
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
De un plumazo el presidente de la República podría enviar a medio país al nosocomio. Al menos si se ponen en práctica algunos de los fundamentos teóricos que se han utilizado como referencia para elaborar el Plan Familia Ecuador 2015.
Si condenar el hedonismo, a estas alturas del partido, refleja una postura ideológica retrógrada y anacrónica, hacerlo desde un moralismo supuestamente científico es una abierta incitación al control sanitario de la conducta humana. Los argumentos oficiales para justificar la nueva política de regulación de la sexualidad de los adolescentes está plagada de alusiones a doctrinas que patologizan ciertos comportamientos. Por ejemplo, la masturbación y las relaciones homosexuales. Es decir, aquellas prácticas sexuales que, con absoluta evidencia, se salen del patrón reproductivo establecido por el fundamentalismo católico; dicho de otro modo, prácticas que no encubren ni disimulan el placer bajo parámetros convencionales y moralistas.
Es el placer, y no las conductas, el que ha sido puesto en la picota por esta nueva política verde flex. Mediante este escamoteo retórico se podría ampliar la estigmatización del placer hacia otros hábitos, como comer y beber en abundancia, costumbres estas ampliamente difundidas entre la población ecuatoriana a pesar de las limitaciones económicas. Porque de eso, y no solo del sexo, habla el hedonismo como doctrina filosófica.
Insinuar –como en efecto se percibe en la propuesta del Plan Familia Ecuador– que existen prácticas hedonistas que podrían caer dentro del campo de las “enfermedades” puede fácilmente abrir las puertas a la medicalización de innumerables conductas humanas, con lo cual millones de ecuatorianos que solemos buscar el placer por el placer tendríamos que empezar a hacer fila en hospitales, dispensarios, centros médicos, consultorios, etc. para someternos a terapias correctivas por nuestros excesos y desviaciones.
Si el presidente de la República se hubiera tomado la molestia de revisar, aunque sea en tono Wikipedia, la historia de la Filosofía, se habría percatado de que el hedonismo no solo propone la búsqueda del placer, sino también la supresión del dolor, el sufrimiento y la angustia. Algo así como –mutatis mutandi– la búsqueda del sumak kawsay. Y uno de sus mayores principios es evitar considerar a las pulsiones y pasiones como amenazas, o ver al cuerpo como una prisión. Justamente por esto sus mayores críticos provienen de los sectores más conservadores y retardatarios de las distintas religiones del planeta, no solo del catolicismo. Desde esta visión conventual, atender a las necesidades de la carne impide o dificulta la realización del amor a Dios. No es casual, entonces, que la antinomia del hedonismo sea la abstinencia.
Para la izquierda más contemporánea y creativa la abstinencia ha sido considerada casi una mala palabra. Sobre todo cuando de beber y hacer el amor se trata. Etimológicamente definida como mantenerse alejado (abs) de las bebidas espirituosas (temetum), fue extendida desde los dominios religiosos a la regulación de otras formas de placer. En esencia, fue la estrategia para disciplinar al cuerpo y permitir el control del alma. Fue el preludio y la justificación teológica para la valoración pecaminosa de ciertas prácticas. Es la templanza contra la gula, la castidad contra la lujuria.
Sostener entonces que detrás de la promoción de la abstinencia como estrategia para regular la sexualidad no existe una concepción clerical de la vida y de la sociedad es una completa impostura. En realidad, el Plan Familia Ecuador quiere convertirse en una catequesis de la sexualidad, meterse entre las sábanas de los ecuatorianos, controlar nuestra intimidad desde parámetros religiosos, con lo cual termina por echar al tacho de la basura el carácter laico del Estado ecuatoriano.
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