PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
Un gobierno no puede ser mejor que la selección de problemas de la realidad que decida enfrentar, ni que la capacidad personal e institucional para abordarlos.
En una coyuntura económica de bonanza, los “problemas-beneficio” predominan sobre los “problemas-carga”. En los primeros, los beneficios son mayores que los costos. En los segundos, los costos son superiores a los beneficios. Los problemas-carga predominan en una coyuntura de crisis económica.
El Gobierno del presidente Correa privilegió los problemas-beneficio durante la primera etapa de su administración, cuando los precios del petróleo bordeaban los cien dólares el barril y su capital político era alto. La merma de ingresos fiscales por la disminución del precio del petróleo exige hoy al Gobierno asumir los problemas-carga y postergar los problemas-beneficio. Ello, por cierto, tiene un alto costo político que el presidente Correa se niega a aceptar.
Además de esta clasificación, Carlos Matus, economista chileno, experto en planificación y gobierno y ex ministro del presidente Salvador Allende, ubica entre los problemas-beneficio algunos que pueden ser duros; mientras que en los problemas-carga hay otros que pueden ser blandos.
Los problemas duros son aquellos que “contradicen mitos arraigados, que hieren intereses de grupos con fuerte peso en la correlación de fuerzas del gobierno”. Pienso que los que conciernen a los dos proyectos -el de herencias y el de la plusvalía- podrían estar en este caso.
Este tipo de problemas no pueden enfrentarse al fin de un gobierno, cuando la credibilidad del presidente está en declive, sino al comienzo, cuando el gobernante gozaba de gran apoyo popular y alta credibilidad.
Los problemas blandos van en la dirección de la corriente, no provocan, por tanto, rechazo de la población. Éstos tienen un signo positivo, sin embargo su valor puede ser dudoso por ser sus beneficios más bien inmediatos. Carreteras, hospitales, centros educativos, proyectos hidroeléctricos reportan beneficios a la población, la cual los retribuye con votos. Un buen proyecto de gobierno -dice Matus- difícilmente se logra solo con problemas blandos.
La “revolución ciudadana” se encuentra, hoy por hoy, en una encrucijada. En el momento en el que ya no le es posible ocuparse de los problemas-beneficio y la realidad le exige afrontar los problemas-carga, teme que ello pueda deteriorar su capital político, celosamente guardado desde el comienzo de la administración del presidente Correa. Y que ni siquiera la campaña publicitaria que invadió el espacio público y el privado le sea suficiente para evitarlo.
Hoy, sus estrategas pretenden ocultar esta realidad con la teoría del “golpe blando”, con la cual aspiran a convencer a la población, que todavía cree en su palabra, que la difícil situación por la que atraviesa el país, no es obra ni responsabilidad del Gobierno presidido por Rafael Correa, sino de una oposición que, no obstante estar diseminada en muchos espacios de la sociedad, aun no controlados por el Gobierno, estaría ejecutando un “plan” fríamente calculado, orientado a desestabilizar al régimen.
El mensaje es claro: el presidente quiere seguir proveyendo a la población de servicios, obras, subsidios, no obstante la limitación de recursos fiscales; sin embargo, la oposición “no deja gobernar al presidente” y ello le impide que siga atendiendo las necesidades de la población como lo hizo al comienzo.
Con esta estrategia se quiere atribuir a la oposición la crisis de gobernabilidad que comienza a vivir el Gobierno. Crisis de gobernabilidad que, según Matus, se produce como resultado del “ajuste” simultáneo de los “tres cinturones de gobierno”: el económico, el político y el de la vida cotidiana.
La destitución del presidente Abdalá Bucaram en 1996 y la de otros presidentes de América latina, ocurrieron, como explica Matus, por dicho ajuste. Si la caída de Bucaram fue resultado de un “golpe blando”, éste se habría fraguado por los errores cometidos por el propio presidente Bucaram más que por sus opositores.
No hay cómo entonces engañarse: el “golpe blando” solo es posible cuando un gobierno ajusta, al mismo tiempo, los tres cinturones de gobierno.
El intento del gobierno de sortear la crisis fiscal con mayor endeudamiento externo, con la captación de recursos de sectores de la sociedad civil, como los de los jubilados, de los maestros, sectores medios; de apretar el control político impidiendo la organización de los ciudadanos y sus expresiones políticas; abusar de las sabatinas y cadenas nacionales, hostigando con insultos y descalificaciones a periodistas, asambleístas, alcaldes, y ciudadanos de oposición, azuzar el resentimiento social, promover la polarización ideológica y política, constituyen el caldo de cultivo del llamado “golpe blando”.
El presidente Correa, en lugar de empeñarse en conjurar tal “golpe” debería ensayar un “manejo compensatorio de los tres cinturones de gobierno” para salvar la crisis de gobernabilidad que enfrenta. Ello implica “soltar” el cinturón político -la concentración del poder político-, a través de la suspensión de las enmiendas constitucionales que persiguen justamente apuntalar dicha concentración y perpetuar en el poder a un presidente que ya no goza del mismo nivel de apoyo inicial. También supone “apretar” el cinturón económico, a través de la reducción del gasto público, la eliminación de subsidios en el marco de una política de austeridad y un gran acuerdo nacional. Y por último, “aliviar” el ambiente de tensión generado por un manejo agresivo de la comunicación, sustentado en la equivocada idea de que en la política son aplicables los mismos principios de la confrontación amigo-enemigo, propios de la guerra.
Si el presidente Correa reconoce que no todos los beneficios son económicos; que también puede proveer beneficios políticos y de convivencia social, no tendría que ocuparse de las acciones de barricada para desactivar las manifestaciones de descontento popular y de resistencia social, y ese tiempo debería dedicarlo a gobernar al país y no solo a un segmento de la población que lo aplaude y vitorea.
Si las acciones políticas desplegadas por el gobierno, por el contrario, giran, sin límite, contra el balance económico, y contra su propio capital político, el deterioro de la gobernabilidad del presidente podría agravarse, llegando a situaciones extremas que nadie en el Ecuador desea.
El presidente cuenta aún con un capital político que no debe consumir inútilmente; la ciudadanía solo espera rectificaciones, en el campo de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la autonomía de las funciones del Estado, el respeto de los derecho de las minorías. Tensar las divergencias y contradicciones ideológicas y políticas en un escenario cada vez más adverso a la prolongación de un modelo político concentrador, resulta altamente riesgoso.
Hace falta un gesto de desprendimiento patriótico del presidente Correa; que entrañe un compromiso serio y responsable con el país y la democracia. No se le pide que abdique de sus principios y creencias, sino que los coloque en concordancia con la realidad y con la nueva relación de fuerzas que emergió en el país en este último año. Y que no anteponga sus propios intereses y los de sus seguidores a los de todos los ecuatorianos que, sin duda, no solo que suman más, sino que merecen se les trate como ciudadanos, capaces de decidir por sí mismos su destino, como adultos y no como niños que aun requieren de la tutela paterna.
Si ello ocurre, de seguro que se disiparán los “golpes blandos” y el país se unirá en torno a una transición política, basada en la alternabilidad, y en el ejercicio libre y transparente de sus derechos inalienables.
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