
La historia de la humanidad, en los últimos dos años, avanza con guiones cada vez más apocalípticos. Los derroteros pandémicos de 2021 parecían ser parte de una novela de Stephen King. En cambio, 2022, con su impronta de destrucción en Ucrania, tranquilamente pudo ser escrita por la afiebrada imaginación de un Dostoievski del siglo XXI. Este momento, todas las teorías conspirativas cobran sentido, parecemos gobernados por un grupo de guionistas tanáticos que construyen una telaraña interminable de genocidio y miedo.
En “Identidades asesinas”, Amin Maalouf, plantea que las sociedades construyen o implantan en nuestras mentes diferentes estereotipos y prejuicios que configuran una identidad excluyente e inmutable. “Y cuando nuestra mirada -la de los observadores externos- entra en ese juego perverso, cuando asignamos a una comunidad el papel de cordero y a otro el de lobo, lo que estamos haciendo, aun sin saberlo, es conceder por anticipado la impunidad a los crímenes de una de las partes”. Es fundamental comprender que la identidad se transforma todo el tiempo, en la medida que tengamos sociedades que acepten la otredad y sean empáticas, será menos compleja la convivencia entre los pueblos. Por ejemplo, hoy se da un éxodo de más de un millón de ucranianos hacia Europa; los países de la Unión Europea muestran toda su solidaridad con una política migratoria de puertas abiertas para que puedan ingresar en el viejo continente, sin embargo, esta política humanista no incluye a árabes y negros. Hablamos de humanismo segmentado, direccionado, racista, no universal.
Rusia y Ucrania son dos países que comparten un ethos parecido en lo étnico, histórico, lingüístico y racial. Ahora la geopolítica de la muerte de dos imperios claramente antagónicos: OTAN y Rusia, ha convertido al granero de la ex Unión Soviética en el centro de un huracán bélico que amenaza al planeta. Putin está invadiendo Ucrania en respuesta a la situación de desamparo de dos provincias prorrusas, Donetsk y Lugansk, donde según Rusia, han sido asesinados 15.000 civiles prorrusos por no sentirse parte de Ucrania sino de la segunda potencia mundial.
La distopía de la guerra postpandemia es total: Putin quiere desmilitarizar Ucrania a sangre y fuego mientras las misiones humanitarias de Europa consisten en enviar arsenales bélicos al ejército de Zelenski.
Tal vez la piedra angular de este conflicto bélico sea la violación sistemática de los acuerdos de Minsk, firmados en 2014 y 2015 entre separatistas prorrusos y las milicias ucranianas. Estos acuerdos tuvieron como firmantes a Alemania y Francia. Jonathan Steele, periodista especializado en asuntos internacionales y corresponsal de The Guardian, plantea que el momento en que se rompen los acuerdos de Minsk por el interés de Estados Unidos para que Ucrania ingrese a OTAN, se rompe el frágil equilibrio de la región porque la seguridad de Rusia termina siendo afectada. El gobierno de Zelenski, según Putin, es un peligro real porque está desplegando armas nucleares en la frontera con Rusia, algo muy parecido a lo sucedido en 1962 con los misiles rusos colocados en Cuba. Hoy, Zelenski es mostrado por la prensa de Occidente, como un líder conciliador, pero basta ver un spot publicitario, cuando era candidato a presidente, donde en una dramatización, aparece con dos metralletas disparando a los parlamentarios ucranianos. A parte de su histrionismo violento, está el hecho de que es parte de la tristemente célebre lista de presidentes que poseen sociedades off shore, develada por Pandora Papers.
En esta nueva guerra, obviamente absurda y donde no existen ni buenos ni malos, sino gente inocente muriendo por intereses económicos ajenos y por identidades asesinas, nos encontramos con el rol dicotomizador de los mass media. CNN, por ejemplo, habla de que esta guerra no es entre izquierda o derecha sino entre civilización y barbarie. Obviamente para las cadenas noticiosas norteamericanas, la OTAN es el ente civilizador y Putin es un genocida bárbaro. Éste es el mismo argumento que utilizaron las cadenas norteamericanas para justificar todas las cruzadas “civilizatorias” emprendidas por Estados Unidos en Irak, Afganistán, Libia, Siria. Es importante recordar que estas invasiones terminaron con la vida de millones de inocentes. La batalla comunicacional está dada, ambos bandos manejan verdades a medias: para la OTAN, Putin es el genocida; para Rusia, Zelenski es un esbirro neonazi de la OTAN. Las corporaciones mediáticas construyen imaginarios que son absorbidos por masas que empiezan a pensar desde una perspectiva binaria: bueno-malo, héroe-villano, víctima-asesino.
La distopía de la guerra postpandemia es total: Putin quiere desmilitarizar Ucrania a sangre y fuego mientras las misiones humanitarias de Europa consisten en enviar arsenales bélicos al ejército de Zelenski. Al darse un bloqueo económico a Rusia, ganan los Estados Unidos que suministrarán el gas para toda Europa. Ganan los políticos con popularidad debilitada como Biden. Quiénes pierden, como siempre los más vulnerables: niños, mujeres, ancianos. Ya tenemos un millón de refugiados, cerca de cinco mil muertos y toda una especie contradictoria y amnésica que no ha aprendido de las grandes lecciones de la historia. Regresando al tema del bloqueo económico de Europa y Estados Unidos en contra de Rusia, no me cabe la menor duda de que si Europa hubiese actuado con la misma decisión frente a Estados Unidos y sus múltiples invasiones, tendríamos un mundo menos violento e inseguro.
Quiero cerrar este artículo con una frase de Erich Hartmann: “la guerra es un lugar dónde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan...” Ojalá se dé un giro copernicano en esta trama agotadora donde los intereses económicos van más allá de la vida humana como valor supremo. Mientras nuestras creencias sigan construyendo identidades asesinas, seguiremos siendo la especie más autodestructiva del planeta.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]

NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



