
A pesar de todos los oráculos, videntes, encuestas y expertos, la incertidumbre sobre el devenir económico se mantiene. Más aún, cuando aparecen ciertos eventos exógenos que amplifican las incógnitas.
Me refiero a la llegada de una nueva cepa del SARS-CoV-2 denominada Ómicron, la que se ignora aún cuán trasmisible es y cuánto dificultará la tarea de vacunas y tratamientos vigentes. La gran variedad de mutaciones que presenta y la velocidad de expansión en Sudáfrica ha encendido las alarmas, a pesar de que hasta el momento parece generar cuadros más bien leves. En todo caso, si mantenemos las campañas de vacunación, reforzamos los sistemas de salud y generamos medidas emergentes en función del tamaño de la ola, creo que podemos anticipar que ésta no será mayor problema. De hecho ya tenemos que aprender a convivir con esta familia de nuevos virus, aceptando ciclos de repuntes periódicos en una población razonablemente protegida.
Los problemas vienen de la oposición política de la izquierda revanchista y grupos sociales, que representan el peor escenario para el progreso y la estabilidad
El mundo se ha ido recuperando con una velocidad inusitada, y aunque ha sido volátil y con diferencias regionales y sectoriales por los diferentes ciclos de avance y retroceso de la pandemia, así como por las políticas de cada país, por lo que no introduce ruido para Ecuador. Uno de los riesgos más grandes que la irrupción de este virus pudiera dejar para el progreso social y económico es el intento de prolongar facultades extraordinarias de parte de gobiernos que quieren aprovecharlas para impulsar su ideología. Entre ellos, el más representativo por su importancia económica, es EE.UU., que pretenden una expansión del gasto federal comparable a lo realizado luego de la Gran Depresión de los 30. Sin perjuicio de otros impactos negativos de la expansión fiscal perseguida, el principal peligro está en que no se enfrente adecuadamente el aceleramiento de la inflación.
Por otro lado, y a diferencia de lo que estábamos acostumbrando en los últimos años en la que el gobierno central era el actor principalísimo detrás de la incertidumbre, esta vez la política económica aporta certezas con un programa macro bien diseñado y equilibrado. Este programa, consciente del falso dilema entre progreso e igualdad, reconoce que la aceleración del progreso es la que permite la mejora de los más pobres y una mayor igualdad real. Tampoco es un tema menor la recuperación de la institucionalidad y la tolerancia con los que piensan distinto, que siempre coadyuvan a despejar las incertidumbres sobre el futuro.
Los problemas vienen de la oposición política de la izquierda revanchista y grupos sociales, que representan el peor escenario para el progreso y la estabilidad. Validan la violencia, expresión máxima de la intolerancia, y vienen con las mismas ideas obsoletas que han probado llevar a la pobreza y al totalitarismo, teniendo como faros lo realizado en Venezuela o Cuba. Tremendos referentes. No se conoce el real alcance de estas fuerzas. Pero si escalan mucho, significará consolidar la alternativa más dura para el país. Se abrirá paso, así y por un largo tiempo, a una nueva incertidumbre que frenará la llegada de inversión y la tan ansiada recuperación económica.
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