
Esta semana, la administración de un centro comercial de Quito, intentaba prohibir que un par de jóvenes jugaran ajedrez en su patio de comidas, en el afán de negar y controlar no se dieron cuenta de que se trataba nada más y nada menos que la Maestra Internacional Carla Heredia. Un gramo de sentido común hubiera tornado una situación absurda de prohibición en una excelente estrategia de promoción de su negocio. Seguramente, fue también un funcionario insignificante el que ignoró a Glenda Morejón, campeona mundial de marcha que ganó su medalla con agua y panela. Fueron docenas de personas, públicas y privadas, que dijeron NO a otros deportistas, artistas y genios; hijos de este Ecuador desorientado.
Estas anécdotas son muy interesantes para los debates sobre espacio público y gestión política, pero también son llamados de atención sobre nuestro comportamiento social. Más allá de los gobiernos autoritarios o de la política frustrante, la sociedad ecuatoriana está llena de ejemplos de ser policial y represiva, que tiende a reaccionar automáticamente con la negativa, la amenaza y la vigilancia. Hijos del maltrato, como diría la abuela, herederos del “no se puede” el “vuelva luego” y el “¿cuánto hay?”. Si realmente queremos que la sociedad cambie, miremos menos la paja en el ojo ajeno y revisemos honestamente ¿cuántas vigas ponemos diariamente sobre los hombros de ellos? Nuestros hijos.
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