Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Ocho años le tomó al correísmo feriarse el capital político del que se benefició cuando se invistió como el heredero de las luchas ciudadanas y sociales de 1997, 2000 y 2005, y se erigió como el líder que fortalecería y ampliaría la democracia ecuatoriana. Ocho años fue el lapso en el que la Revolución Ciudadana se dilapidó los 220 mil millones de dólares que el país obtuvo por la renta petrolera.
Estos derroches mostraron sus primeros síntomas de malestar en los comicios del 23-F. Los amigos del correismo perdieron en importantes territorios y este menoscabo condujo a que se opusieran a toda nueva acción que implicara convocar a elecciones. Es probable que comenzaran a temer más pérdidas en las urnas.
Se resistieron entonces, a rajatabla, a que la consulta por el Yasuní pudiera concretarse, aunque la iniciativa contaba con un apoyo mayoritario. Y casi a día seguido se dedicaron a contravenir, ofender, actuar a discreción, cometer arbitrariedades, violar las normas constitucionales sobre infinidad de materias y de todos los modos posibles o imaginables. Uno de esos hitos fue su decisión de reformar la Constitución por medio de una acción legislativa, en lugar de hacerlo, como correspondía, a través de la convocatoria a una consulta popular, en unos casos, y a una constituyente, en otros. Además, persistieron en desoír al 80 por ciento de ciudadanos que espera ser preguntado sobre la reelección indefinida.
Los ejemplos de sordera oficial terminaron por erosionar la adhesión hacia la principal figura de la AP y contribuyeron a su desgaste y a que la ciudadanía ya no solo exponga su decepción en las redes sociales sino en las calles. Son decenas las listas de los episodios y hechos que han indignado a los ecuatorianos y que han sido divulgadas en cuentas de Facebook y Twitter.
Todas ellas provienen de personas independientes, sin ninguna figuración política partidaria.
Las demostraciones iniciadas a principios de este mes estuvieron precedidas por protestas que en cada oportunidad fueron descalificadas por el correísmo: el 17 de setiembre de 2014, el 19 de marzo y el 1 de mayo de 2015. A talesconvocatorias les siguieron en retahíla las contramarchas oficiales y afirmaciones de la laya de que ellos “son más”.
Este es el panorama actual que se ha mantenido con ligeras variaciones luego de la oferta presidencial de retirar los proyectos de ley contra las herencias y la plusvalía, que dispararon las marchas, y el desafío a los opositores a que reúnan firmas para revocar su mandato. No quiere aceptar que el terreno para su reprobación lo abonó el propio gobierno que cultivó atropellos, represalias, persecución, despotismo, burlas y agravios, con un esmero digno de mejores causas.
No obstante, se acrecienta el temor en las filas correistas, mientras simultáneamente se aleja el miedo en los sectores ciudadanos. Una de las mayores manifestaciones de tal liberación fue la caravana de luto para recibir al líder de la RC, luego de su gira europea, y la multiplicación de expresiones de rechazo y de exigencia de rectificación al régimen.
Sin embargo la capacidad de maniobra del correismo queda fuera de toda duda. La estratagema del momento es la de intentar manipular la religiosidad ecuatoriana, en vísperas de la visita del papa Francisco, y urgir a que se atemperen los ánimos, se aquieten los espíritus. Triste pedido acolitado por los jerarcas eclesiales, distantes de sus colegas de la teología de la liberación de décadas pasadas.
Conviene reiterar, sin embargo, que la solución óptima no es la salida abrupta del actual presidente. Las experiencias de los derrocamientos de 1997, 2000 y 2005 nos enseñaron que la ruptura constitucional debilita la institucionalidad democrática. No nos conviene un golpe de estado contra el mandatario en funciones y que lo sustituya alguien autorizado por los militares. Pero tampoco nadie quiere que se siga demoliendo la democracia desde el gobierno. Destruir puede tomar un segundo. Construir, muchos años.
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