razas destructoras. La raza fundadora por excelencia es la raza aria y la raza destructora por antonomasia es la judía. Según Hitler, judíos y alemanes son naciones separadas, y los primeros, aunque hayan vivido por generaciones en Alemania, son extranjeros en su suelo.

A fin de conservar la pureza racial, Hitler llevó a cabo una política eugenésica, que comenzó con la eliminación de enfermos mentales y terminó con la matanza masiva de judíos. Desarrolló, también, una política educativa que, basada más en el cultivo del cuerpo que del intelecto, propendía a fortalecer la voluntad de los jóvenes y la idea de superioridad racial. El culto a la juventud fue una característica sobresaliente del fascismo alemán.

Nacionalismo más transformación total del statu quo (revolución). Antihumanismo, antirrepublicanismo y antidemocratismo. Irracionalismo sobre racionalismo. Fuerza sobre inteligencia. Comunidad de sangre y cultura sobre comunidad de ciudadanos. Intereses individuales sometidos a los intereses nacionales. Masas como instrumentos de la élite y el líder. Autoritarismo. Estas, las señas particulares del fascismo, que, en sus versiones más mortíferas, opone la pureza racial al mestizaje. ¿Perturbador, no es cierto?

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