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14 de Diciembre del 2016
Ideas
Lectura: 11 minutos
14 de Diciembre del 2016
Cristina Burneo Salazar

Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.

A flor de piel
Gloria Ordóñez se enfrentó a esa impunidad histórica cuando denunció públicamente, con nombre y apellido, a un hombre protegido por una serie de inmunidades que levanta el poder alrededor de algunos que estarán siempre exentos de cargos. Los exentos. No se trata de cualquier hombre, sino de un poderoso sostenido por otros defensores de un orden que le otorgarán los privilegios necesarios para perpetuarlo.

En el centro histórico de Quito hay restauradores de santos expertos en encarnado y otras técnicas provenientes de la Escuela Quiteña. Son guardianes de saberes muy antiguos. Muchos de ellos usan sus colores para maquillar a mujeres golpeadas. Hay quien ha ido introduciendo ingredientes secretos, dicen, que curan las cicatrices físicas. Las otras duran toda la vida. Los hombres van allá después de broncas o asaltos. Las mujeres, a cubrirse las palizas de su pareja. Que no se note mucho. En unos tres días ya se le va. Aquí tápeme, que me dio con el reloj en el pómulo. Ayer estaba peor. Tengo dos chichones en la cabeza, por suerte con el pelo no se ve. Las vírgenes de Quito miran desde su quietud cómo la piel que les pintan se recrea sobre otras pieles, éstas reales. Pieles amoratadas, avergonzadas, hinchadas, abiertas, cubiertas por un mechón de cabello, y a veces en llaga viva. A flor de piel.

Así era también el programa de televisión marroquí que enseñaba a las mujeres a maquillarse los golpes de pareja el día de la erradicación de la violencia contra las mujeres. Cubrir todo con maquillaje: la imagen preciosa que nos regaló Rafael Correa para explicar sus diez años de gobierno. Recurso de hermosas reinvenciones de género, trans-, artísticas, vitales, el maquillaje también puede ser así de perverso: una paleta de correctores puede borrar las huellas del maltrato. “La violencia de género es un problema penoso, pero existe”, dice en TV la maquilladora en mandil rosa mientras elige el pincel con el que va a maquillar el área de los ojos. Maquillémoslo, hagámoslo invisible, capa tras capa.

Gloria Ordóñez no se maquilló. El 5 de diciembre, puso una denuncia contra el hombre a quien identificó como su pareja de hace un año y cuatro meses: Orlando Pérez, director de diario El Telégrafo. Según su testimonio, su pareja la golpeó intentando expulsarla de su casa. Pérez es uno de los hombres de poder del correísmo. Si es histórica la impunidad a cuyo amparo han vivido los hombres que maltratan a las mujeres, la impunidad de los hombres protegidos por el poder es casi infranqueable. Gloria Ordóñez se enfrentó a esa impunidad histórica cuando denunció públicamente, con nombre y apellido, a un hombre protegido por una serie de inmunidades que levanta el poder alrededor de algunos que estarán siempre exentos de cargos. Los exentos. No se trata de cualquier hombre, sino de un poderoso sostenido por otros defensores de un orden que le otorgarán los privilegios necesarios para perpetuarlo. La agitación que viene con el cambio de ese orden, al suponer la pérdida de sus privilegios, es sofocada. Gloria es esa agitación.

Ella había estado en casa de Pérez hasta la noche. “Me agarró fuertemente del cabello, arrastrándome por toda la sala, me agarró del brazo izquierdo, tratando a la fuerza de sacarme del apartamento, pero no lo logró; me empujó contra el mesón de la cocina y producto del empujón hizo que me golpeara en la rodilla izquierda”, relata Gloria. En un comunicado que Orlando Pérez lee el día 13, luego de que la denuncia de Gloria explota en redes, dice no haber llamado a la policía para desalojarla porque ella “no podía ser expuesta”. Lo que Gloria no sabía es que se hallaba más expuesta con su propia pareja que en la calle o con la policía, y relata para RTS que, además, es acusada de robo. “Vacié mi maleta para que viera que no me había robado nada.” Denigrar a su propia pareja para llevarla a la mayor fragilidad. “Yo sólo estaba contigo por sexo”, recuerda Gloria que le dice Pérez. “A las prostitutas se les paga y se van, tú no te vas”, dice quien, al parecer, no tiene el menor gesto de amabilidad con las trabajadoras sexuales que contrata: llamarles un taxi. Elemental.

“He tenido encuentros casuales” con Gloria, lee Pérez de su comunicado, cuando ya le había dicho que con las prostitutas, por lo menos, la visita termina tras el acto sexual. ¿Eso piensa Pérez de las mujeres con quienes mantiene relaciones esporádicas, sean trabajadoras sexuales o no? Aparece la pesadilla de la prostituta expuesta al misógino que aprovecha la relación de poder dada por el dinero para denigrarla. ¿Sólo porque la relación era casual cabe acusar a una mujer de robo, hacerle vaciar su bolso, filmarla mientras está vulnerable? Eso no es todo. Pérez menciona “diferencias obvias” entre ellos. ¿Cuáles serán? El poder, la impunidad, el dinero, probablemente. Todas ellas, las que sean, usadas para despreciar a Gloria al distanciarse de ella y regalarle “consideración”, como dice, a pesar de esas diferencias. Otra estrategia del macho maltratador: no te conozco. Era sólo sexo. Niego cualquier relación de afecto que haya existido. Ese macho es incapaz de reconocer, incluso en las relaciones casuales, el consenso de dos personas que se respetan mutuamente.

“Quería verle nuevamente”, dice Gloria en el video filmado por Pérez. Sí. Quería. Cuando están cruzadas con los esquemas de afecto que conocemos, como la relación de pareja, las violencias se vuelven más siniestras. El anonimato de un asalto, traumático, no tiene las mismas implicaciones que la agresión de alguien con quien hemos compartido nuestra intimidad. Sí, son relaciones con efectos paradójicos. Por eso no cabe la pregunta inquisidora: ¿Por qué no tomaste un taxi? ¿Por qué te dejaste tratar como una prostituta? Curiosamente, no preguntamos: ¿Por qué la lanzaste contra el mesón de la cocina cuando no quiso irse, por qué la arrastraste por el cabello? Con una honestidad que desarma, Gloria lo ha dicho en sus cuentas: va a actuar contra sus propios sentimientos. “Nada justifica que peguen a una mujer. Puede ser que yo haya hecho cosas que no le agraden, pero no para alzarme la mano. Una mujer no puede permitir eso.” Gloria lo sabe, por eso no se ha maquillado.

La lucidez de esta mujer viene de un largo camino abierto por otras mujeres. Las luchas para preservar la integridad y la vida de las mujeres no se reducen a atacar a Orlando Pérez. Pero se trata de alguien con privilegios acumulados. Pérez representa a una clase en la que lo acompañan, con otros delitos, Jorge Glas Viejó y Dubal Guisamano, por ejemplo, el alcalde de Río Verde que acaba de ser llamado a juicio por presunta violación. Los acompaña también Carlos Muñoz, actual funcionario del gobierno que hace un año atacó a tres estudiantes de la Universidad Central; a una de ellas le cortó el brazo casi hasta desprenderlo. Tanto Muñoz como Guisamano se victimizaron al ser acusados. Hoy, difícil decirlo sin asombro, Orlando Pérez parece haber denunciado a Gloria Ordóñez por “violencia psicológica contra la mujer” antes de tomarse unas vacaciones. No, no se trata de instrumentalizar las luchas de las mujeres en el contexto electoral y contra AP, pero la clase en el poder se empeña en hacernos saber que gobernar este país se entiende como el privilegio permanente de sacar el gran falo y usarlo contra las mujeres de cualquier forma posible, porque cualquier uso de ese gran falo está libre de responsabilidad.

Dicho esto, lo sabemos y es obvio, la violencia nos habita, nos rodea y nos atraviesa, más allá de nuestras ideologías y contra nosotros mismos. El machismo de la izquierda trasnochada se hermana con la abominable misoginia de la derecha. El comunicado de “las ofrecidas” antecede al comunicado de “los encuentros casuales”. Los lugares comunes que repetimos hasta la muerte nos hacen ver que el monstruo no es Pérez, sino que está entre nosotros: “¿Por qué no llamó taxi?” La derecha querrá aprovechar esto, igual que otros sectores de la oposición, pero las luchas históricas de las mujeres no se prestan para esto, no se usan. Como se ha visto de sobra en redes, las mujeres, las feministas, los hombres que se han desmarcado de su destino patriarcal van a responder siempre, van a movilizar su indignación como lo demostraron siete mil personas que marcharon en Quito el 26 de noviembre, como nos lo hicieron saber los cientos de mujeres que se tomaron el puente de Bahía de Caráquez el sábado pasado para protestar contra la violencia. Estas luchas no son electoreras ni instrumentales, no le pertenecen a nadie y nos pertenecen a todas, y son reales, históricas y persistentes. Somos persistentes.

Gloria no se maquilló. No calló. No cedió. Y su agresión jamás podrá verse como un “asunto privado”: por supuesto, es política, porque lo personal es político, aunque lo tengamos que repetir mil veces. Orlando Pérez ha llamado a Gloria al silencio, orden tan cara a los hombres en el poder, y ha dicho: “No voy a entrar en detalles por respeto a su intimidad y a su familia. Supongo que ella hará lo mismo.” Esta amenaza velada es otro golpe. Aun así, Gloria ha levantado la voz por ella misma y por miles de mujeres en situación de violencia que sí se han maquillado los moretones, que han callado y que han cedido. Mientras sigamos alzando la voz, esas mujeres, como Gloria, van a salir de las sombras, serán mujeres en flor, a flor de piel.

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