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5 de Octubre del 2014
Ideas
Lectura: 9 minutos
5 de Octubre del 2014
Natalia Sierra

Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito 

Homenaje a los 53: la perversidad del poder y sus mecanismos de dominación
La perversión del poder, es decir la transgresión de la norma fundamental en función de la sujeción, implica la puesta en marcha de obscenos mecanismos de dominación que igual o más que la tortura y los juicios instrumentalizados ejecutan violencia simbólica extrema, no solo sobre el individuo sujeto al poder (torturado o enjuiciado) sino sobre toda la sociedad.

Es una regla que el poder concentrado es un poder de dominación,  es decir un mecanismo de subyugación y control de la sociedad en función de un determinado interés particular, sea este económico, cultural, ideológico, político, o todos juntos.

El ejercicio del poder de dominación supone la utilización de la violencia física, simbólica y social como instrumento de sometimiento de los sujetos sometidos. Ahora bien, la violencia del poder encuentra su realización por violación de la ley jurídica o por  su aplicación, cuando ésta ha sido instrumentalizada como mecanismo de dominación. El primer caso refiere, por ejemplo, a la práctica de la tortura, muy usada en las dictaduras militares o en gobiernos de corte abiertamente fascista. El segundo tiene que ver con la ejecución de procesos judiciales que se hacen dentro del marco legal, como los juicios por terrorismo aplicados hoy, por la mayoría de gobiernos progresistas, a los dirigentes sociales, sobre todo a aquellos que luchan en contra del extractivismo.

Es importante aclarar que los dos casos de violencia no son excluyentes, es decir pueden operar la dos dentro de un mismo ejercicio del poder de dominación.

Esta lógica del poder, ya de suyo violenta, sin embargo, puede transformarse en perversa y obscena, es decir extremadamente violenta. La perversión en su sentido más amplio dice de la transgresión de la norma, no la jurídica sino la norma ética fundamental que sostiene el acuerdo básico entre seres humanos. Esta norma ética fundamental, como todo en el mundo social, resulta no de una razón abstracta, sino de la razón histórica, cuyas raíces se hunden en los procesos culturales de cada pueblo. Esta es una norma más que explícita, implícita y por ello infinitamente más vinculante, en razón de esto su transgresión es perversa. La perversión del poder, es decir la trasgresión de la norma fundamental en función de la sujeción, implica la puesta en marcha de obscenos mecanismos de dominación que igual o más que la tortura y los juicios instrumentalizados ejecutan violencia simbólica extrema, no solo sobre el individuo sujeto al poder (torturado o enjuiciado) sino sobre toda la sociedad.

Tengo la impresión que lo acontecido, en las últimas semanas, con los jóvenes estudiantes del Mejía y del Montúfar podría ser leído desde la lógica de la perversión del poder y sus obscenos mecanismos de dominación.

Primero voy a intentar explicar porque veo perversión del poder en la forma en que el Gobierno trató las manifestaciones de los jóvenes secundarios, reprimiéndoles, encarcelándoles, enjuiciándoles y sentenciándoles. Lo actuado por el poder es perverso en razón del significado simbólico que tiene las luchas callejeras de los estudiantes del Montúfar y, básicamente, del Mejía en la conciencia, el sentimiento y la historia cultural de los habitantes de Quito e incluso del País.

La lucha de los estudiantes secundarios,  léase fundamentalmente de los "mejías", no solo que es parte importantísima de la historia política de nuestro país (la guerra de los cuatro reales), sino que es parte de nuestra historia social y cultural, más aún, es parte de nuestros comunes y entrañables afectos de madres, padres, hermanos, hermanas, novias, amigas, amigos, pues qué familia quiteña de alguna u otra manera no está relacionada con el querido colegio Mejía y sus siempre rebeldes estudiantes. 

Digamos que la tradición de lucha de los "mejías" es parte del legado simbólico y afectivo de los y las quiteñas, está en nuestra conciencia y en  nuestro corazón libertario, está en nuestra dignidad como pueblo luz de América. 

Mucho de los avances en nuestra conquista de derechos, libertad y democracia se la debemos a la rebeldía de los estudiantes del Mejía, quienes  por ya  117 años se han tomado las calles, y con sus ganas, su fuerza y su deseo han abierto el espacio para que los pueblos se visibilicen, se expresen,  posicionen y luchen por sus justas demandas. Han sido ellos nuestros queridos estudiantes del Mejía quienes han puestos sus cuerpos en la calles y han enfrentado la violencia del aparato policial en casi toda la historia Republicana. El Mejía y sus estudiantes es uno de los bienes culturales más valiosos y queridos que posee esta vecindad andina, es parte de las fibras más profundas con  las que se ha tejido y se teje el alma, el espíritu, de Quito. Agredir a los estudiantes del Mejía es agredir a la ciudad en su sentimiento más íntimo, es perverso porque transgrede alianzas y afectos históricos de nuestra comunidad.

La perversión del poder que ha violentado a los estudiantes del Mejía, y en consecuencia a la sociedad quiteña, se ha ejecutado con mecanismos claramente obscenos. Un acto obsceno es aquel que ofende el pudor y la dignidad de las personas o de una sociedad. Después de la marcha del 17, en la que fueron reprimidos los estudiantes del Mejía y del Montúfar que salieron a manifestarse, al Gobierno no se le ocurre mejor idea que realizar la sabatina del día 20 de septiembre en las instalaciones del Colegio Montúfar. ¿Qué es lo que buscaban con este acto de exhibición de poder? ¿Humillar a nuestros chicos? ¿Amedrentarles con el despliegue policial que rodeaba el Colegio? ¿Entrar abusivamente a su casa después de haberlos reprimido? Cualquiera que haya sido el objetivo, realizar la sabatina en la casa de los estudiantes del Montúfar es, creo, una muestra obscena de dominación.

A más de reprimirles, encarcelarles, enjuiciarles y sentenciarles, la mayoría de los jóvenes detenidos dentro y fuera del Colegio Mejía fueron obligados, por obvia preocupación de ellos y sus familiares a una sentencia que podía llegar hasta tres años de cárcel,  a aceptar como delito un acto legítimo de rebeldía que es inherente al espíritu de los jóvenes y, más aún, de los del Mejía.

Este obligado acto de sometimiento, es obsceno porque busca la claudicación pública de la  justa lucha de los pueblos y en este caso de los jóvenes. Es obsceno porque al obligar a los estudiantes a aceptar como delito su rebeldía no solo que intentan afectar la legitimidad de la lucha de los jóvenes, sino, incluso, su dignidad, pues de jóvenes rebeldes y libres quieren convertirlos en culpables. Y es más obsceno porque usan a la juventud como objeto para poner en escena la pedagogía del castigo público, con el cual quieren enseñar a toda la sociedad, y sobre todo a los jóvenes, que todo reclamo, toda demanda será castigada con todo el peso de la ley, porque ha sido convertida en delito.

Por último, creo que es perverso y obsceno que un Gobierno que se autodenomina revolucionario castigue a los jóvenes más empobrecidos, más afectados por la injusticia del sistema, porque vale aclarar que la mayoría de los detenidos y sentenciados eran jóvenes que estudian el colegio en la noche, porque en el día tienen que trabajar para poder sostenerse y sostener a sus familias. No se entiende que un Gobierno que aplaude la gloriosa gesta de las madres de la Plaza de Mayo no se inmute por el dolor de las madres de los chicos apresados, que no le duela que madres ya golpeadas  por las injusticias sociales ligadas al despojo, al racismo y a la violencia machista, además tengan que soportar la violencia del poder político estatal sobre sus hijos. Menos aún se entiende que el gobierno “revolucionario” castigue la rebeldía de los jóvenes, gracias a la cual ahora se encuentra en el poder del Estado, a no ser que el poder sea perverso y obsceno.

Para finalizar solo quiero decirles a nuestros queridos estudiantes gracias por su espíritu libre y rebelde y perdón a nombre propio por la violencia a la que han sido sometidos.

Perdón y gracias

[PANAL DE IDEAS]

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Alfredo Espinosa Rodríguez
Fernando López Milán
Pablo Piedra Vivar
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