Hasta se ha llegado a afirmar que ya no existiría matrimonio feliz posible. Una dura afirmación que coloca en el campo de la excepción lo opuesto. Sin embargo, tendría mucho de cierto cuando se refiere a alianzas que no se sostendrían precisamente en las ternuras. Ni en propuestas que miran el futuro. Por ende, es probable que se viven otras realidades afectivas y eróticas. En sí mismo, los actuales noviazgos poco sirven para que la pareja se conozca.

Es preciso reconocer que se trata de un tiempo indescriptible en el que todo se llena con las fascinaciones y los erotismos que crean mundos posiblemente inexistentes. Luz que encandila.

¿Cómo conocer ahí al otro que existe tras los velos de deseos, promesas y frustraciones? ¿Cómo verlo en su propia realidad? ¿Quién es en realidad ese otro que nos llama con nuestro nombre y que también responde a nuestro llamado? 

¿En qué consiste el amor que nos ofrecemos mutuamente como si se tratase de bien que cada uno posee en secreto? ¿Qué hay detrás de sus palabras y de las mías, detrás de nuestras promesas? Tal vez, las respuestas ya están dadas mucho antes. A lo mejor solo somos el eco de voces ancestrales.

En poco tiempo, la vida cotidiana compartida se encargará de retirar los últimos vellos. Unas veces, se producirá un redescubrimiento amoroso que se encarga de dar sentido a los días e incluso a los inevitables sufrimientos que forman parte de la existencia.

Cuando el dolor y la violencia empiezan a sustituir al amor y a la alegría, urge hallar sus razones para analizarlas y mejorar la relación. A veces, no queda otra alternativa que bajar el telón. Porque, “amar, bien sabes de eso, es amargo ejercicio”. 

Nunca es sano persistir en el sufrimiento. esperando el milagro de un cambio que no llegará si la pareja no analiza los conflictos y se propone seriamente optar por el cambio. 

Los hijos no deberían servir de pretexto para prolongar una vida de pareja que ya no se sostiene en lo amoroso sino, aunque parezca absurdo, en la violencia, el dolor y e sufrimiento.