
El espectáculo pertenece al mundo de lo absolutamente abominable. Ante la madre, igualmente agredida y vejada, él asesina a su propio hijo. Como si se tratase de un rito macabro, lo ofrece como don a un ídolo innombrable. Es apenas un bebé que, sin embargo, ya ha sido destinado al sacrificio. Él lo sofoca, lo despedaza sin siquiera darle el tiempo para llorar sus propias lágrimas.
De datos periodísticos se desprende que el infanticidio se vuelve cada vez más frecuente, sobre todo, en los estratos muy populares del país. Y su realidad nos estremece porque nos coloca de cara a una experiencia absolutamente abominable.
El infanticidio da cuenta, no solo del desmoronamiento de los valores sociales y éticos sino de la perversión de los mismos. Es decir, los principios que organizan la vida personal y social han perdido su solidez significante. El infanticidio y el femicidio hablan de una sociedad en franca decadencia ética.
Sería igualmente perverso quedarse en las estadísticas para no ir a lo que realmente estaría aconteciendo en nuestra cultura y sus valores.
El infanticidio da cuenta, no solo del desmoronamiento de los valores sociales y éticos sino de la perversión de los mismos. Es decir, los principios que organizan la vida personal y social han perdido su solidez significante.
Estos casos que se repiten ponen en entredicho nuestro manido discurso de honorabilidad y sensatez que traemos y llevamos, sobre todo, en boca del poder. De hecho, que se sepa. el presidente de la república, no se ha pronunciado seria y eficazmente al respecto. Tiene razón: son más importantes las alianzas políticas y la liberación de los corruptos.
Alguien podría argüir que se trata de casos excepcionales de los que no se pueden sacar conclusiones universalizantes. Por desgracia, no es así. Primero, es suficiente un niño asesinado para poner el grito en el cielo y cuestionar nuestro ordenamiento ético. En segundo lugar, no se trata de un caso aislado. De hecho, el número de niñas y niños vejados, heridos y muertos por el maltrato doméstico es mucho mayor que el que se supone.
No se trata tan solo de mirar frías estadísticas sino de colocar en el banquillo de los acusados a las éticas del país y a sus autoridades: no tienen las manos limpias. Al revés, están manchadas con la sangre de niñas y de niños que cometieron el delito de nacer en espacios abominables.
El infanticidio constituye el más cruel de todos los crímenes posibles. Se trata de una víctima absolutamente inocente y sin defensa alguna.
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