
PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.
Repetidas veces, en realidad, el pueblo ha descargado su rabia en las urnas votando en favor de quien mejor la encarnaba. Vale la pena acudir a la historia. En las elecciones de 1960, Velasco Ibarra, el candidato que obtuvo mayor credibilidad popular, derrotó a Galo Plaza, quien combatió la demagogia y el caudillismo.
En el libro Galo Plaza y su época, Carlos de la Torre, junto a otros investigadores, analiza el significado de esa derrota. El propio Plaza, dos días después de perder las elecciones, percibió el peso de la cultura política y cívica de la mayoría del pueblo ecuatoriano.
“Mientras nosotros decíamos la verdad con claridad y sentido de realidad sobre cómo el pueblo ecuatoriano podía lograr por sus propios esfuerzos el mejoramiento de sus condiciones de vida, la otra candidatura ofreció la solución milagrosa (…). Las grandes masas populares, víctimas de la pobreza y de la falta de oportunidades de trabajo (…) encontraron más convincente las soluciones milagrosas y más repentinas” (8 de junio de 1960).
Elocuente también fue la posición de la izquierda. La Unión Democrática Anticonservadora, integrada por el Partido Comunista, un ala del Partido Socialista liderada por Manuel Agustín Aguirre, y el Movimiento Segunda Independencia postularon a Antonio Parra y Benjamín Carrión. Esta candidatura que aspiraba a tener los votos de la CFP “en su baluarte histórico-Guayaquil” fracasó por el deterioro de ese partido. La izquierda, entonces, decidió, otra vez -ya lo hizo el 28 de mayo de 1994- irse con Velasco.
Sabido es que Velasco no pudo cumplir con sus ofertas milagrosas, que no terminó su período y que con su gobierno se reinició una etapa de inestabilidad política que duró dos décadas, bajo el mando de dictaduras militares. El retorno a la democracia en el Ecuador en 1979 sentó las bases de un nuevo pacto político que pretendió desterrar el caudillismo. Esto, sin embargo, chocó otra vez con la impaciencia popular ante la crisis, con los gobiernos que no la entendieron, y con las estrategias fallidas de la izquierda.
Abdalá Bucaram venció a Jaime Nebot en 1996, con similares auspicios a los que tuvo Velasco en 1960. No duró sino seis meses, sin cumplir con sus promesas electorales. Los efectos de esta malhadada elección perduraron en los años siguientes.
Pero fue con Rafael Correa que emergió un autoritarismo que se granjeó un respaldo popular, con un cariz izquierdista, proveniente del apoyo que recibió de la izquierda. A diferencia de Velasco y de Bucaram, Correa simuló ser consecuente con sus ofertas a través del gasto público, financiado por los ingresos petroleros. Fue reelecto y duró diez años en el gobierno. Intenta hoy retornar al poder, a través de una figura anodina que se escuda en su carisma.
Las circunstancias de hoy son diferentes a las de 2006. La baja del precio del petróleo, el incontenible endeudamiento externo, la quiebra fiscal y la pandemia configuran un escenario de crisis que no puede ser escamoteado con un nuevo ilusionismo. No cabe volverse a equivocar. Otra habría sido la historia, de no haber errado el pueblo en elecciones críticas como las mencionadas, y la izquierda, en sus cálculos estratégicos.
María Elena Walsh, autora argentina de canciones y libros para niños, frente al poder dictatorial que se instauró en los años de 1970 en Argentina, habló de las “desventuras del país-jardín-de infantes”, aludiendo a las condiciones culturales que lo hicieron posible. “Todos tenemos lápiz roto y una descomunal goma de borrar ya incrustada en el cerebro”. Tal país está poblado de adultos que “aceptan ser tratados como niños”, que se “infantilizan”.
No cabe volverse a equivocar. Otra habría sido la historia, de no haber errado el pueblo en elecciones críticas como las mencionadas, y la izquierda, en sus cálculos estratégicos.
Roberto Herrscher, profesor de periodismo en la Universidad Alberto Hurtado, de Chile, recuerda esta lección en la era de la desinformación y el odio, “marcada por la mentira, el engaño y la banalidad”. Y agrega: “Hoy predominan las democracias y los derechos. Pero han surgido líderes autoritarios que mienten a destajo, intereses corporativos que ocultan crímenes e infantilizan temas serios, voces poderosas que ocultan lo importante, privilegian lo banal e instalan el miedo al cambio y el odio a los distintos”.
No es indiferente, entonces, por quién votar el 11 de abril. Hay que cerrar el paso al retorno de un “país-cárcel”, para lo cual debemos renunciar a seguir siendo un “país-jardín-de-infantes”, borrando de la memoria las equivocaciones y frustraciones del pasado.
La otra cara del ilusionismo es el infantilismo. No cabe consentir, como también expresa Walsh, que los adultos se infantilicen por duras e insoportables que sean sus condiciones de vida. Y que “pataleemos y lloremos hasta formar un inmenso río de mocos que va a dar a la mar de lágrimas y sangre de esta castigadora tierra”.
Debemos ponernos de pie, asumir con entereza nuestras responsabilidades ciudadanas y no obedecer a demagogos autoritarios que simplifican la realidad y nos arrebatan nuestra capacidad de actuar como ciudadanos pensantes y actores de nuestro destino. Esto supone abandonar la cultura del rebaño, y rescatar la libertad de pensamiento que resiste la imposición de verdades absolutas.
Pero también, poner en cuestión la equivocada esperanza de una utopía que termina haciéndole el juego a solapados mercaderes del poder que se aprovechan de la confusión entre el deseo político y la realidad social, presentándose como los redentores de la esclavitud de los pobres tratados como infantes, esto es, incapaces de valerse por sí mismos.
Lo grave es que un alto porcentaje de la población que adhiere al candidato correista acepta que los políticos se valgan del poder para progresar económicamente. El autoritarismo que se ha instalado como “socialismo del siglo XXI” disfraza su anhelo de ascenso social, dándole un sentido “ético”, o sea, fungiendo como litigantes desinteresados del control estatal, La batalla contra esta nueva élite, por tanto, no es solo política, sino ética. Ello explica su odio a la prensa libre que es capaz de poner al descubierto sus actos de corrupción que no, por casualidad, pululan entre los Kirchner, los Maduro, y, por cierto, los Correa.
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