
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Las fake news tienen una traducción en castellano: paparrucha. El término denomina coloquialmente lo que es una “noticia falsa y desatinada de un suceso esparcida entre el vulgo” y una ”tontería, estupidez, cosa insustancial y desatinada”. En su versión en inglés, fue la palabra del año en 2017, según la revista Time, y una de las razones fue porque en 2016 el uso de las paparruchas, a nivel global, se incrementó en el 365 por ciento. La expansión fue porque el presidente de los EEUU, Donald Trump, las popularizó a raíz de que emprendió su campaña presidencial y más todavía cuando ganó ese cargo. En 2016 la palabra del año fue posverdad.
En 2016 el personaje del año, según la misma revista Time, fue Trump. Y este 2018 la personalidad triunfadora es la de los “guardianes de la verdad”: los periodistas, encarnados en algunos reporteros y comentaristas de diversos medios del mundo.
Las selecciones de esos vocablos y personajes están conectadas. La expresión fake news no fue inventada por Trump pero él sí fue quien le dio mucha visibilidad. La usó para descalificar a los periodistas y a la prensa y propiciar su descrédito entre sus audiencias. La mayor parte de paparruchas, creadas o divulgadas desde los adherentes a Trump, fue distribuida por los medios sociales: Facebook, Twitter y WhatsApp, entre otros. Uno de los motivos de su éxito es porque las paparruchas fueron difundidas a través de espacios de mayor confianza: las redes de contactos, en las que circula información con la cual podemos estar más de acuerdo, pues está cercana a nuestras creencias, convicciones, perspectivas y opiniones. La posverdad es una condición vecina a la fe y puede lindar con el fanatismo. Esta concepción es la que vincula a ambos vocablos, pues frente a las certezas, las dudas o son mínimas o resultan imposibles. Simplemente son descartadas, resolvemos creer en las paparruchas y las compartimos sin verificarlas.
Así como Trump no fue el creador de las fake news, tampoco este producto que es una forma deliberada de desinformar, guiada por objetivos concretos, no es nativa del siglo XXI ni de la redes sociales.
Algunos medios tradicionales, de prensa escrita, radio y televisión, fueron actores de la desinformación en el siglo XX en Ecuador. El caso por demás evidente, y donde el desparpajo es comparable con el del reciente decenio correísta, se produjo a propósito de la crisis bancaria de 1998-1999. Los conglomerados de medios de la familia Isaías, propietaria del Filanbanco, y los del banquero Fernando Aspiazu, dueño del banco del Progreso, en todo momento buscaron desembarazarse de sus responsabilidades en el descalabro de sus instituciones financieras. Durante meses y años los Isaías utilizaron sus canales televisivos vinculados, especialmente TC Televisión, para ese propósito. Sus espacios de noticias fueron un lugar privilegiado para divulgar paparruchas. El Banco del Progreso cerró sus puertas el 22 de marzo de 1999. En su portada del 23 de marzo, el titular de la primera página de El Telégrafo, perteneciente a Aspiazu, fue desinformación total: “Guayaquil respaldó al Progreso”. Para ello contó con el apoyo de algunos líderes locales.
Las paparruchas que los medios de comunicación vinculados con aquellos banqueros propagaron en esa época, fueron la base a la que apeló el correísmo y sus aliados para endilgar a todos los medios de comunicación ecuatorianos el mote de “prensa mediocre y corrupta”. Aprovechar de aquella desinformación por el correísmo lo trocó en cómplice de los banqueros que afectaron las economías de decenas de miles de ecuatorianos a fines del siglo XX.
Por si fuera poco, el correato transformó a las paparruchas en el centro de sus políticas gubernamentales, dirigidas desde Carondelet y ejecutadas por quienes estuvieron al frente de la oficina estatal de comunicación (SECOM) y de esa legión de medios y de oficinas públicas que recibían sus órdenes. Esta política fue desarrollada a través de los medios tradicionales y de las plataformas digitales de propiedad estatal, con la ayuda de sitios web y de espacios en línea de varios cófrades, entre los cuales hubo incluso periodistas.
Recién a año y medio de dejar el correato el poder –aunque aún muchos de quienes sirvieron a las paparruchadas se mantienen como empleados de esos organismos fiscales- todo el país advierte por qué el ex gobernante y sus partidarios acudieron a esa sistemática desinformación, de la mano con la también sistemática decisión de menoscabar a los medios tradicionales, a las plataformas digitales y a periodistas y a actores individuales, para debilitar su credibilidad y respetabilidad y evitar su criticidad. Les interesaba ocultar las componendas que estaban cometiendo y que recién ahora el país está conociendo. Trataban de evitarse el escarnio que, probablemente están viviendo, al menos algunos de ellos. Porque no podemos olvidar que la política de la paparrucha correísta tuvo a su favor todo el alcance y la dimensión del aparato estatal. Ello, ni más ni menos, estuvo al servicio de la desinformación. Pero tal como en los EEUU de Trump, el valor de los guardianes de la verdad ecuatorianos se está develando y recuperando.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]



[MÁS LEÍ DAS]



