
Me perdí en el viaje
Nunca me sentí tan bien
Todo por delante
Todo está hablándome
Está cambiando el aire
Nunca me sentí tan bien.
(Fuerza Natural, 2010)
Gracias totales, fue la frase con la que Gustavo Adrián Cerati se despidió de miles de fans en el estadio de River Plate en marzo de 1997.
Cerati era transgresión de palabras y acordes bizarros, poesía pura, el gracias totales fue uno de los últimos versos con el que sintetizaba décadas de búsquedas, emociones, transpiración e inspiración.
Hoy hubiese cumplido sesenta años, su música trasciende al tiempo y late con más fuerza. Y es que la vida es gas y es tan dulce traspasarla.
La extraña sensación de no pertenecer a este mundo, su genialidad para convertir el aullido urbano en melodía. Esa condición innata de prófugo de una sociedad mediatizada y consumista, filibustera y arrítmica; esa transparencia para vivir sin brújula le permitió alcanzar alturas insospechadas. Me verás volar por la ciudad de la furia, donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos.
Filosofía sideral, nihilismo y sanación. Comprender la otra mitad es poco, comprender sólo que el estar es más puro. El “estar” es buscarnos en los flujos, disfrutar bocanadas de arco iris, encontrar nuestra fuerza vital en la conexión natural con el cosmos, el etat second del que hablaba Córtazar. Creo en el amor porque nunca estoy satisfecho…
Pensándolo bien, sé que siempre supe el desenlace. Decía que el diablo no era más que un ángel con ansias de poder. Su música va más allá de cualquier interpretación, es un viaje caleidoscópico, sin meta ni análisis, sin profecía ni redentor. Él era esa porción de huracán que arrasaba con arquetipos y puertos de llegada. Nadie supo que nos pasó, y ahora somos polvo cósmico.
Me muero por creer que es posible…Su voz sigue alcanzándonos desde cráteres y alcantarillas, desordené átomos tuyos para hacerte aparecer. Arriba el sol, abajo el reflejo de cómo estalla mi alma, renacen a cada instante sílabas, pulsiones, catarsis, la ciudad con sus fábulas, los políticos con sus máscaras, el viento con sus cenizas, la función tiene que continuar con más euforia y fluidez.
La música de Gustavo Cerati es una metáfora gigantesca transformada en brisa, la sensación más vertiginosa de que es posible llegar más allá del silencio. Ahora su lírica astrofísica, sus zooms y asteroides van y vienen convirtiéndonos en testigos de tanta iconoclastia y fragilidad. Cerca del final, sólo falta un paso más, siente un déjà vu, déjà vu...
La música de Gustavo Cerati es una metáfora gigantesca transformada en brisa, la sensación más vertiginosa de que es posible llegar más allá del silencio.
En el 2007 lo vi en Guayaquil tocando a un millón por hora, desintegrándonos con la alegre fricción de las cuerdas de su guitarra mientras la noche se abría como un oráculo. Cuánto derroche de adrenalina y poesía, por un instante retomar la pureza del fluir sin un fin, ese juego implacable de lucha dialéctica por encontrar belleza en medio del caos. En el escenario se transformaba, movimientos felinos, voz acrobática y múltiples estados de trance. Nadie pudo escapar a su magia.
Barcos de papel surcando un cielo color violeta, huellas de pisadas en un desierto de partituras ciclónicas, el tiempo es arena en mis manos. Juego de improntas, de voltajes proteicos, acercarse en medio de la tempestad al fuego sagrado, a la locura iniciática. Renacer, morir, sonreír.
Los relojes se deslíen mientras el zoom de su mirada nos alcanza, Cerati es un artista que va más allá de lo musical, hay una propuesta filosófica poderosa para remontar promesas salvíficas porque definitivamente mereces lo que sueñas.
Su idea de libertad tan ligada a la naturaleza, que otra cosa es un árbol más que libertad, nos devuelve a lo sencillo del instante previo, del encantamiento ante un maullido, un aletear de mariposa, los colores santos de los que hablaba en uno de sus discos. Las composiciones de Cerati viajan de un género musical a otro, experimentó con el rock, la música clásica, la electroacústica, el tango. Incluso cuando fue solista consolidó una propuesta estética más delirante y lúcida; si algo callé es porque entendí todo, menos la distancia.
Esa fuerza natural de la música de Cerati es tan natural y convincente como el mar. Sus letras siempre dejan una nueva emoción elíptica, centrífuga, nos levanta con su brisa inocente para que nuestra desnudez sea un buen argumento para deambular sin rumbo. Con mi salvaje corazón los vicios no son del cuerpo.
Prófugo de un mundo predecible y lenitivo, coleccionista de orgasmos siderales, un dios bipolar, un amigo periquero, un vagabundo que sueña mientras su voz nos protege. Tantas metáforas que brotan en forma de silbido, contacto visual, aceleración de corazones en fuga, batalla de cuerpos, salivas que viajan de pupilas a océanos. No vuelvas yo estaré a un millón de años luz de casa.
Gustavo Cerati sigue jugado con la muerte y la eternidad, su eco es demasiado audaz y misterioso.Todo es mentira, ya verás, la poesía es la única verdad, sacar belleza de este caos, es virtud, ¿O no?
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