
Coordinador del programa de Investigación, Orden, Conflicto y Violencia de la Universidad Central del Ecuador.
El gobierno de Lenin Moreno ha dicho definitivamente adiós a UNASUR. Esto era previsible, al menos, desde abril de 2018, cuando los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay decidieron suspender su participación en el bloque sudamericano. Luego, en agosto del mismo año vino la salida oficial de Colombia y, ahora, la de Ecuador.
Sin embargo, tanto el gobierno ecuatoriano como sus detractores vuelven a la carga con la «integración regional» como bandera política. El gobierno ofreciendo impulsar una “verdadera” integración y sus detractores cuestionándolo por apostar a la desintegración y mellar la “soberanía”. Ambos bandos prefieren quedarse en la retórica maniquea del todo (integración) o nada (desintegración), evidenciando miopía política, cinismo o mero desconocimiento.
La «integración regional» es por sí misma una idea atractiva, pero ponerla en práctica es una tarea difícil y políticamente costosa. Solo es posible integrarse cuando los gobiernos delegan sus competencias soberanas a un organismo supranacional, para que éste genere políticas comunes de obligatorio cumplimiento en los países miembros. Como generalmente los gobiernos se resisten a perder el control sobre las decisiones políticas, prefieren llenarse la boca hablando de integración antes que ponerla en práctica. En la Unión Europea los países de la «eurozona» renunciaron a su política monetaria para contar con una moneda común –el Euro–, pero en cambio se resisten a perder su política fiscal, horadando la sostenibilidad económica de la unión.
Las reglas de juego en UNASUR determinaban que sus órganos sean intergubernamentales y sus decisiones adoptadas por consenso. De tal manera que el desacuerdo de cualquier gobierno bloqueaba la toma de decisiones. Ni el ostentoso edificio en la «mitad del mundo», ni la adicción a la «diplomacia de cumbres» presidenciales podían subsanar estos errores de diseño institucional.
Algo de esto pasó con UNASUR. Aunque su objetivo era «construir un espacio de integración y unión…» (art. 2 del Tratado Constitutivo) jamás contó con los medios institucionales para lograrlo. Las reglas de juego en UNASUR determinaban que sus órganos sean intergubernamentales y sus decisiones adoptadas por consenso. De tal manera que el desacuerdo de cualquier gobierno bloqueaba la toma de decisiones. Ni el ostentoso edificio en la «mitad del mundo», ni la adicción a la «diplomacia de cumbres» presidenciales podían subsanar estos errores de diseño institucional. Por tanto, es cínico hablar de Unasur como una experiencia de integración exitosa, cuando nunca lo fue.
A UNASUR hay que avaluarla como un proceso de regionalismo. Una experiencia única, interesante y valiosa que configuró una nueva identidad geopolítica (la sudamericana), amplió los márgenes de cooperación intrarregional y apalancó el diálogo político al margen de los intereses de Washington. Esto no es poca cosa. No hay nada más nocivo para un país que carecer de un horizonte estratégico en su política exterior para establecer compromisos de cooperación e integración regional, y en esto el gobierno ecuatoriano camina sin brújula.
Lamentablemente, mientras los actores políticos pretendan vender un «gato» como si fuese un «pato» la integración regional seguirá siendo una muletilla retórica. Good bye UNASUR, welcome incertidumbre.
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