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18 de Marzo del 2022
Ideas
Lectura: 7 minutos
18 de Marzo del 2022
Patricio Crespo Coello

Consultor de organismos internacionales en temas de fortalecimiento de capacidades, políticas públicas, procesos educativos y de gestión ambiental. Con estudios de filosofía y antropología y autor de publicaciones sobre temáticas ambientales.

Gloria a Ucrania: Musk versus Putin (3)
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Putin logra legitimidad en Rusia —y en los autoritarismos de izquierda y derecha— porque encarna una serie de valores tradicionales conservadores. Putin es popular precisamente porque limita las libertades, porque es un líder autoritario, pues esa forma de liderazgo alivia la tensión y la inseguridad que la globalización genera en la gente.

Vladimiro I, en el año 988 d.C., condujo la institucionalización de la cristiandad en la Rus de Kiev. Este proceso tendría un hito relevante en el año 1054 con el “Gran Cisma”. La Rus de Kiev, y con ella progresivamente todas “las rusias”, seguirían el camino de la Iglesia de Oriente diferenciándose de la Iglesia de Occidente. Kiev, sin duda, tiene un enorme valor simbólico para Rusia, está en el origen de su sistema de creencias.

El actual patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Cirilo I de Moscú o Kirill, es un aliado de Putin. Se sabe que el patriarca Kirill es su consejero espiritual. El conflicto con Ucrania y con la OTAN, según Kirill, “es un rechazo fundamental de los valores que ofrecen hoy en día los que reclaman el poder mundial (…) La prueba para saber de qué lado estás, es si tu país está dispuesto a celebrar desfiles del orgullo gay”. Es claro que Putin se identifica con posiciones homofóbicas y xenófobas.

Ocupar el centro político frente a los extremos puede ser autocomplaciente. Los progresistas, social demócratas y liberales, provenientes de sectores medios intelectuales, que no le temen a la globalización y que comparten ideas posmodernas se diferencian claramente de la ultra derecha y de la izquierda tradicional. Hay una suerte de superioridad política de social demócratas y liberales frente a todas aquellas personas que apoyan a Trump, a Bolsonaro, a Putin o a Bukele. Y resulta cómodo atribuir todos los males a los otros, a los extremistas. Descalificarlos incluso como interlocutores, porque sus ideas políticas parecen primitivas. Pero, ¿de dónde surge el liderazgo de Putin? ¿Por qué Trump, Marine Le Pen o Bukele tienen aceptación en amplios sectores poblacionales?

La globalización y la democracia liberal traen consigo valores junto con el libre flujo de las mercancías y de las ideas. Se trata de formas de convivencia que pueden desestabilizar las estructuras tradicionales de la cohesión social. Cuando Putin, al inicio de la invasión, exigió que el ejército de Ucrania entregase las armas, utilizó un argumento: la élite del gobierno de Ucrania está constituida por drogadictos, dijo.

Los progresistas, social demócratas y liberales, pueden (podemos) tener ideas de avanzada, cultivar la tolerancia, ser inclusivos con todas las formas de la diversidad, usar el “todas, todos y todes”, pero es inocultable su elitismo, su falta de empatía con la gente de a pie. Los valores y los sistemas de creencias tradicionales son invisibles o no significativos para este sector político, así como el autoritarismo puede ser invisible o no significativo para los extremistas de derecha y de izquierda.

Putin logra legitimidad en Rusia —y en los autoritarismos de izquierda y derecha— porque encarna una serie de valores tradicionales conservadores. Putin es popular precisamente porque limita las libertades, porque es un líder autoritario, pues esa forma de liderazgo alivia la tensión y la inseguridad que la globalización genera en la gente

Constituyen, quizás, una élite ilustrada que no comprende a la clase trabajadora, a las personas que se aferran a la idea de la patria, de la religión, de la familia, una familia constituida por papá, mamá e hijos. Para el caso de EEUU, incluso se cuenta con un apelativo descalificador para referirse a los trabajadores blancos del interior del país, los redneck, cuellos rojos, conservadores marcadamente xenófobos que apoyan a Trump.

Para los conservadores pasear por los parques de Berlín o de Ámsterdam entre una niebla de marihuana, donde caminan con absoluta libertad parejas homosexuales, trans semi desnudos y pobladores de cualquier lugar del mundo, cada uno de ellos con sus vestimentas, sus costumbres y sus propios dioses, puede resultar perturbador. Y puede ser perturbador porque los valores cumplen las funciones de la cohesión social, la identidad y la reproducción cultural. Sin esos valores las concepciones de las personas estallan en mil pedazos. Y esto genera angustia, inseguridad, ira y miedo. El mundo es más previsible con las tradiciones.

En síntesis, indiferencia con las creencias tradicionales o indiferencia con el autoritarismo, dos mundos superpuestos cada vez más enfrentados.

Putin, desde la perspectiva axiológica, conecta con sistemas de valores tradicionales de la sociedad rusa, desde un nacionalismo que añora el poderío imperial, pasando por los valores tradicionales de la iglesia ortodoxa referidos, especialmente, a la familia. La globalización, el liberalismo y la social democracia europea, en este contexto, constituyen una amenaza. Una fuerza que avasalla las geografías nacionales, no con ejércitos, sino con una transmutación de los sistemas de creencias, con el relativismo moral.

Y para detener ese influjo, que los conservadores consideran decadente, entonces dichas sociedades deben amurallarse, encerrarse sobre sí mismas para poder prevalecer y mantener su identidad. Esto solamente lo pueden hacer con regímenes autoritarios, con formas de gobierno que limitan las libertades. En otras palabras, Putin logra legitimidad porque encarna una serie de valores tradicionales conservadores. Putin es popular precisamente porque limita las libertades, porque es un líder autoritario, pues esa forma de liderazgo alivia la tensión y la inseguridad que la globalización genera en la gente. Interpretada así la guerra, es funcional a la idea de Putin que McDonald's, Netflix o Mastercard abandonen Rusia.

Ucrania aparece como una nación seducida por los valores de Occidente, valores pecaminosos para la moral de Putin y del patriarca ortodoxo Kirill. Valores que llevan a reconocer los derechos de las personas LGBTI, que promueven un cambio profundo en los roles entre hombres y mujeres, que aprueban el aborto sin mayores restricciones, que no persiguen a las disidencias, tolerantes con jóvenes que se fuman un porro en la calle, que promueven la libertad de prensa, de opinión y de creencias, es decir, Ucrania está tomando la senda de las sociedades democráticas contemporáneas, globalizadas y entregadas al disfrute de la libertad, del hedonismo y del consumo. Putin, en cambio, es el representante de una narrativa axiológica conservadora, una narrativa que conecta con las personas amenazadas en su forma tradicional de vida. Putin quiere obediencia con los valores tradicionales que le dan cohesión a Rusia.

Por todo esto tiene sentido que Elon Musk desafíe a Putin a un combate cuerpo a cuerpo por Ucrania. ¿Tal enfrentamiento podría ser una metáfora del conflicto entre los valores de la globalización y de la democracia liberal, frente a los valores tradicionales de sociedades amuralladas? Con todo, Musk debe saber que Putin es cinturón negro en judo.

[PANAL DE IDEAS]

Luis Córdova-Alarcón
Jorge Peñafiel C.
Giovanni Carrión Cevallos
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Patricio Moncayo
Fernando López Milán
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