
Es licenciado en Sociología y Ciencias Políticas por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito; Magíster en Comunicación, con mención en Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.
“Más de 6 millones de ecuatorianos sin ganar nada, lo cual en la práctica viene a significar que cada dos ecuatorianos que trabajan tienen que mantener a otro.
A esto se añade, como mal mayor, la falta de esperanza en un cambio de cosas. Se ha perdido la confianza y la fe en un porvenir mejor. Los millones de ecuatorianos perseguidos por el infortunio económico escrutan el gris y horroroso porvenir, sumidos en inconsolable desesperación. Y dondequiera que se mire, la lucha de los partidos, la eterna disensión, la eterna disputa, la corrupción, el soborno, la informalidad y la indisciplina cerniéndose sobre todo. Cuando más grave es la necesidad tanto más peligrosos resultan los partidos políticos y sus jefes, farsantes y embaucadores que operan infamemente en el cuerpo ecuatoriano”.
¿Se le hace conocido el discurso? La verdad hice trampa, cambié la conjugación de pasado a presente y la palabra alemán por ecuatoriano. ¿Le despierta alguna sospecha?
Si pensó en Hitler, efectivamente, es un fragmento de su discurso pronunciado el 21 de marzo de 1934 en la inauguración de la cruzada por el trabajo.
A puertas de las próximas elecciones, parece importante generar anticuerpos contra el totalitarismo que está latente en el corazón humano y que el discurso populista sabe manipular.
El totalitarismo se puede entender como un sistema en el que un partido político monopoliza el poder y gobierna bajo el control de todas las instituciones, sin libertad de expresión, sostenido por un líder carismático.
Algunos autores califican de autoritarismo competitivo a formas de gobierno que conservan varias analogías con el totalitarismo como el control de la comunicación a través de medios públicos y un sistema de propaganda oficial que haría suspirar a Goebbles.
El control se efectúa a través de leyes por las que el grupo oficialista funciona a manera de estado islámico, pero sin turbante. Entre las normas más típicas están aquellas contra la libertad de expresión.
Pero las leyes necesitan quién las aplique, así que el paso siguiente es el control de los jueces que pasan de operadores de la justicia a aparadores del poder.
El control se efectúa a través de leyes por las que el grupo oficialista funciona a manera de estado islámico, pero sin turbante. Entre las normas más típicas están aquellas contra la libertad de expresión.
Que existan elecciones e instituciones democráticas no significa que sean realmente democráticas. La clave está en “desindividualizar” a las personas, es decir, que piensen como el líder; quién se encarga, con su discurso, de llenar de estiércol el corazón de los ciudadanos. El proceso es realmente simple: nosotros contra ellos. Es bastante sencillo porque la naturaleza humana es social, formamos grupos para cooperar, pero también para defendernos de los enemigos.
El discurso populista es burdo emocionalmente y sutil en su argumentación: muestra empatía al narrar la historia de los dos alemanes que trabajan y que tienen que mantener a otro; pero, al mismo tiempo aporta con datos que indican certeza y conocimiento. Sin duda, razón, solidaridad, egoísmo e ira en una sola frase.
Luego describe la lucha entre los partidos como “eterna” y la asume como fuente de la corrupción, ingeniosamente, introduce la idea de indisciplina como la causante de males eternos; finaliza, introduciendo emociones por vía intravenosa: miedo a los partidos políticos, odio a su forma infame de operar y asco por su manera de infectar el cuerpo social.
La obediencia y el conformismo, ya lo ha demostrado la psicología social, es parte de la naturaleza humana. El líder populista ofrece soluciones fáciles, implacables y radicales, siempre es más fácil conformarse, obedecer que pensar por uno mismo y terminar excluido, reprimido o peor muerto.
Pero también somos creativos, temerarios, necios, en otras palabras, cuando crece la inconformidad y despierta la conciencia el poder tiene dos opciones: o convencer o imponer.
La corrupción, provocada por el acceso sin límites de los partidarios a las instituciones y al dinero del estado, se riega como rumor por la gente, entonces la propaganda pierde efecto, comienza la violencia; y para ocultarla: más propaganda, más inconformismo, más violencia y menos legitimidad. Lo que fácilmente conduce al totalitarismo.
El discurso de Hitler es siempre efectivo y actual porque está incrustado en el miedo humano a la incertidumbre anclada en la memoria genética de los cazadores recolectores a merced de otros humanos y de los peligros de la naturaleza.
Las certezas nos atraen, incluso si sacrificamos la libertad, y el miedo a los otros seres humanos se resuelve con un sistema totalitario que obligue a todos a pensar como uno. Las redes sociales son una muestra de cómo el miedo y el odio confluyen con estructuras similares, mezclando argumentos racionales con sentimientos miserables.
En algún momento, como ya ocurrió, alguien tiene el carisma para usarlos. Cuando el gobierno totalitario termina, todo el sistema está podrido, ya no hay gente buena y gente mala solo restos de personas fragmentadas que, a veces durante años, no asumen que la maldad les gobernó.
A mi juicio, el autoritarismo competitivo es una forma del totalitarismo; un sistema que explota las emociones primarias especialmente el miedo, el odio y el asco para imponer la primacía de la colectividad sobre el individuo porque la única manera de mantener el control absoluto es creando enemigos irreconciliables. Por algo una frase muy concurrida en el Ecuador es: “no podemos negociar con ellos, somos cómo el agua y el aceite”. Pues bien, si queremos salir vivos del campo de concentración debemos mezclarlos y obtener una mixtura con un poco de ambos.
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