
Todo comenzó en el mito del paraíso. Suelto de huesos, Adán no dudó un segundo en acusar a Eva, su mujer, de haberlo obligado a violentar la ley. Lógicamente, el Amo le creyó y acto seguido la castigó en la parte que le pertenece con exclusividad absoluta: darás a luz con dolor. Es decir, no gozarás. Ahí comenzó todo.
La posición histórica de la mujer en Occidente cristiano se sostiene en un claro principio de debilidad y de ignorancia. Ella no solo es débil y mala por naturaleza, sino que, además, casi siempre es la culpable de los desórdenes familiares y la sociales.
Lacan decía: para encontrar el origen del mal personal y social, hay que buscar a la mujer. Y nadie le contradijo, al revés, sus discípulos lo repitieron a porrillo. Porque los hombres, puesto que somos particularmente inteligentes, siempre hablamos la verdad.
Occidente cristiano se encargó, no solo de mantener este discurso, sino que lo fortaleció. La mujer buena es la que se mantiene virgen toda la vida. Y aquella que, no pudiendo hacerlo, se casa, debe vivir su feminidad en castidad y mantenerse sumisa a su marido, que es la cabeza del hogar. Es decir, el único que piensa y decide. Lo dice claramente el rito matrimonial. El hombre es la cabeza del hogar y de la sociedad. La mujer es la fiel y hacendosa compañera, cuando no, esclava.
Desde luego que se han producido cambios radicales. Los movimientos feministas siguen luchando para rescatar el verdadero rol social de la mujer y, sobre todo, el principio de equidad. Sin embargo, mucho de esto se ha quedado en el discurso, en las solemnes declaraciones y en la lista de principios sociales y jurídicos. Porque la mujer sigue siendo ultrajada.
Desde el mito de origen, a la mujer se la ha colocado en el lugar del mal. Con el cristianismo no cambió en nada esta situación. Al revés, se hizo más patética la posición de las mujeres al ofrecerlas como modelo una mujer virgen, madre y absolutamente ofrecida al dolor y al sacrificio.
La legitimidad del goce en la mujer solo aparece legitimado a finales del siglo pasado. Sin embargo, mucho de ello todavía pertenece al discurso. De hecho, en las proclamas sociales y políticas, la mujer aparece como la reina intocable, virtuosa e inteligente que merece la veneración de todos, particularmente del poder. Tras bastidores, se le tapa la boca para nadie oiga su llanto y su dolor.
en las proclamas sociales y políticas, la mujer aparece como la reina intocable, virtuosa e inteligente que merece la veneración de todos, particularmente del poder. Tras bastidores, se le tapa la boca para nadie oiga su llanto y su dolor.
Porque en todas partes y en todos los niveles sociales y económicos, un buen número de mujeres es maltratado por los maridos, los convivientes, los jefes de oficina, la policía nacional, los rectores de escuelas, colegios, universidades.
Desde luego lo que acontece en ciertas ciudades y pueblos de la costa se ha vuelto escandalosamente alarmante y cruel. Mujeres de todas las edades, desde niñas de pecho hasta abuelas, pasando por adolescentes y jóvenes son víctimas de toda clase de violencia incluida la muerterodeada de sadismo.
Incluso ahora, parecería que ser mujer se ha convertido en una suerte de delito. De manera especial para las bandas delincuenciales, la mujer o es cómplice o enemiga de la que hay que librarse asesinándola.
Pero antes se las ultraja, se las cosifica e incluso se las martiriza. ¿Cómo entender que una anciana sea brutalmente violada antes de ser asesinada? ¿Desde dónde comprender que niñas menores de diez años se conviertan en objeto de innumerables aberraciones sexuales para luego ser abandonados en auténticos muladares?
Para los poderes, del orden que fuesen, las gorditas horrorosas no han desaparecido. Están en todas partes porque si la mujer no estuviese en todas partes, sencillamente dejaríamos de ser. Pero justamente esa nueva ubicuidad de la mujer la ha hecho aún más vulnerable.
Ciertos poderes creen que porque colocan a mujeres en lugares de mando o de administración ya las han rescatado. No se trata de un grupo especial de mujeres, es la mujer la maltratada, la insultada, las abusada, ridiculizada, herida e incluso asesinadas.
Nada sacamos con rasgarnos las vestiduras. Es necesario que construyamos un nuevo discurso que modifique sustancialmente la representación sobre la mujer hasta que cambie, que llegue a formar parte de la cotidianidad fáctica y lingüística. En todos los lugares del país. Hay que comenzar en casa y de ahí irradiar a todos los espacios reales y simbólicos del país.
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